En la entrega del Premio Nacional de Literatura 2023

En la entrega del Premio Nacional de Literatura 2023

José Alcántara Almanzar

El Premio Nacional de Literatura, instituido hace más de tres décadas, continúa su evolución sin intermitencias, gracias al auspicio de la Fundación Corripio Incorporada que preside don José Luis Corripio Estrada (Don Pepín), que semejante a un Quijote de nuestro tiempo apoya siempre las causas que enaltecen el espíritu y enriquecen la cultura. Además de la fundación y el Ministerio de Cultura, representado por doña Milagros Germán Olalla, participan los rectores de seis importantes universidades y la Academia Dominicana de la Lengua. En total son nueve jurados, nueve votos, de los que la Fundación Corripio, conviene recalcarlo, solo tiene uno.

Los primeros ganadores del Premio Nacional de Literatura, como recordarán ustedes, sin que los mencione por sus nombres, eran maestros indiscutibles de las letras dominicanas, cuya elección suscitaba siempre encendidos elogios en nuestro ámbito cultural. Luego comenzaron a surgir nombres de la que podemos denominar «generación de relevo», algunos de ellos en verdad notables, y, desde hace años, la selección ha recaído en creadores diversos: poetas, narradores, ensayistas y críticos, que no han estado exentos del comentario mordaz de los inconformes, o las amargas invectivas de los perdedores.

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De todos modos, hay algo clave que considero necesario repetir: quien recibe el Premio Nacional de Literatura de nuestro país, al margen de su edad y otras consideraciones extraliterarias, debería ser un creador con una obra valiosa y trascendente, acreditada por la crítica y el público lector, con reconocimientos previos que atestigüen su estatura intelectual, con proyección nacional, y, de ser posible, internacional. No olvidemos que el Premio Nacional de Literatura dominicano es, si cabe la comparación, nuestro Premio Cervantes, lo que supone una especie de consagración para quien lo recibe.

Nuestro galardonado de este año es Freddy Antonio de Jesús Bretón Martínez (Canca La Reina, 1947), un respetable y conocido eclesiástico que ha alcanzado la elevada autoridad de Arzobispo Metropolitano de Santiago de los Caballeros, Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra y presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano. Es, además, poeta, narrador y ensayista, quien obtuvo el Premio «Don Eduardo León Jimenes» de la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo en 2020, por su obra «Los entresijos del viento» (2019), una novela, como él mismo ha dicho, que «refleja su amor por el Cibao», en la que plasma sus recuerdos familiares, mediante «una serie de historias íntimas concatenadas a través de las peripecias de los personajes».

Como poeta, se ha dicho con insistencia que Freddy Bretón es el «iniciador de la poesía mística en nuestro país». Pero estimo que esa afirmación debe ser enmendada, ya que, si aceptamos que «poesía mística» es «el grado máximo de unión del alma con lo sagrado», al repasar la lírica nacional contemporánea hallamos por lo menos tres antecedentes ilustres entre los vates laicos que dedicaron parte de su obra a explorar el alma humana, la espiritualidad y la religión. De los grandes poetas dominicanos llamados Independientes, Héctor Incháustegui Cabral (1912-1979), un creador profundamente religioso, publicó en 1952 su libro «Las ínsulas extrañas», que escribió bajo la inspiración de San Juan de la Cruz, en un epígrafe que da título a la obra, la cual contiene hermosos poemas, como «Para llegar a lo ofrecido» y «Evocación de los ángeles».

Por su lado, Freddy Gatón Arce (1920-1994), el influyente poeta sorprendido, en su libro medular titulado «Retiro hacia la luz (1944-1979)» (1979), recoge tres poemas de pura estirpe mística y gran hondura espiritual, como son el «Poema de Dios», la conocida «Letanía», y «Adoración de la Virgen».

Entre los poetas de la llamada Generación del 48, fue Máximo Avilés Blonda (1931-1988), quien se adentró más en el tema místico, con tres libros dedicados enteramente a la elevación espiritual, la vida religiosa de los varones fundadores de la Iglesia, y la devoción a la Virgen. Esos libros a los que me refiero son «Los profetas» (1978), «Viacrucis» (1983), y «Llueve, y es que es mayo, dulce Señora» (1988). Como vemos, Freddy Bretón como poeta místico viene precedido de ilustres creadores que de seguro él conoce bien.

Para terminar estas breves palabras, expresamos al galardonado, Freddy Bretón Martínez, los parabienes de don Pepín Corripio, presidente de nuestra fundación, por haber resultado favorecido por el jurado con el premio de este año, y, comprometido como queda por la distinción obtenida, desearle que continúe adelante en el camino de las letras; que es un sendero escarpado pero del que se reciben generosas satisfacciones espirituales, y por el que los creadores de literatura aspiran a llegar al cielo.

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