Hace unos años escribí una historia de vida titulada “Cartas del pasado”. Alguien me envió una carta que había permanecido oculta por más de diez años en un archivo privado y escribí una historia de vida en homenaje a esa persona que escribió esa carta y que había muerto prematuramente. La misma persona que me envió la carta no quiso que se publicara el homenaje, así que a último momento retiré la historia y envié de compromiso la vida de Yolanda Oreamuno. Y digo por compromiso porque como me suele pasar con mis textos yo los voy pensando y escribiendo de a poco. Las voy escribiendo mientras vivo lo cotidiano, me pasan cosas, camino por la ciudad, miro lo que pasa en Santo Domingo y en el mundo. O leo libros como en ese caso “La intrusa”, de Sergio Ramírez Mercado.
Me di cuenta que la carta del pasado era de una enorme vigencia, que esa carta y su escritor habían pedido ser contados y que en el fondo no era casualidad que fuera justamente Yolanda Oreamuno el reemplazo porque ella misma escribía cartas del pasado.
Yolanda Oreamuno, 1946.
Fue borrada del mapa literario centroamericano, ninguneada en Méjico y en Estados Unidos y encerrada en una tumba tanto en Méjico como en Costa Rica, con una lápida con un simple número. Fue olvidada. Paradójicamente, encontré el frondoso árbol genealógico de Yolanda Oreamuno en Internet y la historia de su larga y aristocrática familia que explica eso que decía el escritor húngaro Sandor Marai en sus memorias escritas en San Diego, en 1986, antes de pegarse un tiro en la sien: “Les temo mucho más a los imbéciles que a los hombres malos”.
¿No es una terrible alegoría, la de sus orígenes familiares tan extensos y ese olvido y silencio cuajado en un número en su tumba? Parece el destino de cualquier mujer que quiere expresarse, ser valiente, gallarda y decir las cosas como deben ser dichas.
Pensando en la vida de esa mujer nacida en Costa Rica en 1916 volví a releer “La cabeza perdida de Damasceno Monteiro” de Antonio Tabucchi porque en esa novela el abogado portugués habla, pensando en los jóvenes, en su futuro, en la responsabilidad de los adultos y en la necesidad “de meter las manos en la mierda” para tratar de ayudar a que esas generaciones nuevas puedan vivir en plenitud.
Hace muchos años leí un novela de Juan Bennet titulada “En la penumbra”, donde la tía española y su sobrina desnudan las lacras y secretos de las familias, y sus oscuros e indescifrables designios.
Ese misterio que emergerá poco a poco desde la penumbra, es como esas cartas del pasado que de pronto explican la vida, la sociedad, una vida privada y pública, las culpas de una sociedad anestesiada e insensible, que se debate entre la imbecilidad y el amodorramiento o navega en eso que dice Yolanda Oreamuno de la sociedad costarricense y que parece común a todos: “…Esa inamovible indiferencia nacional”.
Cuando Sergio Ramírez Mercado publicó su novela sobre la vida de la escritora costarricense Yolanda Oreamuno Unger titulada “La fugitiva” concedió una entrevista en Página 12 donde reveló la historia de una escritora maldita y olvidada, nacida en Centroamérica, escritora de vanguardia en la década de los cuarenta y que para él significó una obsesión de cincuenta años.
Cuando la entrevistadora le preguntó cuál había sido el pecado de Yolanda Oreamuno dijo: “Desafiar. Yo creo que desafiar lo establecido. Esto tiene un costo muchas veces. Cuando se desafía lo que ya está establecido, desde cualquier perspectiva, no solo la literaria o de la condición de mujer. Cuando alguien desafía en voz alta al establecimiento termina pagando un precio”.
Yolanda Oreamuno nació en San José de Costa Rica el 8 de abril de 1916 y murió en ciudad de México el 8 de julio de 1956.
Fue hija única del hogar formado por don Carlos Oreamuno Pacheco, natural de Cartago, y doña Margarita Únger Salazar, de origen francés y nórdico.
Un año después de haber nacido quedó huérfana de padre. Hizo sus primeros estudios en escuelas de la capital y a los 17 años terminó la secundaria en el Colegio Superior de Señoritas. Ese año ganó su primer premio: Mención de Honor por su ensayo ¿Qué hora es…? que había presentado en un concurso del colegio.
En 1936 realizó estudios de mecanografía y secretaría, entrenamiento que le serviría después para escribir sus propias obras y mantenerse económicamente.
Ese mismo año contrajo matrimonio con el diplomático chileno Jorge Molina y se trasladó a vivir a Chile donde su marido enfermó y poco tiempo después se suicidó. Regresó a Costa Rica y un año después volvió a casarse con Oscar Barahona Streber, conocido economista y político de Costa Rica.
Es en 1941, cuando comienza realmente su carrera literaria con la presentación de su primera novela “Por tierra firme”, en el Concurso de Escritores Hispanoamericanos de la Editorial Farrar & Rinehart. La novela se extravió y hoy día solo queda el recuerdo.
Del segundo matrimonio nació su único hijo, Sergio Simeón Barahona Oreamuno, el 21 de septiembre de 1942. El 2 de julio de 1945 se divorció y perdió la custodia de su hijo. Este hecho la entristeció de por vida y daría comienzo a un largo calvario debido a su enfermedad y constantes operaciones. Siguió escribiendo, sobre todo novelas que nunca dio a conocer.
En el año de 1948 participó en un concurso en Guatemala con su novela “La ruta de su evasión” y ganó el premio 15 de Septiembre. Se naturalizó ciudadana guatemalteca muy desilusionada con la indiferencia de los costarricenses hacia los artistas nacionales innovadores y reconocidos. Muy agradecida a Guatemala por el cariño y el recibimiento a su persona y a su obra.
Es la primera mujer que rompió con el naturalismo de la última generación de la época moderna. De Guatemala viajó a Estados Unidos de América, muy enferma y permaneció cuatro meses recluida en un hospital de caridad de Washington. Más tarde viajó a México y vivió sus últimos días en la casa de su amiga la poeta costarricense Eunice Odio, donde murió el 9 de julio. Era el año de 1956 y sus restos fueron enterrados en México, en una tumba sin nombre ni identificación, tan solo un número.
Recién en 1961 sus restos fueron repatriados a Costa Rica y depositados en el Cementerio General, también allí fueron depositados en otra tumba con tan solo un número. Recién en julio del 2011, un grupo de jóvenes escritores la reivindica y redime de alguna manera del olvido oficial de Costa Rica, país que ella abandonó y donde dejó testimonio de no querer volver, ni viva ni muerta, y con expresa indicación de que su nombre no quedara en las listas de escritores costarricenses, pues ella se consideraba guatemalteca.
Mujer de extraordinaria belleza, tanto física como espiritual y de gran inteligencia, tal vez su rebeldía, el amor a la libertad y la hidalguía para denunciar el sistema social patriarcal que tanto oprimía y oprime a la mujer le valió la censura, el silencio, la invisibilidad y tan solo un número en su lápida.
Santo Domingo, Domingo 22 de abril 2018.