En el palacio

En el palacio

POR MANUEL JIMÉNEZ
El nuncio de su Santidad, monseñor Giordano, estaba parado a mi lado en una de las ventanas frontales del palacio presidencial en Puerto Príncipe, contemplado las protestas que escenificaban grupos de revoltosos a propósito de la presencia en Haití del presidente Leonel Fernández. Movía la cabeza y me miraba en silencio. Daba la impresión de que no comulgaba con aquel espectáculo en un país donde, al parecer, se ha institucionalizado el caos y la anarquía.

En otro extremo del salón, el ex embajador haitiano en Santo Domingo, Fritz Cinea, se esmeraba en testimoniar al periodista Leo Reyes, de El Nacional, el aprecio con que siempre ha distinguido a los dominicanos. “República Dominicana me trató muy bien. Recuerdo mucho al presidente Guzmán”, comentó como queriendo disculpar a sus compatriotas que escandalizaban afuera del palacio presidencial y llamaban ¡asesinos! a los dominicanos. Los embajadores de Italia, Giorgio Sfara y de Gran Bretaña, Andy Ashcroft, que vinieron a Puerto Príncipe como invitados especiales del presidente Fernández, permanecieron por buen rato observando aquello desde las ventanas del palacio, pues, al final, el lado haitiano no quiso que estuvieran presentes en las reuniones bilaterales, aseguraron fuentes. El presidente Fernández había tenido un buen recibimiento en el aeropuerto Toussaint Loverture a media mañana del lunes, pese a un retraso de cerca de dos horas en su llegada. El percance generó una no muy disimulada preocupación entre el personal de la embajada dominicana, pues desde las 8:00 de la mañana esperaban por Fernández en la terminal aérea el presidente Boniface Alexander y el primer ministro Gerard Latortue, entre otras altas autoridades haitianas.

El lunes fue soleado en Puerto Príncipe. Dentro de las instalaciones del palacio presidencial se tomaron medidas especiales de seguridad en las que intervinieron los efectivos de las Naciones Unidas. En la plaza Champs-Des-Mars, sin embargo, los manifestantes antidominicanos se movían a sus anchas. Corrían de un extremo a otro, saltaban, gritaban y cantaban a coro. Aquello no parecía una protesta, más bien recreaba un ambiente carnavalesco.

Fernández y su comitiva hicieron acto de presencia en la sede del gobierno a las 11:00 de la mañana y cuando aquel grupo, de poco más de un centenar de personas, escuchó las notas del himno dominicano, estalló en una especie de cólera. Las consignas “!Qué se vaya Fernández!,  ¡Abajo los dominicanos y asesinos!”, se escuchaban a las puertas de la mansión presidencial. Lanzaron ramas secas sobre el pavimento, la incendiaron y bailaron  en círculo en torno a las llamas en una especie de ritual. Mas tarde lanzaron neumáticos  sobre el fuego que avivaron con gasolina. La humareda que salía se tornaba cada vez más espesa y si el ambiente no se hizo irrespirable en el interior del palacio presidencial fue porque afortunadamente el viento soplaba en otra dirección. Las primeras escaramuzas entre revoltosos y policías fueron a causa de la orden de retirar los cartelones que los jóvenes llevaron, incluso, en contra del primer ministro. Forcejearon cuerpo a cuerpo, los jóvenes corrían y se dispersaban, pero más luego  se reagrupaban y tomaban fuerza. Una unidad de los bomberos se presentó para apagar los neumáticos, pero los manifestantes salieron al paso y la obligaron a retroceder. Unos 20 minutos más tarde, los bomberos retornaron, esta vez auxiliados por policías antimotines. Apagar finalmente las llamas fue hasta divertido. Los revoltosos desafiaron los caños de agua a presión, algunos rodaron por el suelo, otros se las ingeniaban para pulsear con los bomberos y los policías por el control de la manguera y en este pugilato se mantuvieron por buen rato. Al final, las llamas y el humo desaparecieron y los revoltosos parecieron replegarse. Pero esta era la impresión. En realidad, marcharon hasta el mausoleo del Panteón Nacional, muy próximo al Palacio Presidencial, hasta donde extendieron la protesta bajo el conocimiento previo de que el presidente Fernández se proponía depositar una ofrenda floral en este lugar. Frente al mausoleo incendiaron neumáticos y se movilizaron sin encontrar resistencia entre las autoridades. Cuentan que cuando el presidente Fernández fue informado de este nuevo percance, ordenó que una comisión de la embajada lo representara y depositara las flores, pero nadie se sentía motivado a cumplir la orden, a excepción de Cheché Luna, el cónsul en Cabo Haitiano, que decididamente dijo: ¡Yo voy! Las flores, sin embargo, nunca llegaron a su destino.

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