Parecía inalcanzable, una meta distante como una estrella. Seguir los hilos de la trama conspirativa, entrelazar el tejido celular de La Trinitaria deshaciendo los nudos de la abulia y del miedo. Expandirla sin violar el secreto entre los nuevos prosélitos, mantener la unidad de propósitos y, a la vez, la individualidad de cada célula.
¡Tarea compleja, de proporciones olímpicas!, motorizada con la fuerza de espíritu que impulsaba las acciones de Juan Pablo Duarte y de los trinitarios, ejecutadas con una mística que no ponía límites al esfuerzo.
Su recia voluntad atizaba el fuego revolucionario, incineraba escollos. Pese al alto riesgo, al peligro de una delación, la conspiración se diseminaba a contrapelo del aislamiento regional, de las barreras ideológicas y materiales.
A lomo de caballo por trillos boscosos y desfiladeros, en veleros y barcazas que surcaban ríos y mares, los trinitarios iban de pueblo en pueblo en insospechado proselitismo.
Nadie osaba imaginar que en aquel ambiente de mansa abulia del Santo Domingo de 1839, soterradamente avanzaba un movimiento político de ideas radicales, que cada día captaba nuevos conjurados, encendiendo la flama de la rebelión.
Cómo sospechar de esos señoritos atildados, unos muchachos que solo sabían de libros y sacristías podían estar involucrados en acciones subversivas, decididos a expulsar a los haitianos y tomar el poder.
Proselitismo. La red conspirativa se esparcía en las cinco provincias y 29 comunes de la parte Este de la Isla, desarrollando una estrategia que demandó una fatigosa laboriosidad, gran sigilo y prudencia.
Los trinitarios aunaban esfuerzos, captaban voluntades, deplegaban un intenso adoctrinamiento, preconizando los ideales libertarios.
Desde la clandestinidad, el líder revolucionario ejercía su jefatura con estricta disciplina y organización, convirtiendo el sentido de la responsabilidad y del deber en factor de cohesión entre los conjurados.
Juan Pablo conducía esta sistemática labor de compromiso político con suma habilidad para traducir a la práctica la trama prescrita, apoyado en lineamientos precisos, a fin de acelerar los objetivos.
Nada lo detenía en su proselitismo por valles y montañas, en el que reveló una sorprendente capacidad persuasiva, como testimonia Emiliano Tejera, historiador de su época:
Amistades, relaciones con la ciudadanía, todo lo aprovechó en bien de su empresa. Excitó a indolentes, animó a los tibios, templó a los fogosos, convenció a los errados, y pronto tuvo el placer de notar que la Patria tenía campeones decididos y que no era un sueño su esperanza de redimirla.
¡Campeones decididos!, justo lo que hoy el país necesita.
Desenterrar talentos. No hay duda, si Juan Pablo estuviera entre nosotros animaría a los tibios y apocados, nos impulsaría a enfrentar la demandante realidad dominicana con una nueva visión, con una actitud innovadora.
Nos ayudaría a desenterrar los talentos, como en la parábola bíblica, a sacudirnos de la atávica pereza mental que nos nutre de pensamientos enlatados y ha hecho de República Dominicana un país importador de cerebros, acomodado al consumo casi exclusivo de tecnologías y productos extranjeros.
Si estuviera aquí, nos induciría a desarrollar nuestro potencial creativo en la búsqueda de soluciones sostenibles que propicien el progreso de toda la sociedad. Excitaría a los indolentes ante la injusticia social, nos involucraría en acciones de fondo, que toquen la raíz, para desterrar la violencia y la corrupción, la ignorancia, desigualdad y pobreza.
Nos instaría a perseverar, como los trinitarios, que comprometidos con el proyecto emancipador hasta las últimas consecuencias, lo emprendieron sin pausas, prestos a avanzar pese a la adversidad. Cultivaron gran sagacidad para sortear el peligro, ayudados por toques y mensajes cifrados, acorde con el alfabeto criptográfico.
Además del seudónoimo, a cada uno se le asignó un color. Duarte, Arístides, el azul, símbolo de la gloria; Pedro Alejandrino Pina el rojo, la pasión patriótica; Juan Isidro Pérez, el amarillo, expresión de la política; Francisco del Rosario Sánchez, el verde de la esperanza.
Ordenado, metódico, a medida que le informaban de nuevos conjurados, Juan Pablo registraba la cantidad de amarillos, rojos o verdes que se sumaban. El azul tenía primacía con los afiliados ganados en sus viajes al interior.
La revolución se expande. El proselitismo ganó renovados bríos con los trabajos de Sánchez, Matías Ramón Mella y Vicente Celestino Duarte, hermano del líder, designados coroneles junto a Pina y Pérez.
Trinitarios y comunicados -nuevos adeptos-, minaban el territorio de células, que proliferaban pese al valladar de la mentalidad colonialista.
