En el Palacio

En el Palacio

POR MANUEL JIMENEZ
Esperaba en la Plaza Santa Cruz, muy cerca de Plaza Mayor, en el centro de Madrid, por la llegada del doctor Parmenides D’Oleo, Presidente de la seccional local del Partido Revolucionaria Dominicano (PRD), identificado con la corriente del licenciado Hatuey De Camps, cuando de repente escuche unos gritos desesperados de una mujer. Levante la mirada para curiosear y observe que una dama forcejeaba, ayudada por otra, con un hombre que luchaba por arrebatarle su cartera. A menos de 50 metros observaba inmóvil el forcejeo un policía de tránsito y aquello me pareció curioso.

Los gritos de la mujer hicieron que otros transeúntes fueran en su  auxilio, pues el centro de Madrid siempre registra muchas personas a toda hora del día y de la noche. El hombre, al no lograr su propósito, salió huyendo despavorido, pero con tan mala suerte que a pocos metros encontró dos agentes de la policía motorizada que acostumbran vigilar la zona, quienes decidieron perseguirle por aquellas calles estrechas y difíciles de transitar.

A poco rato, el hombre había sido atrapado, colocado de espaldas a una pared y requisado minuciosamente. El hombre tenía un perfil latino y había sido esposado para su posterior traslado a una comisaría en calidad de detenido. D’ Oleo, un profesional de la medicina con varios años de residencia en Madrid, y quien me había cursado una invitación a cenar aquella noche, me dijo que en el centro son habituales los asaltos y que por allí había que moverse con extremo cuidado, pese a la permanente vigilancia de la policía. Pero la capital española, en sentido general, es segura para el turista, quien, sin embargo, debe observar normas habituales de seguridad personal. Parmenides, que confianza sus nostalgias por su país de origen, se siente bien en España.

 Como profesional de la medicina, labora para una clínica ubicada muy cerca de la Gran Vía y no tiene que estar inmerso en luchas gremiales ni promoviendo huelgas en los hospitales. Su contrato de trabajo le obliga a laborar solo para esa clínica, donde es especialista en trasplante de riñones. “Yo no puedo trabajar en ningún otro lado como, por ejemplo, ocurre en Santo Domingo, donde los médicos trabajan en el hospital y tienen su consultorio privado”, me dijo. En España la medina es socializada y el mismo Parmenides es un patético ejemplo de los avances que en materia de salud ha logrado España. A él fue necesario realizarle un trasplante de su ojo derecho y no tuvo que pagar un solo centavo.

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Cuando me contaba de esto, tuve que recordar los serios tropiezos por los que atraviesa aún una ley de seguridad social en la República Dominicana y hablarle de las incontables huelgas de nuestros médicos, dejando los pacientes a su suerte, en demanda de mejorías salariales y asistenciales. Es cierto que hay que guardar la distancia, que España no es República Dominicana, pero inequívocamente seguimos  en pañales. Mientras cenábamos, en una zona tranquila apartada del centro de Madrid, en un restaurante propiedad de un español casado con una dominicana oriunda de Villa Altagracia, Parmenides recibió una llamada a su celular de un odontólogo dominicano que aquella noche festejaba su cumpleaños.

Celebraba en un bar cubano en el centro llamado “La Negra Tomasa”. En el curso de la cena, Parmenides y yo, a quien conocí por la mediación de mi compadre Orlando Gil, pasamos revista a lo que pasa en el país y se mostró sinceramente esperanzado en un avance, de que el  pasado reciente definitivamente quedaba atrás, pero igualmente me habló de su convencimiento del liderazgo del licenciado De Camps en el PRD. D’Oleo, al igual que gran parte de los dirigentes del comité de este partido en España, son fieles seguidores de Hatuey. Nos fuimos a “La Negra Tomasa” y el ambiente era ruidoso y alegre.

Una orquesta de planta, integrada por músicos cubanos amenizaba y allí se encontraban otros dominicanos. El número de odontólogos dominicanos en España, especialmente en Madrid, es alto y los beneficios parecen buenos, a juzgar por su estilo de vida. Un dominicano me advirtió que antes de mi regreso a Santo Domingo no dejara de cruzar por los frentes de la embajada dominicana, ubicada en el Paseo de la Castellana, y que pusiera atención en la Bandera Nacional. Así lo hice, y ciertamente el lienzo tricolor luce seriamente deteriorado y sucio. Da la impresión que cuesta mucho cambiarla por una nueva.

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