En el disfrute de la disciplina

En el disfrute de la disciplina

Era un hombre de pequeña estatura, que me recordaba –como si tal cosa fuese posible– a un gnomo. O a un soldadito de plomo que se perdió en mi infancia. Se llamaba Apolinar Castellanos y todos lo llamaban Polín, Polín Castellanos. Era un músico sin importancia en aquella Orquesta Sinfónica Nacional de los inicios, cuando Casal Chapí, su primer director, se empeñaba en trabajar obras que requerían mayores cualidades de los instrumentistas y ensayaba, como Dios le ayudaba, bregando con aquellos músicos a fuerza de una paciencia y terquedad casi inexplicable.

Polín era militar y formó parte de la Banda de Música del Ejército. Cuando lo traté de cerca fue a principio de los años cincuenta, yo un joven violinista y él un severo instrumentista de la sección de metales. Era cumplidor y mal encarado, tanto que cuando el maestro Manuel Simó fue nombrado director de la Sinfónica, conociendo bien las verdaderas capacidades de Polín, decidió nombrarlo “Inspector de Disciplina”, un cargo extraño para una orquesta. Es que Simó había sido miembro de la Banda del Ejército y conocía las rigideces de este hombre, a quien no había forma de hacerle entender que para anunciar algo al personal de una orquesta no hay que decir “¡Atención a órdenes!”. Pero en el fondo Simó se divertía con las actuaciones de su “inspector” y le llamaba la atención con una blandura de bebé.

Y Polín continuaba impávido, anunciando órdenes. El maestro Simó contaba que el jefe de la banda, José Dolores Cerón, decía risueño que él no le buscaba un ascenso en el ejército “porque si tiene más poder, me ‘tranca’ a la menor falta”. Contaba que en cierta ocasión, la tradicional “retreta” que la banda presentaba semanalmente en el parque Colón no pudo realizarse, a causa de una lluvia feroz. Los músicos se guarecieron enfrente, en el Palacio Consistorial. Desde allí, tras un velo de agua, vieron una rígida figura en posición de “firme”. Era Polín, empapado, ocupando su puesto.

Ya en los años sesenta, viejo y enteco, el severo “Inspector de Disciplina” continuaba sus funciones, con la Sinfónica instalada en el Palacio de Bellas Artes.

Simó solía invitar directores, nacionales y extranjeros. Uno de ellos fue Helmut Thielfelder, director titular de la Sinfónica de Hannover, en Alemania.

Estaba en el camerino junto a mí y al maestro Simó, aguardando el momento de presentarse frente a la orquesta, cuando apareció Polín y dijo militarmente: ¡Hora de entrar al departamento de ensayo! Yo era el traductor y le dije al asombrado visitante, que Polín simplemente quería anunciarle que la orquesta estaba lista.

Tiempo después, en Alemania, le hice a Thielfelder el cuento de las cosas de Polín. Se dobló de risa. Luego quiso aprender a decir, riéndose, ¡Atención a órdenes!

Bueno… Polín era una caricatura de la disciplina… pero hay que preguntarse si no nos hace falta siquiera un poco de Polín que cambie la caricatura del desorden que padecemos.

¡Caramba!

 

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