En el Palacio

En el Palacio

POR MANUEL JIMÉNEZ
Ya anochecía cuando aquel miércoles 22 de marzo la comitiva encabezada por el presidente Leonel Fernández inició el viaje a la ciudad de Cambridge desde su hotel en el centro de Londres. A bordo de dos limusinas Jaguar cedidas por el gobierno británico y otros dos vehículos tipo “Van” la comitiva presidencial cumplió el trayecto en aproximadamente dos horas. Cambridge es una ciudad moderna y vibrante que ha tenido un papel muy importante en la historia de Inglaterra.

Entre sus principales atractivos figura el de albergar una de las mejores universidades del mundo. Pese a su milenaria historia, se le bautiza como una ciudad joven, llena de estudiantes, cafés, bares y con una vida nocturna sobresaliente. Rebosa también de una cultura histórica con muchos museos y monumentos, pero en las últimas décadas se ha transformado en uno de los mejores lugares en Gran Bretaña para la tecnología y las ciencias. La comitiva dominicana, además del presidente Fernández y su esposa Margarita Cedeño de Fernández, la integraban la secretaria de Educación Superior, Ligia Amada Melo; el Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Roberto Reyna; el director del Centro de Inversión y Exportación, Eddy Martínez; los embajadores Andy Ashcrof, de Inglaterra y Aníbal de Castro, de República Dominicana; el director de Prensa, Rafael Núñez; el jefe del Cuerpo de Ayudantes Militares, mayor general Ramón Aquino y el asistente presidencial, Danilo Pérez. El resto de la comitiva oficial permaneció en Londres, pues a Cambridge se viajó para aspectos muy formales y puntuales. Esa noche no hubo actividad oficial, el presidente Fernández salio de su hotel y fue a un restauran a cenar junto a la comitiva y visitó el “Potter House”, un lugar de atracción turística por ser donde se ruedan las películas de Harris Potter. A la mañana del jueves siguiente le esperaba una agenda apretada que incluía una visita a la sede de la Biblioteca de Cambridge, reuniones con sus autoridades y la firma de un acuerdo entre este centro académico y la Universidad Autónoma de Santo Domingo, la más vieja del Nuevo Mundo. En realidad, se trató de un encuentro entre dos mundos.

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La Universidad de Cambridge es la segunda universidad de habla inglesa más antigua del mundo (la primera es Oxford, también de Inglaterra). De acuerdo a la leyenda, la universidad fue fundada en 1209 (casi tres siglos antes del descubrimiento de la Hispaniola) por académicos que huyeron de Oxford, luego de una reyerta con gentes de esa ciudad. El rey Enrique III de Inglaterra les concedió el monopolio de la enseñanza en el lugar en 1231 y junto a la de Oxford, Cambridge forma en la actualidad a una gran cantidad de los más destacados científicos, escritores y políticos de la Gran Bretaña. Su biblioteca está conformada por unos 160 kilómetros de libros y cada año aumenta otros dos kilómetros. Esta academia invierte anualmente en publicaciones seis millones de dólares y el dato llegó a impresionar de tal manera al presidente Fernández que comentó a la secretaria de Educación Superior, Ligia Amada Melo, que en estos tres primeros años asignaría un millón de pesos anual a la recién inaugurada biblioteca de la UASD. El edificio central de la biblioteca de Cambridge impacta a primera vista. Su arquitectura de varios siglos antes del descubrimiento de América concentra al visitante en la meditación. El orden y el silencio impresionan, cada estudiante o visitante luce concentrado en el examen de su libro, al que parece proteger con especial esmero. Sobre cada mesa de lectura hay unos almohadones sobre lo que el lector coloca la obra para proteger su carátula o portada. En el recorrido por las instalaciones observamos como los libros son conservados en tramos modernos, a temperatura controlada, a salvo de la polilla.  Toda aquella infraestructura cuesta un dineral y en eso parecía pensar el rector de la UASD, Roberto Reyna, quien acompañó al presidente Fernández en la visita. Pero no sólo ese detalle llamaba la atención al académico dominicano. Le impresionaba también aquel silencio, el esmero y la concentración de los lectores que encontramos sentados en los salones, así como la limpieza que resplandecía en el más apartado rincón. ¡Tenemos que llegar a esto algún día!, me comentó visiblemente emocionado. El presidente Fernández, de su lado, lucía en sus aguas, se detenía por rato ante cada tramo para examinar una determinada obra y su autor, intercambiando frases con algunos de sus acompañantes, entre estos el embajador dominicano en Londres, Aníbal De Castro. Cada tramo de aquella biblioteca parecía guardar algo nuevo, novedoso y así seguimos hasta el final, de sorpresa en sorpresa.

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