En el derrumbe de las instituciones

En el derrumbe de las instituciones

El problema radica en que carecemos de instituciones, de respetables órganos a salvo de las veleidosas conveniencias del poder político. Podría parecer increíble, pero durante ese maremagnum tiránico que constituyó la Era de Trujillo, existía cierto pudoroso respeto por las escasas instituciones que existían o que el propio dictador creó.

El Banco Central, el de Reservas, los grupos de incidencia económica, los hospitales estatales, la Secretaría de Educación, la Dirección General de Bellas Artes, por ejemplo, merecían un respeto que trascendía el área de los caprichos y conveniencias delictivas. Voy a citar un ejemplo en relación con asuntos de cultura. Cuando Enrique Casal Chapean era director de la Orquesta Sinfónica Nacional (fue su primer director), a algún funcionario cercano a Trujillo se le ocurrió proponer que la flamante Sinfónica amenazaré un importante evento social que tendría lugar en el yate Ramfis. La orden llegó al despacho de Casal Chapean con toda la usual fuerza intimidatoria. Casal se puso rojo de ira y le hizo saber al generalísimo que «la Sinfónica no estaba para amenizar reuniones ni banquetes». Me contaron, mucho después, que Trujillo se indignó contra quien le había sugerido tal idea. Nunca se repitió. Tal actitud era mantenida frente a las áreas especializadas, de las cuales él no tenía el menor conocimiento. Por eso se hacía asesorar por una pléyade de hombres cultos como Manuel Arturo Peña-Batlle, Virgilio Díaz Odóñez, Víctor Garrido, Porfirio Herrera, así por inteligentes, respetables y leales personajes como Virgilio Alvarez Pina, Paíno Pichardo, también por expertos en banca y cuestiones financieras, añadiéndose personajes terribles, intrigantes y malignos como Anselmo Paulino o, en zonas más sádicas, un Johnny Abbes García y sus secuaces.

Tenía fichas para todo, pero fichas que funcionaban perfectamente en el área para la cual habían sido escogidos.

Me duele que tras la muerte del terrible tirano, hayan desaparecido las bondades que tiene cualquier cosa mala, porque nada es absoluto.

Fijémonos en la Ley. Miremos lo que sucede en nuestros días. Nada menos que el director del Departamento de Prevención de la Corrupción, señor Jesús Féliz, denuncia la corrupción en la Justicia, señalando que desde diciembre hasta la fecha, los jueces de instrucción han favorecido a treintaisiete personas implicadas en expedientes de corrupción mediante autos de «no ha lugar», añadiendo que «es sintomático, sospechoso; y presumidos, tenemos la presunción de que esos autos de no ha lugar han estado dados por la ingerencia del poder político».

Igual tratamiento se le dio al entonces coronel (hoy general, en virtud de sus merecimientos) Pepe Goico, acusado desde 1997 de un presunto fraude en la Lotería Nacional.

La Policía Nacional, con todas las deficiencias que tiene, atrapa ladrones y delincuentes de todo tipo, para que una vez llevados a la justicia, sean liberados en escasos días, y anden por estas calles que ya no parecen ser de Dios, haciendo de las suyas, a pesar de tener un voluminoso y terrible expediente criminal en los archivos policiales.

No se confía en ninguna eficiencia. A ningún nivel.

En cuanto a las leyes, terminaré con dos citas de Cicerón:

«La ley no es sino la recta razón llamándonos imperiosamente al deber y prohibiéndonos su violación» (Filípicas).

Y esta otra, más directa hacia nuestros problemas legales:

«El magistrado debe hacer elocuente la ley; pero la ley debe hacer mudo al magistrado». (De legibus).

Necesitamos poner la casa en orden.

Urgentemente.

El país, tras salir felizmente de una tiranía de tres décadas, no acierta aún a caer en los ordenamientos de la Ley y la Justicia.

Tenemos gente capacitada, severa y honesta….pocos, como en todas partes. Es cuestión de elegirlos y dejarlos actuar a su buen juicio supervigilado.

Si lo hacen mal: Destitución o cárcel, según determine una justicia sana.

No la sabiduría o incapacidad del Presidente de la República.

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