En las complejidades de las relaciones humanas

En las complejidades de las relaciones humanas

Las relaciones humanas son inevitablemente arduas, demandantes y difíciles. Incluyendo las buenas relaciones con uno mismo, aunque tal cosa parezca absurda.

Somos nosotros mismos nuestros peores enemigos, rencorosos y amargados     -suave o fuertemente- debido a errores conductuales que hubiésemos querido no haber cometido, que ya no tienen remedio y que presentan una única salida sana: el perdón interno y la alerta disposición a la no reincidencia.

Si ha permanecido vigente, por siglos inmensos, la frase de Plauto, “Homo homini lupus” (el hombre, lobo del hombre), es porque no hay peor enemigo que el que tenemos dentro. Entonces, ¡cuán difícil ha de resultar una buena y cómoda relación con los demás, así se trate de seres queridos!

Se ha pretendido presentar a la familia, el núcleo familiar, como un oasis de unidad, comprensión y mutuo apoyo. Esta bella fantasía, ¿ha sido cierta alguna vez?

No.

Pero formar familia conlleva grandes sacrificios para quienes se embarcan en este estado vital, proveedor de compañía, de descendencia y de obligaciones permanentes.

A lo que voy es a que si es difícil manejarse bien consigo mismo, más aún lo es levantar una familia. Cada ser humano es una entidad irrepetible, dolorosamente vulnerable a enfermarse a causa de un mal ambiente doméstico, de la percepción de un odio mal oculto entre la pareja fundamental, que a menudo permanece unida por pétreas razones económicas de supervivencia. La familia como institución viene sufriendo transformaciones importantes. Yo diría que a partir de las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, cuando la mujer, la madre, se vio obligada a trabajar en factorías sustituyendo a sus maridos que combatían. Siendo, a la vez, madres y padres, proveedoras y responsables únicas.  Se redefinió confusamente el rol femenino, pero la sumisión tradicional y milenaria ingresó a un largo período de confusión: la mujer objeto, la mujer subordinada, la madre víctima y la mujer plenamente capaz, penetraron en una zona minada de conflictos. Las ilusiones de lograr un amor eterno, bendecido por el misterio ensoñador de la maternidad, el perfume encantador de lograr una familia propia augurante de un fuerte asilo doméstico, todo eso ha llevado a la mujer actual a vivir una ambivalencia, siendo a menudo objeto sexual comercializado y, a la vez, víctima de credulidades románticas que van y vienen.

No es fácil romper con un rol de siglos sin entrar en un torbellino de contradicciones y dudas difusas. Las antiguas aceptaciones naturales de antaño se van esfumando. Los valores morales pierden el pudor que les daba vida. La palabra empeñada, que en un tiempo no muy lejano podía estar representada por un pelo del bigote del señor solemne, hoy ha cambiado porque: “las palabras se las lleva el viento”.

Todas la épocas han traído cambios, pero los de ahora lucen especialmente peligrosos para una aceptable convivencia humana.

Volvemos a Plauto: el hombre lobo del hombre.

¿Para morderse, para herirse? Es tiempo de aprender de Francisco de Asís.

Y domesticar la fiera.

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