En la propagación de la violencia
Vivimos a diario la realidad de una disposición criminal inusitada

<STRONG>En la propagación de la violencia</STRONG><BR>Vivimos a diario la realidad de una disposición criminal inusitada

Ciertamente, en años anteriores no acontecían tantos hechos violentos. La gente discutía, se insultaba, la emprendía a  golpes, ocasionalmente a puñaladas o machetazos cuando las ofensas traspasaban ciertos límites, pero ahora vivimos a diario la realidad de una disposición criminal inusitada. Tal vez me argumenten que la población ha crecido mucho y que los medios de comunicación tienen acceso a lo que acontece en cualquier zona del país, lo cual no ocurría en décadas pasadas. Los teléfonos celulares están en manos de toda la población y funcionan además como efectivas cámaras portátiles y en otras ocasiones útiles instrumentos facilitantes del delito, que ha crecido enormemente con el auge de la droga que provee inmensas fortunas en un santiamén.

Perfectos para informar las buenas posibilidades de llevar a cabo robos y asesinatos.

¡Bien por los Bancos que prohíben a sus clientes –o  supuestos clientes- el uso de celulares en su interior!

Por supuesto, el beneficio es limitado.

Las técnicas criminales que enseña la televisión por cable, han sofisticado la capacidad delincuencial y, peor que eso, han ido habituando al ejercicio de la crueldad, de la tortura, de la malignidad pensada, calculada, no resultante de un instante de locura.

Lo “que vende” es la crueldad. La violencia maligna ha ido penetrando también en el cine. Es la escena que antes no era explicitada, la que hoy nos va inmunizando contra el dolor ajeno al mostrarnos procesos de tortura e indiferencia. Todo vertiginoso y sádico, corriente y habitual.

He escuchado quejas porque los medios no hayan mostrado minuciosamente cuerpos desechos por armas o por fuego o golpes brutales.

A tal punto ha llegado la insensibilidad, la inhumanidad, la indiferencia.

La sensibilidad humana se cultiva. La poesía parece ser el último reducto que casi sorprendentemente sobrevive, tal vez porque en el centro mismo de nosotros, no todo está maleado. ¿Pero quienes leen y sienten la poesía?

Unos pocos seres tercos, negados a perder la sensibilidad a que son acreedores como seres humanos.

¿Quiénes leen con el alma a Fabio Fiallo,  Gastón Deligne, Héctor Incháustegui  -por saltar en el tiempo- o los jóvenes poetas de hoy, que sueñan y aspiran a pesar de todas las decepciones?

No hace mucho ¿no fue por  chismes en lugar de por sus valores, que fue vorazmente leído un extenso poema del gran Manuel Rueda?

Películas como las de Fred Astaire –en elegancia-, como las de Frederich March o Laurence Olivier –en alto drama-, las de Esther Williams o Vivien Leigh –en feminismo encantador- o el machismo de los buenos Westerns, hoy producen bostezos por su lentitud y pudor.

Estamos perdiendo la sensibilidad y sus resultantes.

Debemos tener cuidado.

Retrocedemos malamente.

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