En el Palacio

En el Palacio

POR MANUEL JIMENEZ
Un ejecutivo de una importante agencia de noticias internacional me llamó por teléfono en horas de la tarde de ayer pidiendo que le anticipara algunas de las consecuencias que supone tendrán las últimas “revelaciones” del ex coronel Pedro Julio Goico Guerrero (Pepe). Se trata de un experimentado periodista con oficina en los Estados Unidos, pero que, además, en el curso de su carrera, ha estado acreditado en importantes capitales del mundo, entre éstas varias de países latinoamericanos.

Acababa de leer un despacho fechado en Santo Domingo que daba cuenta de declaraciones ofrecidas en la víspera por Goico Guerrero, reconfirmando que manejaba una tarjeta de crédito del Baninter con la que se cubrían gastos del entonces presidente Hipólito Mejía.

Esas cosas resultan “muy extrañas” para mi amigo, pero más aún si se trataba de una tarjeta sin límite, expedida por una institución bancaria que colapsó y cuyos ejecutivos enfrentan cargos judiciales. En la nota despachada por la agencia se daba cuenta de las primeras reacciones del procurador general de la República, Francisco Domínguez Brito y más reciente, del Fiscal del Distrito Nacional, José Manuel Hernández Peguero. Este ultimo habló de iniciar los trámites para lograr la extradición de Pepe Goico desde Madrid, España, donde se encuentra hace más de un año, para que responda sobre el uso de esa tarjeta de crédito y también en torno a los vínculos que se le atribuye con Quirino Paulino Castillo.

En el marco de sus inquietudes, mi amigo periodista encontró espacio para algo jocoso, y es que le causó una gracia especial la frase del entonces jefe de la avanzada de Seguridad de Mejía en la que afirma que pudo haber comprado el Mar Caribe por metros cuadrados o la torre Eifel con la tarjeta, evidenciando su gran poder adquisitivo. Durante la conversación telefónica, recordé a ese ejecutivo de agencia que igual expectativa exteriorizó aquella noche de abril del 2003 cuando el país conoció la denuncia de las autoridades monetarias, apoyadas por la presencia del entonces presidente Mejía, de un “escandaloso fraude bancario”. Mi amigo pensaba esa vez que muchas cabezas rodarían por el suelo en este país, incluso, de las alturas de ese gobierno. Esa, decía mi amigo, era la consecuencia lógica de un escándalo de esa magnitud en una sociedad democráticamente organizada y con instituciones respetables. Claro, mi amigo nació y creció en Gran Bretaña.

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Pero aquella vez, como ahora, desinflé las expectativas de mi amigo. Habrá algo de tormenta, le dije,  algunos ríos se desbordarán, pero al cabo de unos días volverán a su cauce. Le recordé, también, que este es un país tropical, muy acostumbrado a los desastres naturales, contingencias que cuando se llevan al plano político por aquí le llamamos “tolerancia” o “convivencia”. Pero también le aclaré que Pepe Goico, que nunca fue tan temido como se pintaba, había abandonado el país con la anuencia de las autoridades presentes a sabiendas de la existencia de esa tarjeta, por cuyo uso fue traducido a los tribunales en una ocasión, y posteriormente absuelto. Aún está por establecerse, si cuando abandonó el país por un aeropuerto internacional bajo control de las autoridades de Migración, del DNI y la Dirección de Drogas, etc., tenía o no impedimento de salida. Unos dicen que sí y otros que no.

Lo cierto es que está en La Complutense, de Madrid, cursando una maestría en criminología y dando “!exclusiva!” a la televisión dominicana. Si alguien le aconseja bien, se decidirá por escribir un libro con lo que sabe y con su probable récord de venta aumentará su sospechada fortuna. Y es que Pepe adquirió notoriedad con Hipólito Mejía, quien le celebraba sus habituales ocurrencias con la prensa. Antes de eso, era un militar de influencias, pero a discreción. A principio de los 90, me encontraba en Miami junto al colega Máximo Manuel Pérez, quien trabajaba entonces para el Listín, cubriendo la operación a que fue sometido en un hospital local el fenecido presidente Joaquín Balaguer. Al mediodía, Pepe nos invitaba a ir en automóvil hasta la residencia del médico dominicano Rafael Antún a buscar unos almuerzos. En el trayecto de regreso al hospital, Pepe llamaba por celular a diario a quien supongo era un jefe militar en Santo Domingo. Aquella conversación siempre me causó hilaridad.

“La nevera sigue mejorando, ya esta enfriando bien. No dude que comience a tener escarchas”, comentaba en clave habitualmente en obvia alusión a la salud de Balaguer. Lo de militar se colegía por la manera en que se despedía: ¡Bien, jefe!.

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