Duarte seguía los hilos de la jornada. Anotaba los prosélitos conquistados por Sánchez en Los Llanos, Mella en el Cibao y Pina en San Carlos. Daba seguimiento a los logrados por Vicente Celestino en Monte Plata, Félix María Ruiz en Azua y, entre otros, los de Benito González y Pedro Valverde en San Cristóbal.
En su lista se sucedían los nombres de noventa conjurados y dieciocho localidades, distribuidas en la Capital y las regiones Este, Norte y Oeste.
Como todo el juramento, los compromisos monetarios se cumplían. Cada uno aportaba al fondo de La Trinitaria, para los gastos incurridos al dejar sus ocupaciones para hacer proselitismo.
Modalidades creativas. Los trinitarios diseñaron una nueva estrategia propagandística, innovando con gran creatividad, como podríamos hacer hoy al encarar problemas nacionales.
¿Por qué no echar manos al ingenio dominicano que tantas muestras ha dado, que nos sorprende con la inventiva de los que buscan originales modos de sobrevivencia?
Conscientes de la fuerza del teatro para la propaganda, fundaron La Dramática, sociedad orientada a divulgar sus ideales, los valores de la justicia, la fidelidad, el patriotismo.
Montaban obras acertadamente elegidas, en las que ficción y realidad se confundían. Tramas que tocaban los reprimidos anhelos de libertad, como tragedias que con fuerza dramática exaltan el amor a la patria, el odio a los tiranos, el castigo a los traidores.
El teatro ocupó a los trinitarios en labores insólitas, eran actores, improvisaban escenarios, decorados, trajes, butacas. La noche del estreno el local se abarrotó. Dentro de la concha, Duarte apuntaba, mientras Juan Isidro repetía con vibrante entonación:
Todo nos grita: ¡libertad o muerte! ¡No nos queda otra elección!
La excitación del público llegó al paroxismo. Los ímpetus revolucionarios se enardecían, impacientaban a los conjurados.
Mas, aún no era el momento de aventurarse en una acción libertadora. Se imponía aguardar vigilantes la ocasión propicia. Pronto llegaría.
Con esfuerzo, tenacidad y constancia alcanzarían la estrella.
Los valores
1. Creatividad
La facultad de crear, cualidad excelsa de posibilidades infinitas, nos permite liberar nuestra capacidad transformadora, quebrar los viejos moldes en el pensar y en el hacer en beneficio propio y de la sociedad. La creatividad, obstruida con la pereza mental y potenciada con la concentración, se reflejó en el proselitismo político de JPD, en la originalidad al propalar valores.
2. Disciplina
La disciplina, capacidad de actuar metódica y perseverantemente en pos de un objetivo, es considerada el valor de la armonía, puesto que implica orden y todo guarda su lugar y proporción. Se asocia a la fortaleza y la templanza, sin las que se dificulta lidiar con la adversidad.
3. Trabajo
Para la expansión de la revolución, JPD y los trinitarios mostraron una laboriosidad dignificante. No rehuyeron el trabajo, valor que requiere autoexigencia, un sobreesfuerzo para hacer todo de la mejor manera, dando sentido a lo que se hace.
Conspiración en los cuarteles
Juan Pablo no era un militarista. Su naturaleza lo inducía a la paz, pero transitar hacia ella exigía prepararse para la guerra.
La conspiración que lideraba penetró a los cuarteles, ganando la complicidad de oficiales y soldados dominicanos de la Guardia Nacional. Personalmente dirigía la preparación de los cuadros militares, el entrenamiento, la planificación. Conocía la logística y aspectos administrativos de la vida castrense.
Por sus dotes militares, su compañía lo eligió capitán en 1842, enrolándose a la revolución nuevos conjurados, quienes respetaban su autoridad como general en jefe del futuro ejército libertador.
Paralelamente, junto a los demás trinitarios seguía la formación intelectual, iniciada a nivel superior con las cátedras del sacerdote peruano Gaspar Hernández. Sin adscribirse a las ideas del religioso, partidario de un retorno a España, aprovechó la docencia en Regina Angelorum, las tertulias con encendidas discusiones políticas y filosóficas. Una nueva oportunidad de aprendizaje. Nunca las pasaba por alto.
Zoom
Filantrópica: Paz, unión y amistad
Convencido de que la propaganda secreta no bastaba para sus designios políticos, Duarte concibió una nueva modalidad estratégica, esta vez pública, para un adoctrinamiento con mayor alcance.
Con el lema Paz, Unión y Amistad, hacia 1840 fundó la sociedad La Filantrópica. Ante un auditorio entusiasta, pronunciaban discursos políticos y promovían la cultura. Estimulaban el amor y la unidad, la defensa a la libertad y la dignidad como fundamento de la igualdad de todos los seres humanos.
Abogaban por la paz, la paz familiar y social que hoy nos urge rescatar. Proclamaban los derechos y deberes ciudadanos, los cuales debemos fomentar a través de campañas educativas en las que se exalte el ideario duartiano.