En el palacio

<p>En el palacio</p>

POR MANUEL JIMÉNEZ
República Dominicana tendría una mayor resonancia internacional si la prensa local y extranjera tuviera acceso con mayor frecuencia a los casos de personalidades  mundiales que visitan periódicamente este país caribeño. Por ejemplo, la semana antepasada estuvo en Casa de Campo, la Romana, el ex secretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld, conocido como el arquitecto de la guerra de Irak.

Rumsfeld se pasó una semana en una villa ubicada en Costa Verde, donde compartió con amigos locales como Alfonso Paniagua, ejecutivo del Central Romana y Juan José  Arteaga, funcionario del Banco del Progreso. La presencia de Rumsfeld pasó desapercibida y sólo trascendió una semana después de su partida. Casa de Campo impone restricciones para ofrecer a la prensa informaciones relativas a sus huéspedes y de éste tipo de visita sólo se conoce cuando son filtradas por algunas fuentes. Por ejemplo, se está hablando de que para la semana entrante estaría visitando ese complejo turístico el ex presidente estadounidense, George Bush, padre. Bush, el padre del actual presidente de los Estados Unidos, acostumbra vacacionar en la villa del rico empresario venezolano, Gustavo Cisnero. Sobre la visita de Bush padre no hay nada confirmado, pero algunas fuentes aseguran que han escuchado versiones en este sentido. Rumsfeld presentó su renuncia al cargo en la primera semana de noviembre pasado y fue reemplazado por Robert Gates, quien está empeñado en un cambio de estrategia en la guerra de Irak. Hay que destacar que la renuncia de Rumsfeld se produjo después de la derrota republicana en las recientes elecciones congresionales en Estados Unidos. Y, de otro lado, dicen que el presidente Bush no incluyó a República Dominicana en la gira por América Latina porque este país no ha formalizado su ingreso al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Centroamérica (DR-CAFTA). Recuerden que el presidente Fernández le cursó una invitación para visitar Santo Domingo cuando estuvo en la Casa Blanca.

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El amor no tiene fronteras, es lo que se ha dicho siempre y esto parece ser más verdad que mentira. El que tenga dudas que se lo pregunte al sargento paracaidista de la Fuerza Aérea Dominicana, José Miguel Cabrera Alcántara y a la polaca, también paracaidista, Ágata, hoy de Cabrera. La polaca, blanca como la leche, llegó al país recientemente para participar en las exhibiciones de saltos en paracaídas celebradas ayer en la base aérea de San Isidro en ocasión de una graduación castrense. Pero el día anterior, es decir el miércoles, contrajo nupcias con el suboficial dominicano, delgado y de tez mulata. El día de la boda, según narró el maestro de ceremonias, Osvaldo Cepeda y Cepeda, ambos saltaron desde ocho mil pies, abrazados. ¡Cuánto amor! Ayer, volvieron a saltar desde la misma distancia, esta vez junto a colegas paracaidistas de México, Estados Unidos, El Salvador, Inglaterra, Brasil y República Dominicana. Después de una breve ceremonia de saludo al presidente Leonel Fernández, el mandatario decidió llamar a la pareja de recién casados hasta su presencia para felicitarles. Sin embargo, un oficial de la escolta presidencial por poco daña el figureo al sargento Cabrera Alcántara, pues se empecinó en no dejarlo pasar,  pese a que previamente, sin ningún celo y con esmerada cortesía, había dejado cruzar a la polaca. Fue preciso que interviniera un superior para que el oficial, prieto como el carbón, permitiera el paso al esposo de la polaca y, por demás, su compañero de arma. Todavía nos asalta el complejo de Guacanagarix.

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En su condición de ex senador por Samaná, el doctor Milton Ray Guevara, recibió una invitación formal para estar presente en el acto reciente de inauguración del aeropuerto internacional de El Catey, en esa provincia. Pero sucede que ese día tenía viaje con destino a Nueva York para cumplir una misión como miembro de la comisión de juristas que redacta el proyecto de reforma constitucional. Para evitarle molestias, se le invitó a viajar en un helicóptero militar a El Catey e igualmente a regresar en ese aparato para evitar que perdiera su vuelo a la ciudad de los rascacielos. Es decir, no fue un acto de privilegio, sino, más bien, una invitación forzada por las circunstancias.

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