En el mes de ayuno es cuando más se come

En el mes de ayuno es cuando más se come

EL CAIRO, EFE.- El mes musulmán de ramadán es conocido por ser época de ayuno, pero lo paradójico es que es al mismo tiempo el mes en que más se come y más se consume.

Entre el alba y el ocaso, la mayoría de los fieles musulmanes en Egipto respetan el ayuno, pero también es cierto que después de romperlo no paran de comer.

Durante las horas del ayuno diurno, en las que el musulmán no puede comer, beber, fumar ni mantener relaciones sexuales, el tema de la alimentación, los guisos y los platos domina todas las conversaciones.

Las mujeres, especialmente las que son amas de casa, pasan el día preparando el “iftar” o el banquete con el que se rompe el ayuno.

No sería un “iftar” como Dios manda si en la mesa faltara carne acompañada con platos de verduras, pasta y arroz.

Pero antes de los alimentos sólidos, se rompe la sed con las bebidas típicas del ramadán como infusiones de hibisco (el tradicional “kardadé” egipcio), “qamar el din”, que es zumo de albaricoques secos, jugos de tamarindo y algarroba, y el rico “jushaf”, que combina todo tipo de frutos secos con dátiles, ciruela pasa y albaricoque seco.

Acabado el plato principal del “iftar”, empieza la etapa de los innumerables dulces de pistacho, canela, mantequilla y miel, cuya ingesta se puede prolongar durante horas y horas.

Y cuando los fieles están hartos ya de comer dulces, los dejan por los frutos secos que en ramadán se llaman “yamish”.

Pero el “yamish” de los pobres es distinto del de los ricos.

Para un musulmán acomodado que puede aguantar la subida de los precios de los alimentos en ramadán, el “yamish” se elabora con pistachos, almendras, anacardos, nueces, albaricoques secos y ciruelas pasas; mientras que para las clase humilde se hace simplemente a base de cacahuetes y dátiles.

Sin embargo, los pobres, aunque no prueben los frutos secos más nobles, seguro que comen durante el ramadán mucho mejor que en el resto del año, gracias a que es costumbre que los ricos alimenten a los pobres en las llamadas “mesas de misericordia”, donde a nadie se le niega un plato. Así, muchos pobres comen este mes más carne que en el resto del año, y pueden olvidarse durante treinta días de su monótona dieta de habas, arroz y platos de pasta.

No es de extrañar entonces que en este mes de ayuno, las indigestiones, los excesos y el sobrepeso den trabajo adicional a los médicos.

Los endocrinos no paran de avisar a la población de que rompa el ayuno gradualmente, en vez de atiborrarse con todo lo que tenga a mano.

Algunos especialistas en alimentación llegan a invocar el ejemplo del profeta Mahoma, que rompía el ayuno sólo con leche y dátiles.

En el momento del ocaso, cuando según la tradición ya no se distingue un hilo negro de uno blanco, las calles de Egipto, siempre repletas de gente, permanecen extrañamente vacías y huele a comida por todas partes.

 El país no recupera la vida hasta casi un par de horas después de la ruptura del ayuno, cuando algunos fieles salen a rezar y otros a buscar un lugar donde pueden comer el “sohur”, la comida del alba, última oportunidad de saciar el hambre antes de empezar un nuevo día de ayuno.

 Mientras algunos fieles no duermen hasta la hora del “sohur”, otros reposan en la cama hasta que oyen los redobles del tambor del “misaharati”, cuya función es llamar a la gente desde la calle para que se despierten y coman.

 “Despierta dormilón” y “reza al Dios único y permanente”, canta el “misaharati”, cuya figura sólo aparece en ramadán.

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