En las incógnitas del vivir y actualidades de Erasmo de Rotterdam

En las incógnitas del vivir y actualidades de Erasmo de Rotterdam

Eran los años cuarenta. La Segunda Guerra Mundial había terminado en agosto con el asombro horrendo de dos bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos, la primera sobre Hiroshima y días después, la segunda, sobre Nagasaki.

 Mi padre había seguido la conflagración con mapas, diagramas y discusiones junto a su entrañable grupo de amigos españoles acogidos por Trujillo, entre los cuales los había apasionados maldicientes, que blasfemaban defecando sobre todo el santoral, empezando por lo más alto, y también por comedidos, sesudos y doctos   señores que lo llevaban a uno hasta el núcleo mismo de las grandezas de España.

   Estos últimos publicaban con cierta frecuencia artículos en “Cosmopolita”, la exquisita revista de papá. Tendría yo unos catorce años cuando, saliendo para un ensayo de la Sinfónica, acerté a abrir apresuradamente un ejemplar acabado de imprimir y me llamó poderosamente la atención un artículo titulado: “La biblioteca erasmista de Diego Méndez”. No tuve tiempo para terminar de leerlo, ni recuerdo el nombre del autor, pero, obviamente, éste se trataba de uno de esos eruditos españoles que, en lugar de vociferar, pensaban e investigaban.

  ¿Tal biblioteca especializada aquí y en tales tiempos? Desde entonces me interesé más por Erasmo de Rotterdam (1466-1536), cuyo verdadero nombre era Gerhard Gerhards, pero que adoptó el nombre latino de Desiderius Erasmus y escribía en latín. Entre 1508 y 1509  redactó su “Elogio de la locura” (Moriae encomium), que se trata de una sátira alegórica, obra maestra de la ironía, que oscila entre la burla y la reflexión filosófica acerca de la conducta de los pueblos –tal vez pensada tras la lectura de “La nave de los locos” del alsaciano Sebastian Brandt, publicada pocos años antes, que narra la expedición de una nave hacia Narragonia, el país de la locura. 

No sabemos por qué nos interesan y nos inquietan ciertos temas.

Hace pocos días me llega como un zumbido inexplicable el título de aquel artículo apresuradamente leído en años de adolescencia. He pensado que tiene que ver con el erasmista “Elogio de la locura”, con su sarcasmo irreverente a todo, actitud que tanta importancia tuvo en el reformismo cristiano que se impuso con los albores del siglo XVI, partiendo de la concepción de un humanismo verdaderamente fiel a Cristo, de una filosofía del cristianismo que aunara el saber y la nobleza formal de la antigua y originaria ética cristiana.

   Luego conocí su “Manual del caballero cristiano” (Enchiridion militis christiani), extrañamente llegado a mis manos en añosa traducción. Allí Erasmo aspiró a renovar la vida occidental. Para él, Sócrates y Cristo confluían en el objetivo de una cultura dignificada por la razón y la humanidad, cultura que  debía ser propia de los poderosos, de los gobernantes, de los fuertes. Y no lo era.

  Y no lo es.

   Aunque he estado envuelto en Erasmo, lo que me ha movido es la realidad, la actualidad dominicana. ¿Locura popular que no se pliega a sus posibilidades y no tira el ancla en la prioridades nacionales?

    ¿No se ha pasado ya el tiempo requerido para ordenar el país con leyes respetadas, con la energía eléctrica que requiere la modernidad, con precios justos, con justicia social?

¿Estamos viviendo en Narragonia, la isla de los locos?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas