En el mundo del periodismo

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face=Times size=3>En el mundo del periodismo</font></span></p>

DONALD GUERRERO MARTÍNEZ
Mi admirada colega, respetada amiga Angela Peña, “mujer de un corazón tremendo”, como ha expresado el escritor Miguel D. Mena, dedicó hace algunas semanas la entrega de su columna en HOY, a comentar situaciones que se viven en el mundo del periodismo, que no trascienden.

Con su lectura he tenido que recordar mis días en la corresponsalía de El Caribe en San José de Ocoa, desde pocos días después de su aparición en 1948.

Ella relata, con acierto, la verdad del caso de grandes empresarios, autoridades del alto clero, encumbrados militares o flamantes funcionarios públicos que “sienten y actúan, respecto de periódicos y periodistas, como si fueran pequeños trujillitos que deciden la suerte de reporteros, creadores de opinión y hasta de ejecutivos de medios de comunicación”.

Quienes hemos pasado por salas de redacción, o desde fuera tratamos de crear opinión, lo sabemos.

Se puede afirmar que procede así gente de una mal entendida hipersensibilidad que nadie debe tocar, piensan, “ni con el pétalo de una rosa”. Ellos están siempre a la espera de lisonjas y reconocimientos. Tienen motivos para esperarlos, porque aquí abundan como verdolaga premios, reconocimientos, homenajes y hasta condecoraciones que han perdido su valor intrínseco, porque fueron llevados por distintas vías al mercado público de la cualquierización. Cuando esas personas reciben alguna manifestación que ellos desean y creen merecer, su ego aventado no los deja darse cuenta de que muchas veces son solamente complacencias adulatorias.

Ahora bien. Como lo ha dicho Angela, cuando la lisonja les llega reaccionan al instante con el envío de frondosos arreglos florales o tarjetas con preciosos textos. Además, muy probablemente, el periodista queda incluido en la lista de candidatos a recibir en cualquier momento alguna atención “por su apoyo”.

La probada integridad, solidaridad y pantalones de propietarios, directores y jefes de redacción de diferentes medios, ha sido salvaguarda de comunicadores en cierto modo asediados “por muchos que retornan al pasado en el que están congelados.”

Más, debe repetirse algo sabido, y es, que desafortunadamente, esa especie no se encuentra en el universo del mundo del periodismo.

Angela señala con mucha propiedad, que nunca alguien a quien una información no satisface, recurre con buenas formas a la aclaración, réplica o enmienda. Eso nunca. Lo que hacen es mal usar la autoridad implícita en investiduras que frecuentemente olvidan su transitoriedad, y pobre del comunicador que no cuente con la ya citada integridad de los ejecutivos del medio.

De mis días como corresponsal de El Caribe en mi pueblo, tengo vivos los reclamos de dos funcionarios. Por suerte, no me causaron ningún perjuicio.

Se producían frecuentes bajas de voltaje en el alumbrado público, que lo proveía la hidroeléctrica del arroyo Parra. Elaboré una información que el periódico publicó un domingo. Al día siguiente, el señor Mota fue a la oficina donde yo prestaba servicios, y me dijo, confieso que en buena forma, que “las obras del gobierno no se criticaban”. Reaccioné rápidamente, diciéndole, pero Mota, es peor que la planta se dañe por descuido de algún empleado. Caso cerrado. Mantuvimos la amistad surgida desde antes.

Doña Josefa, presidenta de la rama femenina del partido, estaba inconforme con las informaciones que yo enviaba al periódico relacionadas con sus actividades. Ella deseaba que se copiara in extenso el programa desarrollado, sin quitarle ni ponerle una coma. Pero el manual de estilo de ese periódico mandaba resaltar lo más importante como noticia.

Me llamó al pasar un día por su casa, y ya dentro me dijo, “no te apures, deja que yo vaya a la Capital”. Viniera o no, se ocupara o no de esa tontería, no pasó nada.

No recuerdo si fue antes o después de esa vez que vi en su casa, y recuperé para el club social del pueblo, una alfombra que le había sido prestada para la celebración de una “velada”, que así se llamaban algunos actos culturales. La doña, debe haber sido por olvido, no había devuelto la alfombra.

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