En la escuela de la impunidad

En la escuela de la impunidad

Todo tiene consecuencias. Buenas o malas. Todo produce algo, ya sea dulce como la miel, amargo como el  acíbar o, más comúnmente, una compleja mezcla agridulce, que suele ser la mejor porque no está arrinconada en extremos que siempre resultan peligrosos, cuando no fatales.

El poeta y agricultor Hesíodo, posterior a Homero en una generación, quien vivió como campesino en la pequeña finca que heredó en su Beocia natal, pero sin descuidar el cultivo del espíritu, nos dejó dicho que “Quién dispone un mal contra otro, viene a prepararlo contra sí mismo” (“Los trabajos y los días”, 265).

Parecería que no.

Ya lo sé. ¡Uno ve tantas cosas…!

Pero si el mal realizado no se revierte directamente contra uno mismo, generando castigo, habrá de caer, con peso aumentado, sobre quienes familiarmente nos sucedan. Heredarán, no la grata finca del griego Hesíodo, sino situaciones morales y económicas muy negativas, aunque continuemos la práctica de callar los nombres de los culpables.

El daño es el daño.

Shakespeare, que aprovechaba personajes –así fuesen malévolos y crueles– para dejar sabios mensajes, pone en boca de Macbeth: “…cuando nosotros enseñamos instrucciones sangrientas, que han sido enseñadas, ellas vuelven al inventor para infectarlo: esta imparcial justicia ordena al ingrediente de nuestro cáliz envenenado venir a nuestros propios labios” –Act. I, esc. VII– (“…    this even-handed justice/ commends the ingredients of our poison’d chalice/ To our own lips.)    

Pienso que mucha gente cree que el veneno de injusticia, desorden e impunidad para quienes aquí saquean el erario, el dinero, los recursos esenciales para la vida de grandes mayorías de la población dominicana, cuyas pobrezas son tales que ni siquiera pueden arroparse con ellas, porque están sucias, desgastadas, malolientes y agujereadas, esas tragedias de carencias fundamentales, muchos creen –repito- que nunca  habrán de alcanzarles a ellos o a sus descendientes.

Si es que llegan a tan frágil estado de consciencia, están equivocados.

 Todo retorna.

 La vida no es una sumatoria de casualidades sino de razones anteriores que nos son desconocidas. Tal vez por piedad, porque si además de las calamidades de esta vida: de culpas conocidas o desconocidas, aceptadas,  negadas o maldecidas, tuviésemos enfrente el panorama inmenso de un cúmulo de errores pasados, la vida sería mucho peor.

    Lo que no podemos es continuar imperturbables aplicando la impunidad.

    Sobre todo la impunidad y ceguera que nos otorgamos nosotros mismos.

    Se nos están evaporando las débiles fragancias de antiguos valores.

    Estamos enseñando que “todo es válido” si deja dinero.

     La dignidad… la decencia, la honradez… ¿pero qué es eso? ¿Con qué se come?

     Ahí estamos llegando, a nuevas profundidades del descaro interno.

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