En el umbral del 169 aniversario de la separación

En el umbral del 169 aniversario de la separación

A escasos cuatro días para la celebración del 169 aniversario de la Separación dominicana del vecino Estado occidental, después de 22 años de una ocupación forzada y hasta aceptada por algunos sectores de la población de lo que era la colonia española de 1822, nos topamos con una sociedad dominicana inquieta, buscando con fervor sus valores nacionales.

 Han sido 169 años de una vida convulsionada, donde la ambición de muchos de los dominicanos y extranjeros de toda laya han dilapidado y ultrajado el destino de la ciudadanía, dejando su impronta en una sociedad que todavía, en pleno siglo XXI, busca el nicho de la historia para dar un ejemplo de institucionalidad.

 Los sucesos bajo los cuales nació la República Dominicana, fruto de los empeños y tozudez  de Juan Pablo Duarte y su grupo de jóvenes adoctrinados por él, son visualizados como una epopeya romántica, en que hasta las fuerzas de ocupación haitiana, en esa noche de febrero,  descuidaron  deliberadamente la vigilancia al influjo de lo que ya ocurría  en Haití después del derrocamiento  de Boyer y toma del poder por Herard.

 El movimiento trinitario asimiló la grandeza de la acción separadora, pero se dio cuenta de que los ocupantes occidentales  no cederían graciosamente  la colonia que había proporcionado alimentos, recursos humanos y riquezas.

 El inicio de los encuentros bélicos, muy desproporcionados frente a un rival occidental de gran poder de fuego, con muchos soldados contra un precario suministro de hombres y armas del ejército oriental, presagiaron una rápida reocupación, pero el arrojo de los dominicanos, y algunos amigos de otros países, produjo la hazaña de rechazar y obligar a retirarse a tropas  que lucían mejor preparadas y equipadas que el improvisado ejército  dominicano.

 Las intrigas y las envidias ahogaron todas las buenas intenciones de los trinitarios, que cayeron en desventaja frente a zorros de la política vernácula como Bobadilla, Báez, Santana y Jiménez, que rápidamente desplazaron a los jóvenes seguidores de Juan Pablo Duarte, que había regresado del destierro a escasos días del 27 de febrero,  pero en menos de seis meses volvió de nuevo a ser expatriado hasta su desafortunado regreso en 1864. Esa vez  fue humillado por los restauradores que lo conminaron a retornar, por donde había venido, a América del Sur para supuestamente buscar ayuda a la causa dominicana.

 Por más que nuestra historia tenga diversas interpretaciones,  según el sombrero ideológico del historiador,  brota, por más que se quiera ocultar o minimizar, que el dominicano lleva muy arraigado su sentimiento de nacionalidad, y si en aquel entonces  de la Separación estaba muy indefinido,  ahora va adquiriendo perfiles de mayor amor por el país, pese al derrumbe de los valores familiares y morales que por años le daban consistencia al sentimiento de patriotismo, parcialmente  desteñido y sepultado por las ambiciones de quienes quieren disfrutar  de las riquezas del capitalismo, sin sacrificios, y una impresionante presencia pacífica de millares de haitianos que ya ocupan barrios y campos del país.

 La acción de los febreristas de 1844 enarbolaron un arrojo con  acciones valientes e irreflexivas, pero sin las cuales no hubiese sido posible  que el país, en ese momento, surgiera como una entidad independiente  y soberana. Pero a  17 años de esos acontecimientos, fue mancillada la Patria con la Anexión a España, bajo el alegato de que Haití  continuaba siendo un peligro inminente para la estabilidad dominicana, expuesta a las incursiones haitianas  que hasta 1856 fueron periódicas y sangrientas, con sus invasiones militares que buscaban recuperar  lo que ya habían perdido.

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