¡En ‘la caja’ se respira menos!

¡En ‘la caja’ se respira menos!

¡La mascarilla no nos deja respirar!

Herminio y Píndaro -su alter ego-, han decidido dar una vuelta por los predios que conforman la capital… Ya en Santiago estuvieron hace unas dos semanas y el recuerdo de lo que vieron les ha llevado a querer confirmar si lo visto se manifiesta también por aquí… “Ve despacio, Herminio –le refiere Píndaro-… Enfila hacia donde hay más gente en movimiento –le indica-… Quiero ver, de primera mano, si por aquí también ‘el gas pela’… ¡Trata de ir despacio desde que veas grupitos en chercha!”.

“Hey…hey…hey –exclama Herminio-… ¡Mira ahí esos choferes de carros públicos luchando por un pasajero!”… Están pasando por la esquina del parque Independencia, donde empieza la calle 30 de Marzo hacia el norte… Es como si nada pasara y el rebrote del covid fuera un juego de dominó… Ni los choferes ni los pasajeros hacen uso de una simple mascarilla para protegerse…”.

Píndaro no vacila y comenta: “Hoy he visto que la positividad del día se disparó a casi 24% y he conversado con un gran amigo que desde Santiago me ha llamado para decirme “oye, Píndaro, no me envíes más enfermos desde la Capital, pues tenemos los centros médicos de aquí explotados de casos con la epidemia… Mira, coge hacia la zona de la UASD frente al hospital…”.

Así lo hace Herminio, mientras espera un ambiente más respetuoso de las medidas de distanciamiento y protección… No ha pasado siquiera una media hora –a pesar del tapón-, cuando ambos ya se encuentran en medio de una lucha entre guagüeros que, debido al bajo flujo de estudiantes, tratan de agarrar el que sea sin mediar palabras… Ninguno de los choferes tiene mascarilla puesta, ni siquiera en su barbilla.

Esta aventura que han empezado alrededor de la ciudad le recuerda a Píndaro un trozo de “Desconcierto”, una poesía de su querido amigo el gran poeta José Mármol en su último libro ‘Lenguaje del mar’: ‘Pájaros veloces que han perdido el sur, el norte de su vuelo. Pájaros perdidos sin aliento ni señal’… Así veo yo al montón de nuestros hermanos conciudadanos… Aquellas alertas de hace poco más de un año se ha tirado por la borda… Una vez, era el uso de guantes… ¡No funciona! –dijeron-… Luego, fue la obligatoriedad en el uso de la mascarilla… De inmediato, la creatividad se movió como pólvora y empezaron a surgir las confeccionadas en simples telas negras o bordadas…

¡Aunque no protejan tanto, parecen más cómodas! –decían, y todavía lo hacen-…
Ambos han seguido su ruta intentando llegar hasta un grupo de personas entre las que se ponga de manifiesto un atisbo de respeto a lo que hemos comentado… ¡Esfuerzo inútil!.. ¡La moda ahora es colocarte –artísticamente-, tu mascarilla justo para cubrirte la barbilla!

Han cruzado la esquina de la avenida Abraham Lincoln con la Roberto Pastoriza y, justo al cruzarla, un bien uniformado miembro destinado a crear caos en el tránsito –pues parece ser más inteligente que el semáforo-, levanta su mano derecha y los detiene en su marcha… “¡Sus papeles! –así sin más ni más, ni saludar… Al parecer alguien le ha dicho que tiene ‘una dentadura perfecta y sonrisa angelical’ pues la falta de uso de su mascarilla así lo delata…

Píndaro es quien, sin salir de su asombro, se ve comprometido a sugerirle colocársela, no sin antes recibir como respuesta “Es que ha sido una mañana de mucho trabajo y necesito respirar… Mantenga la suya y es igual…”.

Luego de una breve conversación, ambos son permitidos a seguir no sin antes ver por el retrovisor que la cacería seguía con dos vehículos que, en ese momento, venían detrás…
El tránsito se complicó hasta tal que punto que el Waze tuvo que ser programado y, como parece ser tan efectivo en tiempos de caos –o sea, siempre-, les remitió a la avenida Tiradentes hacia el norte…

Al poco rato ambos estaban entrando a la zona que cruza el barrio Cristo Rey, el Zoológico y La Puya… áreas de gran concentración poblacional y donde abunda gente trabajadora… venta de tenis sobre vehículos, reparación de estufas y neveras, confección de muebles, pintura de carros, estacionamiento para las guagüitas del sindicato de la zona…

¡Y muchos en continuas reuniones para estar siempre al día!… ¡Nadie con mascarilla!… ¡Ni siquiera simulando protección con ella en su barbilla!

“¡Herminio- grita Píndaro, intrigado-, párate ahí delante!”… La orden no se hace esperar y el vehículo se detiene justo frente a unos jóvenes que conversan en una verja que parece delimitar la calzada de una cañada cuyos bordes son utilizados para pintar vehículos en reparación…

Píndaro baja el vidrio de su ventana y, con un brillo en sus ojos que parece reflejar la sonrisa detrás de mascarilla, le pregunta a uno de los jóvenes que está en proceso de pasar su mano entre los dedos de su pie derecho, dándose un pasajero masaje: “¿Por qué ninguno de todos ustedes, en esta calle hacia el Zoológico, usa una mascarilla de protección para no contagiarse con el covid?” –cuestiona-…

Un jovencito, con una sonrisa en su boca que se abre de par en par, le responde: “¡Eso del covid es un cuento!… ¡A nosotros no nos da na!”… “Además –dice otro-, esa vaina de mascarilla no nos deja respirar y nos da calor!”.

Herminio, sosteniendo todavía en sus manos el volante, mira a Píndaro y le sugiere: “¡Déjalos, que en ‘la caja’ se respira menos!”… “Es verdad -reflexiona su alter ego-, quizás es tiempo de reforzar la obligatoriedad del uso de las mascarillas aunque a la gente le duela… ¡Luego va a salir más cara la sal que el chivo!”.

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