En el Palacio

En el Palacio

POR MANUEL JIMÉNEZ
En el interior del palacio presidencial había concluido el prolongado encuentro bilateral entre el presidente Leonel Fernández, su comitiva oficial y las altas autoridades de Haití encabezadas por el presidente Boniface Alexandre y el primer ministro Gerard Latortue. En aquellos salones, a puerta cerrada, se habían debatido muchas cosas, algunas de las cuales no fueron mencionadas por ambos presidentes durante sus respectivos discursos en la ceremonia posterior que se celebró en un salón de la tercera planta ante la prensa local e internacional, retransmitida al pueblo haitiano por la televisión.

Uno de estos temas fue el relativo al status jurídico de los hijos de haitianos nacidos en la República Dominicana y la situación de los estudiantes universitarios haitianos en academias de Santo Domingo y Santiago. Supe que con respecto a esto último, el presidente Fernández se comprometió a tener un encuentro con estos estudiantes para conocer de sus quejas. Había transcurrido poco más de dos horas desde la llegada al palacio del presidente Fernández, pero afuera los manifestantes antidominicanos habían retornado con los mismos bríos. Mientras Fernández y Latortue se dirigían al pueblo haitiano desde la sede presidencial, las consignas de los revoltosos seguían escuchándose nítidamente en aquel salón. No se entendía, al menos en la cabeza de un dominicano, el por qué las autoridades haitianas habían permitido el reagrupamiento de los revoltosos nuevamente en los frentes del palacio luego de haber escandalizado y quemado neumáticos en el mausoleo del Panteón Nacional con el objetivo de frustrar, como en efecto lograron, la ofrenda floral que tenía prevista el presidente Fernández en ese lugar en un gesto de respeto a sus héroes nacionales. Y eso que ya  para entonces, las fuerzas antimotines de la policía haitiana había sido reforzada con efectivos portando fusiles automáticos. Alexandre y Fernández se confundieron en un abrazo luego de sus respectivas intervenciones y  pasaron entonces a un salón contiguo para un almuerzo-buffet. El acceso al salón fue restringido, ni la seguridad ni la prensa dominicana disfrutó de aquel banquete. Pasamos hambre. Había transcurrido tres horas desde la llegada de Fernández a la sede presidencial, pero en los frentes del edificio estaban aún los manifestantes, esta vez más violentos y exaltados. El presidente y el primer ministro haitianos acompañaron hasta la salida del edificio al jefe de Estado dominicano, pero no muy bien Fernández se despedía formalmente de sus anfitriones, las piedras comenzaron a llover sobre los jardines de palacio.

 Alexandre y Latortue fueron testigos del espectáculo y permanecieron allí inmóviles y contemplándolo. Las piedras cayeron prácticamente a  nuestros pies y temí que alguna de ellas alcanzara algún miembro de la comitiva, incluso al propio presidente Fernández, ya rodeado por sus escoltas. A la prensa dominicana, es decir, a Leo Reyes, de El Nacional, Anibelka Rosario, su camarógrafo del canal 7 y a quien esto escribe se nos había asignado un vehículo para el transporte, pero llegamos hasta él a la defensiva, evadiendo las piedras que llegaban de todos los lados, pese a que estaba estacionado en el propio interior del Palacio.  César Pérez González, agregado de prensa de la embajada dominicana, era el conductor de la jeepeta y ante el evidente estado de inseguridad sacó una pistola, la sobó y la dejó a su alcance. A su lado, en el asiento delantero, iba el ministro consejero, César Pérez Heredia. Apenas abandonamos el interior del palacio presidencial, detrás de la caravana de Fernández, vimos a los revoltosos lanzando piedras desde todos los flancos. En medio de la avenida Canapé Vert había un vehículo con un equipo swat de la policía haitiana que más bien parecía protegerse de la agresión que  actuar contra los que lanzaban piedras. Aquella zona estaba virtualmente desprotegida. Los vehículos iniciaron un desplazamiento temerario, a gran velocidad, tratando de evadir las piedras. Los disparos retumbaban a nuestros oídos. Se trataba de disparos de disuasión hechos por los escoltas dominicanos para abrirse campo en el marco de aquel infierno. Un helicóptero de la Fuerza Aérea Dominicana con comandos elites a bordo seguía haciendo vuelos rasantes sobre el perímetro de la caravana presidencial. Por un momento llegamos a temer lo peor. ¿Dónde están los cacos azules? En realidad eran escasos. En la ruta de la caravana hacia Pettion Ville, y que se supone que debió estar protegida con antelación por la policía haitiana y la fuerza militar de las Naciones Unidas,  ardían en llamas los neumáticos colocados como barrera por los manifestantes y los vehículos, incluyendo la jeepeta donde iba el Presidente, cruzaron sobre el fuego. A una de las jeepetas de la escolta se le desinflaron dos neumáticos. En algunas intersecciones, los pocos policías haitianos que vigilaban, estaban lanzados al suelo,  revolver en mano, levantando tímidamente sus cabezas. ¡Cosas veredes, Sancho!

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