En el laberinto de la violencia

En el laberinto de la violencia

No. No es verdad que el humano se acostumbra a todo y que las reiteraciones anulan las reacciones  correspondientes. Lo que sucede es que, movidas por impotencias –reales o no– se  debilitan las sensaciones cuya fuerza es la que genera acción.

Vale tomar en cuenta lo que el sociólogo Ellworth Faris afirma en su libro “La naturaleza de la naturaleza humana”: “…los estudios etnológicos no tienen lección más importante que enseñar que la lección de la casi ilimitada adaptabilidad del humano”. Adaptabilidad, sí… pero todo tiene un límite, que es algo que olvidan o desprecian los dictadores y los jerarcas de distintas áreas, hasta que la indignación y la ira estallan trepidantes para lograr cambios radicales, que pueden resultar disfraces nuevos sobre viejos males. O no.

Esta violencia huracanada que nos arropa a los dominicanos, cada día con mayor ferocidad y que dejó atrás el asombro para tornarse en cotidianidad ascendente tiene su origen –mayormente– en la enorme injusticia social que vivimos, y que se ha incrementado con la descarada participación de poderosas figuras del Estado. Militares, policías y civiles. Que no sucede sólo aquí, lo sé, aunque aguardo que se aplique la justicia incluso en las altas instancias del poder, como acaba de suceder en México, donde, según cable de AFP (1 de agosto 2012), la Justicia envió a prisión de alta seguridad a cuatro generales, un teniente coronel y un mayor que se desempeñaba como subsecretario de Defensa, por sus relaciones con el narcotráfico.

La cosa es clara: no se puede ser útil al narcotráfico y otros delitos de gran trascendencia, sin alto poder.

No obstante, los daños de estos delitos no se limitan a la droga. Resulta que generan enormes riquezas y agrandan la brecha –el abismo– entre quienes disponen de inmensas fortunas –mal habidas– y quienes carecen de lo esencial, con sus misérrimos ingresos, y viven abrumados por el lujo ejemplarizador de que “el delito sí paga”. Lo que no paga es la honrada conducta de policías, militares, funcionarios judiciales… lo que no paga es el respeto a las leyes y la decencia.

Sin justa retribución, cuando el policía, el militar, o el funcionario judicial no tienen la seguridad de que dejaron en su hogar recursos para la alimentación familiar, cuando no disponen de medios  para enfrentar gastos normales, cuando los fiscales no son suficientes ni en el Distrito Nacional ni el provincia de Santo Domingo y deben perseguir la criminalidad con un sueldo de sesenta mil pesos mensuales, a los cuales se le restan nueve mil pesos de impuestos, según declararon las fiscales Olga Diná Llaverías y Yeni Berenice Reynoso en el Almuerzo del Grupo de Comunicaciones Corripio… entonces no puede haber eficiencia en labores tan delicadas. Lo que puede haber es desánimo, apatía y fuerte tentación de obtener dinero a como dé lugar.

Los inconscientes arguyen que esas carreras son como sacerdocios, pero los sacerdotes no pasan por tales estrecheces y desesperaciones personales y familiares. Estos otros trabajan por pétrea necesidad.

Y se van cargando de tentaciones delictivas.

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