En el Palacio

En el Palacio

Cuando hace más de una década fui asignado por la dirección de este diario a cubrir la fuente del Palacio Nacional encontré allí a un camarógrafo muy original, talentoso e inquieto. A simple vista me pareció controversial y polémico, pero en la medida que fui tratándole y estrechando amistad con él, resultó ser una excelente persona, un buen profesional y un hombre dedicado por entero a su trabajo.

A Rafael Rodríguez mucha gente llegó apreciarle pese a su carácter indomable, sus convicciones algunas veces fuera de molde, pero en definitiva cónsona con sus principios. La manera de cargar sus herramientas de trabajo, cámara, baterías y micrófonos, lo hacían mucho más peculiar. Se diferenciaba del resto de sus compañeros. Llevaba siempre un gran cinturón colgado de la cintura en el que almacenaba sus baterías, en su chaleco especial cargaba casetes y su par de sándwiches a base de huevo y tomate que traía desde su casa para desayunar en medio de la faena, pues era el primero en llegar a su fuente, el Palacio Nacional.

Rodríguez afanó mucho, luchó de manera incansable, fue testigo de excepción de muchos acontecimientos noticiosos de importancia tanto en el país como en el extranjero. En las administraciones de Salvador Jorge Blanco y Joaquín Balaguer fue siempre el camarógrafo oficial en los viajes al exterior, debido a su condición de reportero gráfico de Radio Televisión Dominicana.

En una ocasión me habló de que había logrado editar un video donde incluía una variedad de fílmicas interesantes de las campañas de Balaguer en los años 90 y 94. Le compré los dos videos, que aún conservo, por la suma de RD$300. Le aconsejé que podía hacer dinero con ese material, que él era probablemente el único camarógrafo que se había interesado por archivar aquellas fílmicas, que constituían y siguen constituyendo un legado histórico.

Pero más que el dinero, a Rodríguez lo que le interesaba era mostrar lo capaz que era, quería que se le distinguiera y reconociera como un hombre de iniciativas, creador, audaz con el lente y frente a unos equipos de edición, pero tímido a la hora de querer hacer fortuna. En una ocasión se entregó de lleno a escribir una novela en la que recordaba su pasado revolucionario, pues siempre contaba que teniendo apenas 15 años de edad, había estado en la zona constitucionalista, al lado del extinto coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.

Algunos ponían en duda su relato, pero él se aferraba y defendía su verdad a rajatablas. Lamentablemente, esta falta de reconocimiento y de solidaridad pareció ser el norte en su vida. Pocos, muy pocos valoraron su trabajo y su entrega.

Su trabajo en Radio Televisión Dominicana (RTVD) siempre estuvo en alta y en baja. Muchas veces, muy en contra de su voluntad, tuvo que recurrir al auxilio de algún amigo de poder en el Palacio Nacional para que no le sacaran de la fuente. Se le calumniaba, le creaban obstáculos, pero él pacientemente se iba imponiendo, a veces con dolor y tristeza al descubrir que sus propios compañeros conspiraban en su contra.

Finalmente, meses atrás, Rodríguez fue sorpresivamente removido de la fuente presidencial, sin motivos aparentes y entendió que se le trataba de humillar al asignarle funciones con la que no estaba de acuerdo. En ese trance, llegó su cancelación. Lo despidieron después de más de 20 años laborando para la planta de televisión del Estado. Se fue a la calle con la esperanza de por lo menos ser compensado con sus prestaciones laborales, como acuerda la ley. Pero en la espera le diagnosticaron un cáncer y entró en una nueva lucha de la que no pudo salir victorioso.

Sus prestaciones nunca llegaron y sus amigos tuvimos que recurrir hasta la realización de colectas periódicas para ayudarle con sus medicamentos, tocar algunas puertas como la de doña Peggy Cabral que ayudó a cubrir parte de su terapia y justo es reconocer, también, la ayuda del consultor Jurídico del Poder Ejecutivo, Guido Gómez Mazara, quien diligenció un decreto de pensión y solventó personalmente algunas de sus necesidades hasta la hora de su muerte, según me cuentan. Su cadáver fue velado en su propia casa.

Es probable que ese fuera su deseo o quizás porque nadie se ofreció para diligenciarle un funeral en Savica. Rodríguez es un espejo de lo ingrata de esta profesión. En vida fue víctima de muchas incomprensiones y en el colapso de su vida enfrentó el dolor de un cáncer incurable y la soledad de todos aquellos a quienes sirvió con su cámara, pero sobre todo la angustia de dejar a su familia en un futuro incierto.

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