Amor y dedicación, esfuerzos infatigables junto a un equipo humano de gran valía. Fidelidad al sueño de un ser querido que ya descansa en la eternidad. Todo eso lo reúne Margarita Copello de Rodríguez Villacañas, en el recuerdo de su esposo Pedro, aquel galante hombre de grata imagen humana, generador de la idea de estos festivales culturales de alto nivel que ya alcanzan su décima versión, esta vez con una orquesta de unos ciento veinte músicos de alta calificación, con la dirección de los jóvenes maestros Ramón Tebar y José Antonio Molina y con la participación de renombrados solistas.
La noche del pasado miércoles 4 de este mes, el numeroso público que asistió al Teatro Nacional disfrutó el programa compuesto por la Obertura-Fantasía “Romeo y Julieta” de Tchaikovski, el Concierto en re menor para violín y orquesta de Sibelius y la Sinfonía No. 5 de Prokofiev. Corresponde destacar la maravillosa calidad del violinista ruso Vadim Repin, que con formidable seguridad y emotiva sobriedad, nos regaló una interpretación impecable de esta obra, cargada de dificultades de todo tipo, desde la abstracción poética hasta el virtuosismo paganiniano que a menudo asoma y se manifiesta especialmente en el movimiento final.
La orquestación de esta obra es un espléndido ejemplo de la convicción de Sibelius en cuanto a que con un acompañamiento denso, a un violín se le hace difícil sobresalir, imponerse sobre la masa sonora, especialmente los metales y las voces graves. Con frecuencia Sibelius deja solo al violín para evitarle una lucha por imponerse sobrevolando sobre el entramado sonoro de la orquesta.
Bueno… es que Sibelius había ambicionado ser un virtuoso del violín y conocía las dificultades que sufre un solista cuando pasajes importantes se pierden aplastados por el poderío de una orquesta manejada por un director que no quiere perder oportunidad de lucirse.
En cuanto a la Quinta Sinfonía de Prokofiev, obra con la cual se compenetró especialmente Ramón Tebar, Prokofiev pasa del primer movimiento, extenso y sombrío, a menudo confuso, obnubilado, que corresponde a una “sinfonía de guerra”, (aunque no siga la línea de la sinfonía “Leningrado” de Shostakovich) pasa, repito, a los ambientes de los demás movimientos que tienen destellos de la ironía amena con la que el compositor se sabe manejar con incontenible gracia y una leve mueca de picardía.