Río de Janeiro. Una masa hedonista de hinchas se entrega al ritual pagano del Mundial: la fiesta en la playa de Copacabana de Rio. De repente, un grito se abre paso entre la asamblea de fieles del fútbol: «¡Aleluya! ¡Jesús nos salvará!».
Un centenar de evangélicos venidos desde la periferia y de una favela que desemboca en el famoso barrio turístico de Rio se dan la mano formando un círculo. Comienzan una plegaria regada de aplausos y alabanzas –«¡Gloria al Señor!»– ante un cordón impasible de militares que hacen guardia ante el lujoso Copacabana Palace, donde se aloja la plana mayor de la FIFA.
Los feligreses llevan pancartas en inglés y en portugués: «¡Jesús es la solución para usted!», se puede leer en una. El grupo tiene como misión aprovechar la Copa del Mundo y la gran afluencia de turistas llegados de todo el mundo para «evangelizar» al mayor número posible.
«Vamos a predicar la palabra de Dios y a distribuir 10.000 folletos. Somos una iglesia viva y dinámica», explica a la AFP el pastor Paulo Solimar, de la Asamblea de Dios, que oficia en la favela de Cantagalo.
Seleçao, sí, pero con moderación
El grupo también pretende distribuir 15.000 pequeños libros bilingües titulados: «Brasil, historia, hechos y curiosidades del fútbol». En ellos se cuentan anécdotas sobre el fútbol, así como las biografías de Pelé, Cristiano Ronaldo, Fabio Cannavaro y Lionel Messi.
El librito termina con un testimonio del jugador brasileño Kaká, Balón de Oro en 2007 y fiel evangélico destacado: «El verdadero sentido de la victoria es tener a Jesús en mi vida», dice.
La mayoría de los feligreses presentes en la playa tratan de no perderse, sin embargo, un partido de Brasil. «Hincho al máximo por la selección», comenta Ivanildo de Oliveira.
Eso sí, nada de beber alcohol mientras se mira el partido. Los tragos están prohibidos. Brasil, el país con más católicos del mundo (123 millones de los 200 millones de habitantes), está experimentando un crecimiento espectacular de las iglesias evangélicas y neopentecostales.
Estas instituciones agrupan ya a más de 40 millones de fieles –entre ellos la estrella recientemente lesionada de la Seleçao, Neymar– con un aumento del 61% en diez años (de 2000 a 2010), según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE, público).
De seguir este ritmo, superarán al número de católicos antes de 2040. En el parlamento brasileño, los evangélicos declarados representan un 15% de los 513 diputados.
Dogmatismo
El pastor Solimar atribuye el éxito de estas iglesias «al hambre espiritual de la gente y sobre todo de los más pobres, que sufren y se abren más al Evangelio».
Estas iglesias atraen, efectivamente, a un gran número de personas en situaciones de vulnerabilidad social a las que prometen curación y riqueza. Turistas e hinchas observan pasar al cortejo y aceptan, de mejor o peor talante, los folletos.
«Yo soy católica, pero es importante llevar la palabra de Dios en cualquier religión», dice a la AFP Rosangela, una asistente social brasileña de 40 años para la que «estas iglesias sacan a muchos jóvenes de la droga».
Zélia y Uieva, psicoanalista y psicóloga respectivamente, rechazan de su lado el desplegable. «Me muero de miedo con el aumento de los evangélicos, con su rigidez, su moral que es asfixiante», dice Uieva, que no tiene religión.
«Existe un dogmatismo en ellos que no me interesa nada», añade Zélia. Numerosas iglesias neopentecostales son acusadas de intolerancia hacia los homosexuales y de demonizar los ritos afro-brasileños como el Candomblé.
En el templo del Maracaná
Una mendiga a la que el grupo le propone «la ayuda de Jesús» aprovecha para pedir en retorno una «ayuda alimenticia de 3 reales (alrededor de 1,3 dólares) para tomar el bus». Pero se va con las manos vacías. A cambio, recibe el consejo de entrar en contacto con la Asamblea de Dios de su barrio.
En el grupo, los más jóvenes proceden de familias evangélicas. Los otros tienen una historia que les ha llevado a «querer ayudar a los demás». «Yo soy de la favela Penha, donde me dedicaba al tráfico de drogas, me prostituía. Me sentía solo, vacío», recuerda Albertino, de 29 años.
«Hace diez años, el pastor Marcelo me ayudó a salir de esa vida. Puedo salvar a otras personas», afirma ahora que es «casado y padre de familia». El 12 de julio, víspera de la final del Mundial en el Maracaná de Rio de Janeiro, 1.200 evangélicos rodearán la catedral del fútbol brasileño para «enviar un mensaje de paz al mundo».