En el palacio

En el palacio

POR MANUEL JIMÉNEZ
He cubierto innumerables visitas de Presidentes de la República Dominicana a los Estados Unidos y cada vez he notado que los controles de seguridad van cambiando y tornándose más estrictos y exigentes.

El Servicio Secreto norteamericano es un cuerpo especializado para la protección y seguridad del Presidente, el Vicepresidente, los ex presidentes y altos funcionarios del gobierno de los Estados Unidos, pero también es responsable de la protección de los altos dignatarios extranjeros que visiten ese país, ya sea en calidad de invitado oficial del gobierno o para actividades  privadas.

Cuando un jefe de Estado pisa el territorio norteamericano, la seguridad corre por cuenta del Servicio Secreto, e incluso, el equipo de protección que lleve ese mandatario extranjero queda automáticamente subordinado a las decisiones de los norteamericanos. Pero hay otra cosa, un viaje de un Presidente al exterior se programa con bastante antelación y supone el envío al país de destino de un equipo de seguridad y protocolo que examina, conjuntamente con las autoridades de la nación anfitriona, toda la agenda a desarrollarse, desde el listado de la comitiva oficial, la llegada al aeropuerto, la caravana que quedara dentro de lo que se conoce como la cápsula de seguridad, se determina el hotel dónde se hospedará, los lugares que visitará y con quién se reunirá, hasta el tipo de alimento que debe servírsele en cada almuerzo. En EEUU he sido testigo, incluso, de altercados entre oficiales del Servicio Secreto y responsables de la seguridad dominicana que en determinados momentos han considerado excesivos los controles de seguridad impuestos por los norteamericanos y que han afectado a integrantes de la propia comitiva presidencial. Acercarse a un Presidente bajo la protección del Servicio Secreto resulta en extremo difícil.

En las ocasiones en que el Servicio Secreto no ha permitido que la prensa dominicana siga la caravana presidencial,  se nos ha pedido que a cada lugar donde estará el Presidente nos presentemos al menos con 15 minutos de antelación.

 

En estos casos hemos podido percatarnos de que ya en ese lugar se encuentra un equipo del Servicio Secreto, acompañado de oficiales dominicanos, determinando la puerta por dónde entrará el Presidente, qué pasillo seguirá hasta el salón de reuniones y solicitan una lista de las personas que estarán presentes.

Examinan con aparatos de detección de explosivos y perros amaestrados todo el pasillo y el salón de la reunión, incluso, el asiento que será ocupado por el jefe de Estado. Otro equipo se encarga de establecer una o dos rutas de salidas alternativas para el caso en que surja cualquier imprevisto. Hago estas precisiones porque en honor a la verdad me resulta difícil creer que al Presidente Leonel Fernández durante una visita reciente al Yankee Stadium, en Nueva York, un fanático común se le acercó para pedirle que se levantara de su silla. Esa versión, para todo reportero que ha estado cubriendo una visita presidencial a los Estados Unidos, resulta imposible de creer. Lo que se está diciendo es que el Servicio Secreto norteamericano improvisó con el Presidente Fernández y lo sentó en la primera silla que encontró vacía. Si en la agenda oficial figuraba que Fernández iría al Yankee Stadium, el libro obligaba a los agentes norteamericanos a tener pleno control de sus pasos en el interior del estadio, incluyendo en qué área y dónde se sentaría. Pero pensemos que hubo que improvisar y sentarlo en el lugar donde se dice que ocurrió el incidente. ¿Cómo se explicaría entonces que un fanático cualquiera se acercara libremente a un Presidente rodeado de un equipo de seguridad a exigirle que se parara de su silla? En todo caso, la vergüenza no sería para el Presidente Fernández, sino para los agentes del Servicio Secreto que en sus narices permitieron a un intruso burlar la seguridad. Pero no creo que ese fuera el caso, y más bien me inclino a creer que esa versión pudo ser el fruto de la confusión de algún reportero o de la pasión que despierta la presente campaña electoral, que algunos llaman a destiempo.

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