En el mes de Duarte

En el mes de Duarte

POR M. DARÍO CONTRERAS
Este 26 de enero se cumplen 193 años del nacimiento de Juan Pablo Duarte, reconocido como Padre de la Patria Dominicana.  Sin embargo, alrededor de su figura se han levantado serias polémicas sobre su autenticidad como principal prócer de nuestra independencia – que algunos prefieren considerar como una separación del Estado haitiano.  Y en verdad que lo que ocurrió el 27 de febrero de 1844 fue un grito de liberación de los patriotas dominicanos del yugo de 22 años impuesto por los vecinos con quienes compartimos esta pequeña isla. 

La acción puntual que impulsó la liberación dominicana fue liderada por Francisco del Rosario Sánchez, trinitario y compañero de Duarte, quien se había desterrado el año anterior en Caracas para evadir las fuerzas de ocupación por sus actividades revolucionarias. Ante este hecho, así como por el preponderante papel militar desplegado por Pedro Santana en la lucha contra el ejército invasor luego del grito de independencia, se ha tejido la historia de que Sánchez y no Duarte es el principal Padre de la Patria.  No está en nuestro ánimo el disputarle mérito a los “sanchistas” sobre el importante rol jugado por Sánchez en nuestra lucha independentista, pero sí reflexionar sobre ciertos mitos o aspectos de nuestra historia.

Comencemos por citar a George Orwell: “Quien controla el pasado controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado”.  Más recientemente Felipe Pigna, profesor de Historia de la Universidad de Buenos Aires, en su libro “Los mitos de la historia argentina”, nos dice “La imagen del prócer absolutamente ajeno a la realidad es una imagen útil para el discurso del poder porque habla de gente de una calidad sobrenatural, de perfección, de pulcritud y de lucidez, virtudes vedadas a los simples mortales”.  Es decir, héroes como Duarte, aun cuando sean exaltados, no deben ser imitados y, en cambio, sí aceptar a personajes más sombríos como Santana y quizás otros “próceres”, con su carga de hechos cuestionados por su inconsistencia y falta de verdadero patriotismo.  La humanidad toda no puede estar equivocada al tener en un sitial muy especial a quienes lo han sacrificado todo por un ideal, llámese Jesús o Mahatma Gandhi.  Pero aquí nos jactamos de ser especiales y a los que son dechados de virtud le llamamos “pendejos” o “filorios”.

Los dominicanos no tuvimos la suerte o dicha de los cubanos que contaron con un dúo conformado por José Martí y Máximo Gómez.  Duarte, al igual que Martí, fue un idealista pero con la mala suerte que la espada que nos libró de las invasiones haitianas fuera Pedro Santana, que al igual que los que gobernaron en la Primera República, nunca creyeron en la capacidad de los dominicanos para ser una nación libre y siempre estuvieron dispuestos a ceder nuestra soberanía al mejor postor.  La mayor parte de nuestra historia ha estado dominada por fuerzas conservadoras que han implantado gobiernos autoritarios, aliados a los poderes fácticos que han preferido sacrificar la libertad en aras de la defensa de un orden y una seguridad impuesta por fuerza de la “macana” en vez de por la “razón”.  El problema es que para gobernar por la razón se requiere de un pueblo educado, gobernado por estadistas y no por politicastros.

Duarte en cierto sentido se adelantó a las condiciones de su país en el momento que le tocó vivir.  Quizás sus viajes y estadía en ciudades como Nueva York, Londres, París, Hamburgo y Madrid le mostraron adelantos sociales difíciles de materializar en su lar nativo.  Pero, ¿no ocurrió algo similar con otras naciones latinoamericanas en las que sus libertadores también respiraron los aires de Europa y de los Estados Unidos?  Quizás Duarte más que ningún otro prócer de nuestra América fue tan mal pagado por sus conciudadanos.  Coincidimos con Vetillo Alfau Durán cuando afirma que “Ninguno de los altos próceres de América que en la lucha por la libertad se agigantaron, ha sido tan detractado y tan injustamente negado como Juan Pablo Duarte, en vida y en muerte”.  Esta apreciación dice mucho de nosotros los dominicanos.  ¿Se acuerdan ustedes de cómo la congoja luctuosa por la muerte de Trujillo se convirtió al poco tiempo en un irrefrenable desborde de odio pasional por todo lo que representaba o recordaba al tirano?  Quizás este el precio que se paga cuando se gobierna con el arma del miedo y del terror.  No obstante, ya muchos de nosotros nos hemos olvidado de ese tenebroso período de la Era de Trujillo y añoramos el regreso de otra mano dura que nos meta en cintura.

Juan Pablo Duarte representa al ciudadano ideal por el que debemos luchar los dominicanos, aun a sabiendas que alcanzarlo es una meta muy difícil de conquistar.  De la misma manera que los cristianos deben imitar a Cristo, nosotros debemos aplicarnos a seguir el ejemplo de ese dominicano puro que no se mancilló y que como dijera Manuel Arturo Peña Battle “Duarte supo vivir para el ideal;… supo morir para que su muerte diera aliento supremo al apostolado de su vida.”

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