Firmes en el compromiso jesuita de aunar fe y justicia, sacerdotes liderados por el padre Jorge Cela, sj, eligieron la opción de los pobres y con ellos fueron a compartir el pan, las penurias que entraña la pobreza, formándolos, organizándolos, instándolos a la toma de conciencia y a un cambio de actitudes, a comprender su realidad y transformarla.
La solidaridad los llevó a vivir al barrio Guachupita, en la marginalidad capitaleña, iniciando una organización comunitaria que derivó en los actuales movimientos sociales, hoy con su agenda marcada por las mismas causas denunciadas por Cela: desigualdad y pobreza, males que años después señalaba como génesis de la violencia que eclosionó en los barrios y todo el país, atizada por el narcotráfico y la delincuencia, la corrupción y la impunidad.
A principios de los años setenta del siglo XX, emprendieron un acompañamiento que fortalecía las dimensiones espiritual y humana, leyendo y reflexionando el Evangelio a la luz del contexto ciudadano, en un ámbito represivo donde las “funditas” comenzaron a contaminar la conciencia barrial, aunque aún sin la desmesura del clientelismo peledeísta.
En ese escenario se originaron las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) en República Dominicana, organizadas en torno a parroquias barriales, como una manera especial de vivir la fe, de trabajar con los más vulnerables para impulsar la justicia social, y tuvieran la vida digna que aún aguardan.
Formaron equipos, fortalecían liderazgos, fomentando la participación comunitaria en el debate y solución de problemas comunes, álgidos en educación y salud, ornato y saneamiento ambiental.
Las CEB surgieron de la Iglesia Católica pero, como el Gobierno, su jerarquía las miraba con ojeriza, asociándolas sin fundamentos a partidos de izquierda.
Fuente inspiradora. En las CEB había una propuesta pastoral inspirada en la Teología de la Liberación y la educación liberadora de Paulo Freire, que entonces inspiraba a América Latina.
_Lo importante en la realidad dominicana fue el reconocimiento del sujeto popular urbano, que no era reconocido por nadie, ni por la izquierda ni por la derecha, dice Pablo Mella, sj, uno de los sacerdotes que residió en Guachupita, actual director de la Revista Estudios Sociales.
Durante los primeros años participaron junto a Cela los jesuitas Benjamín Bueltas, Pepe Olmos, Santiago Hirujo, Luis Oraa, Tomás Marrero y Manolo Masa. Se instalaron en las parroquias de Los Guandules, La Ciénaga, 27 de Febrero, Espaillat y otros barrios al norte del Distrito Nacional.
Junto a los pobres y excluidos, sentían en carne propia sus carencias, la represión balaguerista con brutales desalojos que a muchos vecinos condujeron a un camión del Ejército, y en solidaridad también al padre Cela.
Copadeba. De esa propuesta pastoral nació el Comité para la Defensa de los Derechos Barriales (Copadeba), distinta de la lógica sindical, de clubes culturales, asociaciones juveniles y campesinas.
Surgió en la coyuntura de los desalojos y como presencia organizada de los habitantes de barrios en agrupaciones populares. En ese momento, indica Mella, era algo novedoso, no existía, es lo que ha evolucionado como movimientos sociales, todavía un campo un poco al margen de lo que se reconoce como instituciones sólidas.
Su filosofía difiere de la sustentada por gran parte de los movimientos populares y sindicales, no se limita a la protesta, exige reivindicaciones al Estado para que juntos procuren soluciones. Este movimiento social asumió una identidad cultural barrial, desarrollando lazos solidarios en la convivencia humana.
Ciudad Alternativa. Su fundación implicó el reconocimiento de contar con instancias al estilo “think tank”, que apoyara a este sujeto popular ya organizado, una institución especializada en asuntos urbanos, con un enfoque de una ciudad alternativa a la dominante, relata Mella, y agrega:
__Su función es plantear ideas, visiones, investigaciones, que hicieran contrapeso al enfoque desarrollista de los planes urbanos, sobre todo del balaguerismo.
Se intentó darle contenido técnico y no solamente la mera protesta al proyecto de remodelación urbana de Santo Domingo, que era excluyente, orientado a la represión, a la negación del sujeto popular y revalorización del espacio en función de las inversiones o del gran capital.
Aunque vinculada a esta propuesta pastoral, Ciudad Alternativa no surgió como una obra jesuita sino una institución técnica independiente, explica Mella. Si bien sus integrantes eran cristianos, no se plantearon su tarea en términos de evangelización, es una ONG surgida de la evolución de la propuesta pastoral de los barrios, como muchas otras organizaciones y proyectos que han surgido de ahí.
