En el Palacio

En el Palacio

POR MANUEL JIMÉNEZ
Cuando la caravana encabezada por el presidente Hipólito Mejía ingresó al campus de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), grupos de estudiantes comenzaron a movilizarse hacia la parte frontal del imponente edificio de la Biblioteca Central, pero aquel movimiento no pareció inquietar a los miembros de la seguridad ni a los acompañantes del jefe de Estado.

Mejía descendió de su jeepeta, formalmente vestido, de saco y corbata,  y de inmediato recibió el saludo de bienvenida del rector Porfirio García y de otras autoridades del recinto. Mientras Mejía ingresaba al interior del edificio, los periodistas comenzamos a escuchar vagamente las consignas que lanzaban los estudiantes que se congregaban en la parte frontal, pero nadie parecía anticipar que aquello terminaría en un mayúsculo incidente.

El ambiente en el salón de conferencias, en la primera planta del edificio, era diametralmente opuesto a la situación que se vivía afuera. Los presentes en el salón recibieron con aplausos al presidente Mejía y sus acompañantes, entre ellos Hernani Salazar, director de la Oficina Coordinadora de Obras del Estado, y el ex consultor Jurídico del poder Ejecutivo, Guido Gómez Mazara.

Pronunciaba su discurso el rector García cuando se vio al jefe del Cuerpo de Ayudantes Militares, mayor general Carlos Díaz Morfa, salir apresuradamente con un radio portátil en sus manos, lo que dio la primera señal de que el ambiente se deterioraba fuera del edificio. Díaz Morfa reingreso al salón, pero entonces se observó salir y entrar varias veces al subjefe del Cuerpo de Ayudantes Militares, el coronel Lachapalle, quien secreteaba repetidas veces a los oídos de Díaz Morfa.

Miguel Vargas Maldonado, secretario de Obras Públicas, era el último en la agenda de oradores y en esos momentos la tensión entre la cúpula de la seguridad del presidente Mejía era más que evidente. Llamé al fotógrafo de este diario, Eduardo López, y le pedí que saliera, pues era evidente que algo inusual se estaba presentado afuera.

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Unos minutos después decidí también abandonar el salón, sin esperar la conclusión de la ceremonia inaugural, y encontré que oficiales militares habían cerrado la puerta de acceso al edificio, en tanto que comandos elites de los denominados “swat” estaban afuera, en posición de alerta, mientras una veintena de estudiantes lanzaban consignas en  sus narices.

Testigos dijeron que uno de los miembros de la escolta había agredido a un estudiante, pero que la intervención de otros oficiales evitó consecuencias mayores. Varios estudiantes incendiaron un lote de basura próximo a la facultad de ingeniería, en tanto que otros comenzaban a lanzar piedras hacia el área de la biblioteca desde diferentes ángulos hacia la calle frontal al edificio, donde estaban estacionados el vehículo del presidente Mejía, los de sus escoltas, así como de los medios de prensa.

Repetidos disparos comenzaron a escucharse, algunos de ellos realizados por un oficial uniformado. Otros disparos esporádicos se escucharon cuando aún el presidente Mejía y sus acompañantes se encontraban en el interior de la Biblioteca. Alguien dio la orden de movilizar los vehículos hasta la parte posterior del edificio, pero en realidad no se hizo más que colocar la caravana presidencial de frente al grupo de estudiantes que desde un área cercana a la facultad de Humanidades se empleaba a fondo lanzando piedras.

Mejía esperó unos segundo hasta la llegada de una jeepeta, que no es la que usa habitualmente, y celosamente rodeado montó sobre el asiento trasero. La pedrea arreció, algunos de los funcionarios corrieron hacia sus respectivos vehículos, mientras sus guardaespaldas disparaban sus pistolas al aire. Camarógrafos y fotógrafos no se amilanaron, se ubicaban y movían con rapidez en busca del ángulo perfecto para sus tomas. Desde el entorno de la jeepeta abordada por el presidente Mejía, los oficiales de la escolta disparaban repetidas veces sus armas. Los disparos eran de disuasión, hacia arriba.

Las cosas sucedían con mucha rapidez y en dos ocasiones la caravana presidencial se taponó por algunos segundos. Los cristales traseros de la jeepeta del secretario de Obras Públicas estallaron por el impacto de dos piedras. Otra piedra alcanzó el vehículo del secretario de la Presidencia y al del subdirector de Prensa, Rafael Peralta Romero. Sobre la parte trasera de un vehículo del Listin Diario subió inadvertidamente un oficial militar que disparaba al aire su metralleta automática y dos camarógrafos que se lanzaron a la parte trasera del vehículo de RTVD fueron golpeados ligeramente por las piedras.

Miguel Linares, regidor del PRD, se lanzó al suelo y fue captado por las cámaras de televisión al pie de una caseta telefónica. La camioneta de este diario recibió al menos cinco pedradas, una de las cuales averió el cristal delantero. Cuando la caravana presidencial pudo salir de la zona de la pedrea, observé a grupos de estudiantes que corrían hacia el edificio recién inaugurado. En mis años de servicio en Palacio nunca había escuchado tantos disparos en presencia de un Presidente.

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