En la tragedia de la ira y el desorden

En la tragedia de la ira y el desorden

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Enfrentando verdades amargas y experiencias trágicas, universalmente, llegamos a una conclusión apesadumbrante: las cárceles son escuelas de crimen, magnificadoras de maldad, crueldad y degradación. Desgraciadamente son necesarias, porque personajes de poder no han puesto el menor interés en sustituir los sistemas de castigo, creando mecanismos capaces de prevenir, de reducir en cierto porcentaje, la criminalidad. ¿Es que la psicología y el estudio social han avanzado tan poco, que no han podido generar e imponer, con ayuda de las iglesias cristianas, un eventual tratamiento correctivo? ¿Una posibilidad de regeneración?

En nuestro país, especialmente, las cárceles han dejado de ser antesala del infierno para mostrarse efizcamente como el infierno mismo, y viene a ser imperdonable la indiferencia con la cual nuestros gobiernos miran en otras direcciones, ocupándose de atender lo que se puede ver, lo que está a la vista de todos, llámese Faro a Colón, edificaciones gubernamentales, Juegos Panamericanos 2003, y un sinfín de obras, unas más útiles que otras, pero descuidando invariablemente las prioridades que surgen de una visión humanitaria, de una atención a las necesidades del ser humano. Por tal disposición, no se da mantenimiento a nada ni se autentifican las instituciones, sin que importe la importancia fundamental que tienen.

Se habla de entrar en la modernidad, de seguir alentando, contra viento y marea la construcción de un tren subterráneo en Santo Domingo, cuando tenemos fábricas de ira e indignación en los hospitales públicos, que no funcionan sino cuando un Presidente de la República visita alguno y, como hacían con el Presidente Guzmán y también con Balaguer, trasladan equipos de un sitio a otro (las famosas Clínicas Rurales de Guzmán) limpian y abrillantan cuanto pueda estar a la vista del mandatario, cuando buen número de médico, ahogados en la miseria de salarios absurdos que no les alcanza ni para cubrir las necesidades esenciales de sus familias, se apropian de medicamentos para usarlos en sus consultorios provados y existe un panorama espantoso en los hospitales, con seres humanos tirados en el suelo como basura o hacinados en camas sucias. Yo los he visto. Es patético y produce ira, incitación a la violencia. Lo mismo genera la ineficiencia de los servicios públicos en general, la falta de empleo y de buenas expectativas a corto plazo, todo agravado por el incalificable gobierno del señor Hipólito Mejía, que elevó, magnificó y protegió -por comisión u omisión, por acción directa o por permisividad delictiva a “amigos”- una ancha faja de crimen contra el pueblo, anchando la diferencia, ya existente, entre quienes no tienen nada y quienes tienen demasiado.

La protección oficial a la delincuencia genera, necesariamente, ira.

Ciertamente nos hace falta educación. Las computadoras en las escuelas públicas son necesarias, las gestiones del Presidente Fernández y su equipo educativo por una transformación de la enseñanza masiva, adecuándola a lo que requiere y demanda el presente tecnológico, está muy bien orientado y me satisface grandemente. Tenía razón Horace Mann, entre otros, cuando aseguraba que “mientras menos escuelas, más cárceles”. Eso se ha comprobado, pero…primero es comer, primero es que exista una justicia social, primero es que el Estado cumpla con sus obligaciones fundamentales, primero es que no provoque la ira, la desesperación, la furia ciega y sorda.

Se reporta que 34 viejas cárceles hacinan ciento dieciséis mil detenidos, cuando fueron construidas con capacidad para siete mil personas. Se estima que entre el 75 y el 77 por ciento de los detenidos se encuentra recluido “de manera preventiva” bajo la acusación de haber cometido algún delito.

¿Y la justicia dominicana, dónde está?

Existen negocios con ella.

Existen negocios con los policías o militares que permiten que ciertos prisioneros dispongan de armas de fuego, machetes, punzones, puñales “saca-hígados”, drogas de diverso tipo y facilidades sin cuento.

La tragedia de la cárcel de Higuey, donde los muertos sobrepasan por mucho el centenar, es resultado del hacinamiento, la “vida” infrahumana en este recinto construido hace casi cuarenta años para encerrar entre sesenta y ochenta reclusos, tenía al momento de la tragedia, unos cuatrocientos treintaiséis prisioneros, entre los cuales reconocidos reos eran jefes de bandas capaces de proveer cualquier cosa, incluyendo hasta la muerte o la tortura, bajo protección de los supuestos guardianes, envueltos en los negocios terribles.

Es la tragedia de la ira enloquecida.

Cabe al Gobierno actual, empeñado en correcciones, justicias y modernidades, enfrentar esta horrenda situación, resultado de otras, también corregibles. Es la tragedia de la ira. Y el desorden permisivo.

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