En el Palacio

En el Palacio

POR MANUEL JIMÉNEZ 
Cuando una prestante y distinguida dama dominicana me obsequió el libro “La Tierra es Plana”, del periodista estadounidense Thomas Friedman, no llegué a imaginarme que su lectura me absorbería y cautivaría al grado que apenas pude percatarme de las horas de vuelo que tuve que cubrir recientemente en una travesía por el Asia y parte de Europa. Me entregué con pasión a su lectura y en esta tarea consumí prácticamente la ruta entre Los Ángeles y Taipei, y días después  una parte de la travesía entre la capital de Taiwán y Londres, con una breve escala en el aeropuerto de Hong Kong.

Apenas descansaba por ratos, pero volvía a la carga hasta que pude devorar sus cerca de 500 páginas. Pasaban las 8:00 de la noche del domingo 25 de junio cuando el avión de China Airlines, que había partido la tarde del sábado desde Los Ángeles,  inició el descenso hacia el aeropuerto internacional Chiang Kai-Shek, en las afueras de Taipei. Es usual que después de un vuelo tan prolongado, sin prácticamente dormir en el avión, te sientes como un zombi, con un sueño y un cansancio que conspiran contra tus fuerzas para mantenerte de pie; así es que después de los trámites reglamentarios de migración, un atento funcionario del Ministerio de Información de Taiwán, David Tao, me condujo hasta el Grand Hotel, donde ya había hecho reservaciones, para un descanso de algunas horas. A las 5:00 de la madrugada del lunes 26 estaba prevista la partida al aeropuerto para el recibimiento al presidente Leonel Fernández, su esposa Margarita Cedeño de Fernández, y el resto de su comitiva, integrada entre otros por el toletero de Grandes Ligas Sammy Sosa, cuya popularidad en Taiwán es indiscutible. Pese a la hora, en las áreas de recibimiento de la moderna terminal se encontraban algunos jóvenes chinos con bolas de béisbol y postalitas con la efigie de Sosa listos para jugársela, acercarse al afamado jonronero dominicano y lograr su autógrafo. A esos chinitos no les llamaba la atención que un Presidente de un país amigo estuviera llegando a su suelo patrio en visita oficial, su interés y su atención estaban en Sosa. Algunos lograron acercarse, extenderle la bola de béisbol, pero sin aspavientos, más bien con timidez, y los que no pudieron lograr este propósito se fueron hasta el Grand Hotel, detrás de la caravana.

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El acceso hasta el Grand Hotel, una enorme y vistosa edificación de arquitectura oriental, esta franqueada por un gran portón, y sólo hasta ahí pudieron llegar los fanáticos de Sosa. Aquella mañana, la primera actividad en la agenda del presidente Fernández fue una visita a la sede de la Federación Textil de Taiwán, pero el recio toletero prefirió permanecer en sus habitaciones descansando y no seguir los pasos de la comitiva presidencial. En uno de los pisos superiores del edificio que aloja las oficinas de la Federación se instalaron tres extensas mesas en forma rectangular y en uno de los asientos figuraba el nombre “Sammy Sosa”, pero la silla estaba vacía. El coronel médico Francisco Araujo Vidal, de la seguridad presidencial, es un hombre de estatura normal, mulato y delgado, detalles físicos suficientes para que unas bellas chinitas presentes en el salón le confundieran con Sammy y corrieran a su encuentro. Araujo lució asombrado cuando aquellas jóvenes le sorprendieron solicitándole su autógrafo, pero rápidamente se percató de que todo había sido una confusión. Qué frustración le embargó, pues después de todo, aquellas chinas eran realmente hermosas, pero buscaban a otro.

La agenda presidencial de ese lunes en la mañana se cumplió sin Sammy Sosa y su inseparable amigo Domingo Dauhajre. La comitiva llegó posteriormente a las oficinas del Metro de Taipei, un proyecto que comenzó a desarrollarse  en la década de los años 80 y aún no termina, pero que ha sido una herramienta básica en el progreso y expansión de aquella ciudad. Allí, también, estaban los jóvenes chinos buscando a Sammy Sosa. ¡Se quedó en el hotel!, se les informaba.

Después de un almuerzo que las autoridades del Metro dedicaron al presidente Fernández y su comitiva, retornamos al hotel y más tarde vi bajar al lobby a Sammy y su amigo Minguín, elegantemente vestidos y descansados. En el lobby estaban otros jóvenes chinos, -me preguntaba si eran los mismos de la mañana- se colocaron en ordenada fila delante de Sosa, sin decir nada. “Sosa, te están haciendo fila, le comenté, y entonces el afamado pelotero comenzó a firmar bolas y postales, incluso aceptando invitaciones a posar para fotografías. Ese es el precio de la fama.

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