En Irak las campanas doblan por todos

En Irak las campanas doblan por todos

En la medida en que transcurre el tiempo y se muestran con más contundencia los enormes costos de la aventura guerrerista de Estados Unidos en Irak, resulta más difícil entender cómo una nación de tantos recursos tecnológicos, económicos y humanos, con instituciones tan sólidas, se metió en ese pantano en base a mentiras y manipulaciones e ignorando las advertencias de todo el mundo.

No había que ser un mago para advertir que las armas de destrucción masiva atribuidas a Irak (que no encontraron los expertos durante años de búsqueda), y que la guerra fácil y rápida, casi indolora que se prometía, eran una falsía que ocultaba otros intereses casi seguramente vinculados a los 15 mil millones de barriles de petróleo que posee ese infortunado país árabe.

Aún para nosotros, que no somos expertos en asuntos del medio oriente ni nada parecido, las consecuencias de esa aventura estaban a la vista. Cuando comenzaron a sonar los tambores de guerra, el 15 de septiembre del 2002 escribimos en este mismo espacio que una ocupación de Irak “renovaría los profundos odios que separan al mundo islámico de Estados Unidos, justificaría e incentivaría los grupos radicales y no garantizaría seguridad para nadie ni en lo inmediato ni a largo plazo”.

El 12 de enero del 2003 advertíamos que todo el discurso del gobierno de George Bush era una falacia, que “se está engañando al mundo; no habrá guerra de ocupación corta ni fácil en Irak”.

Y el 15 de febrero siguiente citábamos al intelectual español Antonio Caballero advirtiendo que de esa guerra “saldría un mundo fragmentado, hostil, de todos contra todos, peligroso para cualquiera y duramente golpeado en términos económicos, en todas partes”.

Más de un año después de la ocupación de Irak, Estados Unidos no ha podido mostrar un solo indicio que justifique esa decisión, el petróleo que se prometía que bajaría para alivio mundial, sigue por los 37 dólares el barril y la guerra se complica progresivamente sin que nadie pueda vislumbrar un final fácil.

Los costos en destrucción de la infraestructura de Irak no se pueden cuantificar ni nadie se atreve a decir cuántas decenas de miles de personas, en su inmensa mayoría inocentes, han pagado la aventura con sus vidas, sus bienes, su seguridad, equilibrio humano y emocional.

Sabemos que los norteamericanos, españoles y británicos mandados a morir por una causa tan discutible, se aproximan al millar. Tan solo en las primeras tres semanas de abril se contaban 110 estadounidenses muertos. Casi todos son apenas muchachos entre 18 y 25 años, que estaban llamados a disfrutar del bienestar que han logrado construir sus antepasados en esas sociedades desarrolladas, no a morir destrozados matando hombres, mujeres y niños iraquíes.

Lo peor es que tal como se advirtió a tiempo, cada día es mayor el dolor generado por esta absurda guerra que, como declaró a Le Monde esta semana el presidente de Egipto Hosni Mubarak, el odio contra Estados Unidos en el mundo árabe ha alcanzado niveles sin precedente.

Irak no será otro Vietnam para Estados Unidos. Las circunstancias son muy distintas, sobre todo porque Irak no tiene las intrincadas selvas vietnamitas ni un ejército como el de Ho Chi Ming, ni un estado como Vietnan del Norte garantizando logística. Tampoco tiene en sus fronteras a la China y la antigua URSS proporcionando suministros sin límites al fragor de la guerra fría.

Pero ya es un inmenso pantano, del que costará muchísimo salir. Ahora mismo con el riesgo de extender la confrontación hasta con los chiistas que se suponían aliados frente a Sadan Hussein. Sin plazo real para implementar una verdadera alternativa de gobierno iraquí. Y con grandes dificultades para que la ONU se haga cargo de un monstruo que se creó contra la voluntad de la organización y de casi todo el mundo.

Entre los daños de esta aventura resalta el debilitamiento de la libertad de prensa en Estados Unidos, que tanto se ponderaba como una de las prendas más valiosas de su democracia. En estos días se ha vuelto a resaltar la prohibición de publicar fotos de los ataúdes que con más frecuencia llegan desde Irak.

Y ya hemos visto que hasta la inseguridad y el terrorismo se incrementan por todas partes, incluso en Estados Unidos, donde esta semana la Cámara de Representantes aprobó un proyecto de ley que prevé elecciones rápidas para el caso de que alguna contingencia cause la muerte de al menos un centenar de legisladores.

No hay dudas: esta guerra es una de las peores ocurrencias de nuestra época. Y las campanas están doblando por todos, especialmente por el pueblo iraquí: “aunque los cadáveres sean negros, blancos o amarrillos, poeta la guerra es roja y su sangre sube a Dios, entre lágrimas, entre lágrimas”.

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