En la lucha del pueblo nadie se cansa

En la lucha del pueblo nadie se cansa

JUAN BOLIVAR DIAZ
La consigna se repetía una y otra vez en aquellos años traumáticos de los setenta cuando casi solo las organizaciones y sectores populares asumieron la tarea de luchar -a veces frontalmente- para impedir que Joaquín Balaguer y sus «fuerzas incontrolables» sumieran a la nación en una nueva noche de silencio y terror.

 Casi lo lograron en los finales de los sesenta y principios de los setenta, cuando la Universidad Autónoma de Santo Domingo, El Nacional y los programas radiofónicos   encarnaban la resistencia a la tiranía, junto al Partido Revolucionario Dominicano y la ya fragmentada izquierda política y las centrales sindicales.

 La bulla y la confusión política de estos tiempos ha hecho que se le olvide a muchos, en tanto otros no quisieran recordar aquellos años de tanta inversión y sacrificio, tras haber renegado y desertado de sus compromisos.

 Pero de que la lucha era dura no debe caber la menor duda. Baste recordar que los asesinatos políticos en 1970 ocurrieron a razón de uno cada 28 horas, que los presos políticos se contaban por centenares, y por millares los impedidos de retornar al suelo patrio. Que se llegó al extremo de prohibir la reproducción de la voz de Juan Bosch, José Francisco Peña Gómez y Rafael Casimiro Castro en los medios electrónicos de comunicación.

 Por suerte entonces una significativa gama de los periodistas en ejercicio se comprometió en aquellas luchas, a menudo jugándose la vida, sin que la tenebrosidad del silencio o la tentación del dinero los venciera. El Sindicato Nacional de Periodistas Profesionales, aplazando luchas gremiales reivindicativas,   fue un sostén fundamental en aquellas jornadas cuando el rector de la Universidad estatal, Jottin Cury, era sacado de su recinto en una «perrera policial», o cuando el de la Madre y Maestra, Monseñor Agripino Núñez, era derribado de una trompada por un oficial policial en la inauguración de unos juegos deportivos, porque la concurrencia pedía «medio millón de pesos para la UASD».

 Tenía mucho sentido la consigna de que «en la lucha del pueblo nadie se cansa», porque se arriesgaba mucho y porque los gritos de libertad por momentos parecían expresión radical del comunismo, disociador, traidor y ateo.

 Después que a partir de 1978 se disiparan los riesgos de la dictadura, se amplió el marco de las instituciones y sectores sociales incorporados a la lucha, ya entonces por el fortalecimiento de la institucionalidad democrática, por las reformas políticas y sociales, por la modernización de la nación. Se cansaron unos y se incorporaron otros.

 El climax pareció alcanzarse al final del siglo veinte y comienzos del que discurre. Hasta las mayores instituciones empresariales perdieron el miedo y, comprendiendo que las luchas político sociales eran de su incumbencia, se incorporaron a las demandas de transformaciones institucionales, de transparencia electoral, de mejoría de la justicia, de sanidad del Congreso Nacional y de los partidos políticos, y a la denuncia de la corrupción.

 La creación del Foro Ciudadano y luego de la Coalición para la Transparencia y la Institucionalidad marcaron los momentos de más amplio consenso en la sociedad civil 

coronados en las acciones de demanda de sanción a los responsables de los fraudes bancarios que hundieron la economía nacional y en la contención de los excesos e incertidumbres que rodearon el intento reeleccionista de Hipólito Mejía.

 Sin embargo, en los últimos dos años las energías del Foro Ciudadano y la Coalición han venido en reducción. Pareciera que algunos consideran cumplida ya su misión, que dieron bastante testimonio de vocación social. Se notan silencios y deserciones mientras la descomposición social, el desorden institucional y la corrupción parecen haberse renovado con fuerza.

 Un reciente encuentro de analistas sociales diagnosticó un peligroso proceso de descomposición, que se agrava con los ladridos de una jauría pagada con dinero fruto de todo género de lavado, como si de verdad los gavilanes pudieran dispararle a las escopetas.

 Las circunstancias obligan a recordar la advertencia de que en la lucha del pueblo nadie se cansa. Y si por mala fortuna le ocurre a algunos, que otros levanten las banderas. Esta nación no puede capitular ante la depredación y la corrupción y quedar presa de la insensibilidad y la indiferencia. Ya hay que reaccionar y comenzar a establecer límites.

 Conviene renovar la célebre proclama de Bertolt Brecht: «Hay hombres (y mujeres) que luchan un día y son buenos; hay otros que luchan muchos años y son muy buenos; pero los hay que luchan toda la vida; esos son los imprescindibles».-

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