En el palacio

<p>En el palacio</p>

POR MANUEL JIMÉNEZ
Lucilda, sudorosa y bien apeñuscada en una extensa cola humana, no parecía preocupada ni mucho menos maltratada. Había llegado temprano sobre un mulo al municipio de Comendador, provincia Elías Piña, pues desde hace una semana en su campo se regó la voz de que el presidente Leonel Fernández estaría por el pueblo repartiendo cajas con alimentos. Con sus más de 60 años encima, no pensó mucho en las consecuencias.

Suerte que los hombres fueron formados de un lado y las mujeres en otro y que los repartos se hacían con relativa organización, pese a los empujones y jaleos en las filas. Lucilda no tiene marido, pero es madre de seis muchachos, tres de ellos adultos. Uno está en la capital y el otro en San Juan de la Maguana. Los restantes hijos viven con ella en un campo cercano a El Llano, donde la pobreza y la falta de oportunidades para ganar algo hace que los jóvenes emigren a temprana edad a las grandes ciudades. “Ustedes, en la capital, tienen su comida resuelta, aquí hay que buscársela”, me dijo cuando le pregunté si se sentía a gusto cogiendo sol y empujones en una fila. Los políticos dicen que esto lo hace el Presidente para reelegirse, le comenté. “Yo no sé, pero él me gusta. Yo quiero que se quede”, me dijo en medio de un bullicio, pues otras mujeres en las filas querían intervenir también en la conversación. Encendí entonces mi grabador y le pedí que repitiera sus palabras y así lo hizo. Quería tener grabadas sus palabras, pues no faltaría quienes podrían pensar que estoy fabulando o queriendo convertirme en novelista de ficción. Algunas mujeres que estaban en la fila cerca de Lucilda cuando me vieron con una libreta y un grabador en la mano, me voceaban diciendo “apúntame a mi”, pensando que anotaba nombres para algo que suponían les convendría. En un momento el fotógrafo Napoleón Marte se acercó y cuando le vieron manipular su cámara, todas armaron una algarabía y levantaron afiches de Leonel Fernández. ¡Cuatro años mas! Gritaban.

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Lo que se verificó en  Comendador fue igual en el resto de los municipios visitados ese miércoles por el presidente Fernández, es decir en Las Matas de Farfán, San Juan de la Maguana, Azua, Baní y San Cristóbal. Uno no lo entendía, para un nacional de cualquier país europeo desarrollado aquello resultaría ser un espectáculo penoso, gente pobre que se expone a un candente sol, a maltratos físicos, no importa la edad, para recibir una caja con alimentos una vez al año, pero que al mismo tiempo mantiene un ánimo contagioso, baila, salta y grita consignas a favor de que quien representa un sistema responsable de su mal vivir, pensaría un ortodoxo marxista. Los periodistas nos mirábamos, no propiamente sorprendidos, sino, más bien, incrédulos, frente a las manifestaciones que ocurrían a nuestros ojos a la entrada de cada pueblo. Era mucha la gente que se agolpaba a lo largo de la calle agotando banderas moradas y exhibiendo afiches de la reelección, pero más aún en los parques municipales, cerca de los camiones contenedores de las cajas. Ya al final, una periodista no pudo contenerse y asombrada comento: “Ese hombre tiene que estar bendecido”, aludiendo al Presidente Fernández. Y lo decía, no porque cuestione su condición de líder, sino que todo aquel respaldo que veía se producía pese a la reforma fiscal, a los resultados de las encuestas que dicen que una mayoría aplastante de dominicanos estima que la economía está muy mal y que algunos, incluso, sus viejos aliados a lo interno del PLD, quieran satanizar la reelección. Como periodista sólo expongo los hechos de los que he sido testigo, hurgar en las razones de éste comportamiento de una parte importante de la población es responsabilidad de los sociólogos y politólogos, pero, incluso, también de siquiatras.

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