Fueron sus gestores el padre Cela, primer secretario ejecutivo, junto a jóvenes profesionales, arquitectos, antropólogos y otros cientistas sociales, un equipo técnico que fue asesorando, acompañando a los pobladores representados por Copadeba en sus demandas por el derecho a la ciudad, a una vivienda digna, a un espacio urbano habitado dignamente, expresa Roque Félix, coordinador del Montalvo.
Para los años 80 confluye una serie de elementos y el provincial de la Compañía de Jesús de entonces invitó a Cela a dejar Ciudad Alternativa, que ya tenía vuelos propios, y fundara un centro social, resultado de lo fraguado a partir de la propuesta pastoral y los Centros de Acción Social (CIAS), la gran tradición jesuita, acorde con la opción emanada del Concilio Vaticano II: unir fe y justicia, porque no se entiende la fe sin un compromiso efectivo con la justicia.
Centro Montalvo. Nació así el Centro de Estudios Sociales Juan Montalvo, luego de un período de desarrollo del trabajo parroquial e interparroquial, interactuando con las juntas de vecinos y otras organizaciones. Trabajaban arduamente en la formación y organización social, hacían investigaciones, análisis de coyuntura.
“Hicimos los primeros estudios sobre las CEB, una caracterización de cómo estaban organizadas con clubes culturales y juntas de vecinos”, dice Félix.
El centro operaba en el edificio del Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó, fundado en 1985 para formar en filosofía y humanidades, en un intento de mirar la sociedad con principios éticos y desde los pobres. En su sede se instaló en 1992 el Servicio Jesuita para los Refugiados, creados a nivel mundial.
Dos años antes se formalizó el Centro de Producción Audiovisual y Pastoral (Cepa), que operaba el padre Pedro González Llorente, casi un trabajo doméstico con materiales audiovisuales. Un apoyo pedagógico produciendo programas con diapositivas sobre distintos temas.
Ante la conveniencia de darle cierta organicidad a la confluencia de estas iniciativas jesuitas, típicas de los años 80 y principios de los 90, también con vistas a la sostenibilidad y un modo de entender la sociedad que eventualmente tenía como modelo una reconstitución, indica Mella. Se fue dando -dice- una comunicación de idiomas, como dicen en teología, entre la manera en que enseñábamos filosofía con mucha carga de ciencias sociales y el trabajo que se desarrollaban desde el Montalvo y el CEPA.
A fin de integrar el trabajo en un proyecto conjunto, crearon una supra institución que articulara esas cuatro instituciones, el Centro Pedro Francisco Bonó, formalizado en 1997 como paragua de las otras entidades, convertidas en departamentos.
El Bono tomó toda la institucionalidad, fue su momento de mayor presencia social, como una de las instituciones de más impacto en la sociedad con una colosal obra educativa y social que hoy sintetiza el Centro de Reflexión y Acción Social Padre Juan Montalvo.
Una agenda común con las coordinadoras para el desarrollo comunitario
Sacerdotes y laicos del Centro Montalvo conquistaron en los años 90 el derecho de los ciudadanos a participar en la vida municipal, trabajaron en la formación de los foros municipales para el desarrollo barrial, construyendo un mejor relacionamiento entre el cabildo capitaleño y las organizaciones comunitarias.
Entre los laicos estaba Roque Félix recién llegado de Centro América, quien expresa: “La idea era que varios grupos comunitarios nos pusiéramos de acuerdo desde el territorio en una agenda de prioridades de desarrollo local, tratábamos que en vez de que cada grupo se agenciara la solución para una necesidad, dispusiéramos de una ruta compartida del desarrollo de ese territorio”.
“Bajábamos un perímetro que tuvieran una comunidad de identidad y a partir de un diagnóstico participativo, institucional, económico y social del barrio, determinábamos sus problemas y prioridades. Establecíamos una agenda de desarrollo barrial para negociar con el Ayuntamiento, la Corporación de Acueductos y Alcantarillado de Santo Domingo (CAASD), Obras Públicas y otros ministerios.
Surgieron coordinadoras en los barios Guachupita, La Ciénaga, Los Guandules y Los Alcarrizos, Las Caletas, Boca Chica, entre otros sectores.
Un indicador muy importante de nuestro trabajo, agrega Félix, es que tras haber fortalecido capacidades organizativas, agotamos un ciclo que genere autonomía. Al lograrlo, esa entidad toma vuelos, manteniendo la asesoría y seguimiento a través de animadores.