En la guerra contra terrorismo no se aplican todas las reglas

En la guerra contra terrorismo no se aplican todas las reglas

NUEVA YORK, – En la guerra contra el terrorismo, Osama bin Laden es ahora el blanco principal. Pocos estadounidenses argumentarían que asesinar al terrorista al que responsabilizan de la muerte de más de 3,000 personas el 11 de septiembre del 2001 sería contrario a la ley estadounidense o internacional.

Pero antes del 11 de septiembre, como puso en claro el testimonio en las audiencias de la semana pasada sobre la respuesta del gobierno a los ataques, la CIA, por un lado, tenía sus dudas sobre asesinar incluso a un terrorista. Y después de que cundió la ira en todo el mundo árabe el lunes pasado por una operación israelí con helicóptero en Gaza que mató al jeque Ahmed Yassin, líder del movimiento palestino Hamas, incluso el gobierno de George W. Bush se sintió obligado en cierto momento a decir que estaba «profundamente consternado» por la acción de Israel, aunque posteriormente vetó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU condenando a Israel.

Matar al jeque Yassin pudiera incluso incrementar la amenaza de violencia terrorista contra Israel, al menos a corto plazo. Miles de sus seguidores palestinos prometieron la semana pasada vengar su muerte atacando a líderes israelíes, o estadounidenses. Como con Al Qaeda y grupos asociados con él en todo el mundo, no sólo el liderazgo sino todas las causas que defienden necesitan ser enfrentados para eliminar el peligro. El meollo de la guerra siempre ha sido matar a suficiente del enemigo para volverlo impotente, y tanto Estados Unidos como Israel se consideran en guerra, no con otros estados, sin con los militantes islámicos dedicados a destruir todo lo que Estados Unidos e Israel defienden, en Oriente Medio y otras partes.

Las guerras siempre violan las reglas de la civilización. Pero las guerras con otros estados son libradas según las reglas, no obstante que sean insustanciales y a menudo violadas. Los combatientes enemigos gozan de esos derechos si usan uniformes, y regularmente son leales a un líder que es un jefe de estado y pudiera ayudar a asegurar una rendición ordenada al final de una guerra. Ese líder también debe ser tratado según las conveciones internacionales. Por ello las tropas estadounidenses que encontraron a Saddam Hussein no lo mataron sino lo tomaron prisionero y eventualmente lo entregaron para ser enjuiciado, esperando que algo de lo que diga bajo interrogatorio pudiera resultar útil.

En testimonio la semana pasada, Richard A. Clarke, ex jefe de la operación antiterrrorista del gobierno, argumentó que la guerra que condujo al derrocamiento de Saddam realmente distrajo de la guerra contra Al Qaeda, una guerra como ninguna otra que haya combatido Estados Unidos.

Antes del 11 de septiembre, la CIA pensaba que su única opción era capturar a Osama bin Laden, no asesinarlo, según testimonio de la semana pasada de un ex funcionario del Departamento de Estado, Christopher Kojm. El Presidente Bill Clinton, por otra parte, había autorizado a la CIA a usar a sustitutos afganos para capturar o atacar a Bin Laden y no importaba si sobrevivía al intento, dijo Kojm, quien es ahora miembro del personal del comité investigador. «Quería a Bin Laden muerto», relató que colaboradores de Clinton dijeron a investigadores del comité. «Destacados asesores legales en el gobierno de Clinton coincidieron en que según la ley de conflicto armado, matar a una persona que represente una amenaza inminente para Estados Unidos era un acto de auto-defensa, no un asesinato», testficó Kojm. Pero la CIA tenía una comprensión más limitada de lo que permitía la ley: «Creían que el único contexto aceptable para matar a Bin Laden era una operación de captura creíble», dijo.

¿Por qué¿ Una razón pudiera ser que la CIA se traumatizó en los años 70 por la repulsa al descubrimiento de que había establecido, con conocimiento de la Casa Blanca, una unidad capaz de asesinar a líderes extranjeros, y había conspirado con mafiosos y líderes del exilio cubano para asesinar a Fidel Castro y, en el Congo, pensaba eliminar a Patrice Lumumba. Este último de hecho fue asesinado por rivales en 1961, aunque aparentemente sin ayuda estadounidense, concluyeron posteriormente investigadores congresionales.

Algunas conspiraciones reveladas en 1975 por un comité del Senado encabezado por Frank Church podían haber salido de una película de Peter Sellers. Una involucraba a Irak, donde un coronel se convirtió en blanco en 1960 porque era sospechoso de ayudar a la Unión Soviética. Un grupo de la CIA llamado «Comité de Alteración de la Salud» propuso enviarle por correo un pañuelo bordado tratado con veneno, informó el comité de Church: «Durante el curso de la investigación de este comité, la CIA declaró que el pañuelo ‘de hecho nunca fue recibido (si, en realidad, fue enviado)’. Añadió que el coronel ‘sufrió una enfermedad terminal ante un escuadrón de ataque en Bagdad (un hecho con el que no tuvimos nada que ver) no mucho después de que nuestra propuesta del pañueko fuera considerada».

«El comité cree que, salvo en guerra, el asesinato es incompatible con los principios estadounidenses, el orden internacional y la moralidad», concluyó el comité de Church. «Debería ser rechazado como instrumento de política exterior».

Esa conclusión tuvo lugar después de una década traumática: el asesinato de Kennedy; el desastre de Vietnam, que incluyó el asesinato (sin involucramiento directo de la CIA, concluyó el comité de Church) del Presidente Ngo Dinh Diem y su hermano Ngo Dinh Nhu durante un golpe de estado apoyado por Estados Unidos en 1963; y el Watergate. La CIA terminó afectada por las revelaciones de sus operaciones secretas.

Pero incluso el comité de Church dejó abierta la puerta a asesinatos aprobados con esa frase de «salvo en guerra». Después del 11 de septiembre del 2001, la guerra estaba en marcha, y la puerta se abrió de par en par, particularmente cuando la guerra apuntó no a un jefe de gobierno sino al líder de Al Qaeda.

El terrorismo en los tiempos modernos ha resultado tan frustrante de combatir que a menudo ha conducido a gobiernos democráticos a pensar que tenían que suspender las protecciones legales normales contra el abuso del poder gubernamental, incluso para sus propios ciudadanos. Alemania lo pensó así con sus terroristas de la Facción Ejército Rojo en los años 70, y Gran Bretaña lo hizo en Irlanda del Norte con el ERI. El gobierno de Bush ha argumentado que los estadounidenses acusados de combatir del lado de Al Qaeda de hecho han renunciado a sus derechos constitucionales, y que combatientes hostiles pueden ser mantenidos prisioneros indefinidamente.

La defensa clásica contra el terrorismo es la vigilancia, pero sigue habiendo dudas sobre si se le puede poner fin al azote de Al Qaeda con el asesinato de Bin Laden. El Presidente Bush formuló a funcionarios antiterroristas del gobierno esa pregunta en el 2000 después de convertirse en presidente electo. Su respuesta, dijo Kojm, fue que «matar a Bin Laden tendría impacto pero no detendría la amenaza».

En una era de movimientos metasticizantes que extraen sustento de la violencia, eso parecería significar una larga lucha hasta que el último líder terrorista y todas las razones que hacen posible reclutar terroristas sean eliminados. Ese es un día cuya proximidad aún no puede ser prevista.

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