En el Palacio

En el Palacio

POR MANUEL JIMÉNEZ
Mi encuentro con Ricardo Bello fue algo casual. Caminaba por esa cautivante zona de la Marina, de Casa de Campo, La Romana, la noche del domingo, recreando la vista con aquellos impresionantes yates y otros tipos de embarcaciones ancladas en el muelle. Uno tiene que preguntarse cuánto dinero es necesario tener para disfrutar de todo el confort que aquello representa. La mayoría de las embarcaciones allí ancladas son esencialmente de lujo. Mis ojos no habían conocido detalles tan impresionantes y eso que acumulo muchas horas de vuelo, por razones estrictamente profesionales, en las que he visitado decenas de países en varias partes del mundo. Pero debo confesar que el domingo en la noche me sentí lejos de República Dominicana. Aquello era otro mundo.

Apartamentos lujosos construidos en torno a La Marina, rentados o propiedad de personalidades del Jet Set internacional que llegan en sus yates o en sus aviones privados, con automóviles deportivos de elevados costos, estacionados en marquesinas techadas, con restaurantes, tiendas, bares y un supermercado ampliamente abastecido a su disposición. No todos son extranjeros, pues una buena parte son dominicanos ricos que no conciben un fin de semana sin dar calor a sus villas o lujosos apartamentos. La vista hacia el río Chavón completa ese cuadro espectacular que gustaría ser del disfrute del más austero de los humanos.

Las tentaciones te invaden mientras camina por este sueño, todo esto en un país donde más de la mitad de la población está en la línea de pobreza. La opulencia y el confort que se respira aquí compiten con creces con esa penosa realidad social y económica de República Dominicana. Bello es un viejo amigo, fue director general de Bellas Artes años atrás y junto a su esposa, una amable china llamada Susana, ha abierto en La Marina el restaurante “Chinois”. Está ubicado en una plaza con amplia vista al mar, compitiendo con otros restaurantes de calidad, pero ellos tienen una basta clientela que disfruta de sus platos chinos, pero sobre todo, de sus buenos precios. ¡Ricardo, esto es verdaderamente impresionante!, le dije emocionado. “No Manuel, esto es una mentira”, me aclaró Ricardo. Su salida me impactó ¿Y porqué? Atiné a preguntarle. “Porque es mentira decir que en este país no se va la luz, que se recoge la basura y que se puede vivir sin temor a ser asaltado o víctima de la agresión de algún delincuente”, me respondió Bello. Obviamente, no hacía más que plantear el contraste entre vivir en aquel paraíso de Casa de Campo o en cualquier otra ciudad de República Dominicana. Ricardo y Susana optaron por llevarse a su hijo mayor a residir junto  a ellos en Casa de Campo, después que milagrosamente salvara la vida al ser víctima de un asalto, momentos después de cerrar otro restaurante que la familia posee en una céntrica calle de la capital. Aquí lo sienten más seguro. ¿Pero cuántos  dominicanos pueden tener esta opción?

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Ricardo y Susana me dispensaron un trato exquisito. Me dieron a probar algunos de sus platos e insistieron en que disfrutara de su menú hasta que mi capacidad gastronómica no pudo más. Son una excelente parejas. La noche anterior, es decir, el sábado, había asistido a una actividad internacional.

La firma BAP Development, con sede en La Florida, anunció el lanzamiento de un complejo de apartamentos en torno al campo de golf Dye Fore, en Alto de Chavón, con una inversión de US$45 millones. Se trata de un proyecto dirigido esencialmente a jugadores intencionales de golf, gente con capacidad para gastarse entre US$600,000 ó un millón de dólares. Juan José Arteaga me presentó a Alex Rodríguez, una de las estrellas del béisbol de Grandes Ligas, quien era una de las atracciones, en el marco del lanzamiento del proyecto junto a la ex Miss Universo, Amelia Vega.

Alex me pareció simpático, pero pese a mi condición de periodista, me ratificó su inconformidad con la prensa deportiva de la República Dominicana. Me dio la impresión de que los colegas de la crónica deportiva no lo entienden  y que él tampoco hará esfuerzos por entenderse con ellos. Aquí se la pasa jugando al golf con Arteaga y los hermanos Alfonso y Pepe Fanjul, dueños del exclusivo complejo turístico, fuera del alcance del lente de algún fotógrafo o de la grabadora de algún cronista de deportes. Lo bueno de todo es que aquí, los paparazzis sólo existen en broma.

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