MANUEL JIMÉNEZ
m.jimenez@hoy.com.do
Transcurrían los finales del año 2003 cuando una tarde, ya sentado en mi escritorio en la redacción de este diario, el mensajero interno me entregó una correspondencia aparentemente normal.
Abrí el sobre y en su interior encontré una extraña carta, formalmente escrita, y al leerla me percaté que se trataba de un vulgar pasquín. Ese mismo día, el Director Ejecutivo de este diario, Bienvenido Álvarez Vega, me informó que había recibido una copia del pasquín y supe posteriormente que ese mismo suelto llegó a otros medios de comunicación. Álvarez Vega me animó para que no hiciera caso a esos insultos y calumnias muy propios de personajes que saben manejarse en ese bajo mundo. En este diario se tenía conocimiento desde los mismos inicios del gobierno de Hipólito Mejía de las sugerencias que se hicieron para desterrarme de la fuente del Palacio. Tanto ayer como hoy, no me cabe la menor duda de que ese pasquín, que aún conservo porque algún día debo escribir de mi experiencia como reportero, salió de la cabeza de un funcionario cercano al entonces Presidente Mejía. Todo reportero que estuvo asignado en la época a la fuente presidencial, aún aquellos que por una u otra razón estaban vinculados afectiva o políticamente al régimen de turno, sabe que nadie estuvo exento de alguna bellaquería. Corrían versiones de que los teléfonos de los periodistas asignados a la fuente del Palacio estaban intervenidos y en ocasiones surgían evidencias claras de que esas cosas ilegales estaban ocurriendo. En una ocasión, el funcionario en cuestión me confesó en su despacho que el propio Presidente Mejía lo había enviado a la sede del DNI para que escuchara una conversación telefónica mía con el columnista Orlando Gil. Debería agradecerle a ese funcionario el haber determinado que en esa conversación grabada no encontró nada, pues nadie sabe qué hubiese ocurrido, si se toma en cuenta que Marino Zapete fue trancado a causa de un pique presidencial. Los casos de presiones y ofensas verbales, no solo contra periodistas, abundaron en aquellos tiempos. Recuerdo el del colega Eleuterio Vargas, también asignado a la fuente presidencial, que hubo de mudar un par de veces de trabajo por las presiones reales que se ejercieron desde el Poder. Con esto no pretendo, ni por asomo, justificar conductas que se atribuyen al presente gobierno y que, según se dice, afectan a colegas respetados y apreciados por quien escribe. Pero los tiempos evidentemente son otros. Nunca he sido testigo de maltratos verbales del Presidente Fernández contra ningún periodista. Por el contrario, siempre le he visto dispensarles un trato cortés y afable. Considero que el Colegio Dominicano de Periodistas debería ser en extremo cuidadoso, imparcial y transparente al conocer de denuncias tan delicadas, pues en el calor de una campaña electoral las cosas suelen exagerarse.