En el drama del desorden y sus repercusiones

En el drama del desorden y sus repercusiones

Es que el desorden es una mancha conductual que se expande como una victoriosa pestilencia indetenible, imposible de ocultar o disminuir con chorros de aromáticas declaraciones oficiales, en las cuales se anuncian transparencias, y determinación a imponer una disciplina moral en los diversos y disímiles estratos humanos que conforman la población.

El controversial filósofo de la política Niccolo Machiavelli (Maquiavelo. 1469-1527) de quien solo se recuerda y cita lo peor, escribió en sus “Discursos sobre Tito Livio”, lib. I, cap. IV: “Donde hay buena disciplina, hay orden y rara vez falta la buena fortuna”.

Sin disciplina, no hay progreso posible.

En el país tenemos una monumental escuela de indisciplina y carencia de discernimiento. Se construyen cantidades de obras que se tragan millones del dinero del pueblo, pero si acaso se edifican correctamente y se concluyen como se debe, entonces no se les da mantenimiento y en poco tiempo se inicia un deterioro lento -y al parecer sin importancia- que calladamente se acelera hasta tomar categoría de desastre.

Sin disciplina en el manejo estatal del dinero, sin sensatez en el gasto, que debe ser ponderado y educativo, el Estado y su diverso tipo de instituciones dan un pésimo ejemplo.

Por dondequiera que uno mira encuentra lo irracional. Ahora resulta que en el área del Conservatorio Nacional de Música, cuya belleza y amplitud eran perfectas para los estudios del gran arte, las ocurrencias del síndico que nos gastamos se manifiestan en la construcción de un anfiteatro para espectáculos populares junto a tan respetable institución. ¡Pobres maestros y estudiantes de música elevada!

No es que se menosprecie el valor de la música popular, así sea la más simple, pero todo tiene su lugar y sus requerimientos. ¿Por qué no restaurar, o más bien reconstruir el maravilloso Teatro Agua y Luz, capaz de acoger dignamente todo género de espectáculos? No. La irracionalidad de las autoridades prefieren demolerlo (lo que el tiempo y el descuido no han podido hacer) y construir un gran estacionamiento para vehículos, como si no hubiera terreno adecuado en la zona.

¡Ah, es que destruyendo, construyendo y abandonando se ganan muchos millones!

Volviendo al desorden y la indisciplina… tenemos el tránsito vehicular. No hay manera de hacerles entender a los agentes de AMET que deben abandonar la práctica de ordenar lo contrario a lo que indica el semáforo. Mandan a detenerse con la luz verde y a continuar el rumbo con la luz roja. Indistintamente permiten que se desobedezcan las señales que aceptan o prohíben determinados giros. Ellos mismos entran a contravía y manejan temerariamente sus motocicletas, haciendo eses entre la montonera de vehículos de todo tipo y tamaño. Las multas las ponen de acuerdo a como esté el ánimo. Un carro público puede detenerse en el medio de la vía para recoger un pasajero, creando un embotellamiento demoníaco. Si el AMET está charlando o comiéndose un guineo, una china o un yaniqueque… lo que sea… no hay problema, no se altera un ápice.

Lo peor es que el desorden y la indisciplina se expanden como un derrame de petróleo en el mar.

Estamos creando o fortaleciendo el reino del disparate y el caos.

La escuela de la inconducta cívica.

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