En la montaña rebelde, los militantes sirios desafían al régimen de Asad

En la montaña rebelde, los militantes sirios desafían al régimen de Asad

PROVINCIA DE IDLEB, Siria, (AFP) – El disparo de cañón retumba a lo lejos, hacia Idleb, pero los hombres de Abu Suleiman, refugiados en su escondite en la montaña, entre olivos y ruinas romanas, apenas le prestan atención.

Aquí, en el norte de Siria, en una provincia adosada a la frontera turca, estos rebeldes controlan decenas de km cuadrados, pueblos y aldeas dispersados por las colinas de tierra roja, rocosas y escarpadas. Algunos participaron la semana pasada en la batalla de Idleb antes de replegarse en la montaña.

«Los tanques no pueden subir hasta aquí, temen emboscadas», dice Abu Suleiman.

«Y estamos tan cerca de la frontera que Bashar no se atreverá a usar la aviación, teme a los turcos».

A sus 35 años, este hijo de notable de Hama muerto en la sangrienta represión de la revuelta de 1982 ha puesto la riqueza familiar a contribución para formar en esta región uno de los grupos armados que luchan contra el régimen de Bashar al Asad.

La unidad lleva su nombre, es él quien financia las compras de armas.

Al volante de su berlina blanca, circula a poca velocidad saludando paternalmente a los jóvenes en armas que vigilan los cruces y las entradas de los pueblos. Afirma disponer de unos mil combatientes.

La base que los periodistas de la AFP pudieron visitar el domingo, cuatro cabañas de sillar en la cumbre de una cumbre verde, rodeadas de ruinas y de baños romanos, contaba con una treintena.

Tumbado bajo unas mantas, un herido descansa bajo el primer sol de la primavera. Nasser, de 24 años, ha recibido una bala en el hombro en Idleb. Con vendaje y perfusión, sonríe tristemente mientras que recupera.

El armamento es ligero y heteróclito: unas kalachnikovs, dos fusiles ametralladoras y un lanzacohetes con una sola granada.

Su forma de llevar las armas deja pensar que entre ellos hay muchos novatos y pocos desertores del ejército. «Nuestro objetivo es echar al ejército de Bashar de toda la montaña», asegura Abu Suleiman.

«Vamos a hacerles huir y será nuestra región, la cuna de la liberación». «No necesitamos hombres: lo que necesitamos son armas. Misiles antitanques, antiaéreos. Cosas modernas y eficientes. ¿Cuánto tiempo tomará? La ONU puede tardar dos años en tomar una decisión. Es lo que esperamos.

La guerra será larga». El «grupo de combate Abu Suleiman» asegura cooperar con unidades vecinas para montar las operaciones. Pero no quiere oír hablar del Ejército Sirio Libre (ESL). «He ido tres veces a Turquía a ver a su jefe, Riaf Assaad», afirma el «capitán Ayub», uno de los segundos. «Le he pedido que entrege dinero, armas.

No ha hecho nada. Es un mentiroso. ¡Lo que quiere es ocupar el sitio de Bashar en su palacio y nada más!». Los hombres que no duermen en la base se alojan en casas seguras, una por aldea.

Ven la televisión y en los ordenadores ven películas grabadas que muestran cómo fabricar bombas artesanales o minas antivehículos. Llevan en sus chalecos granadas hechas con trozos de tubos atornillados, llenos de una mezcla detonante que se desencadena al encender una mecha.

Afirman tener grandes modelos capaces de destruir tanques. En el tejado de una casa, dos de ellos colocan al sol cintas de balas de ametralladora para que se sequen después de la lluvia.

«Necesitamos más», se lamenta Abdalá Zerzur, de 30 años, profesor de árabe hace un año.

«Estas vienen de Líbano pero necesitamos armas potentes. Si la OTAN, la ONU no nos ayuda, nuestro combate durará años. Bashar es fuerte, se ha armado y ha armado a los suyos durante 40 años».

Abu Suleiman hace probar a sus hombres, que disparan contra piedras, su fusil de asalto estadounidense M4.

Asustados por las detonaciones, unos adolescentes subidos en unos burros cargados de madera de olivo taconean sus monturas.

 

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