En los conflictos de la libertad

En los conflictos de la libertad

Nosotros, los esclavos de nuestras pasiones, de nuestras necesidades orgánicas y de nuestros propósitos –buenos o malos– a menudo nos hacemos falsas ideas en cuanto a las posibilidades de la libertad.

En verdad el hombre no tiene capacidad ni posibilidades para ser totalmente libre. Su propia naturaleza se lo impide.

Los hombres que triunfan, como los países que triunfan, son los que tienen una notable capacidad de propia restricción a sus naturales instintos de holganza y desorden, de indisciplina y autocompasión.

Son los que se ponen sólidas represas a todo lo que es dañino de sus instintos y pasiones. Son seres que se autoimponen leyes que, mediante el persistente uso o ejercicio, coartan su libertad de acción, siempre que ésta no obedezca a propósitos preestablecidos y convenientes.

Por consiguiente no son hombres total e incondicionalmente libres; su libertad está condicionada y delimitada por un interés constructivo y a consecuencia de esto, por leyes constructivas.

Dice John Locke: “La ley, por definición, impone limitaciones a la conducta individual. Esto no quiere decir, sin embargo, que la ley por sí misma es enemiga de la libertad, ya que la ley, en su verdadera idea, no es tanto la limitación como la dirección de un agente libre e inteligente hacia su propio interés y ni proscribe más allá de lo que es necesario para quienes están bajo la ley.

Si pudieran los hombres ser más felices sin esta, la ley, como algo inútil, se desvanecería… El fin de la ley no es restringir o abolir, sino preservar y ampliar la libertad. Porque en todos los estados de seres creados, aptos para tener leyes, donde no hay ley no hay libertad”.

El trabajador que se inclina, activo, sobre su mesa de labor o el estudiante que se concentra sobre su texto, están imponiéndose leyes propias que cierran el paso a la libertad de dedicar esas horas a la diversión o a la holganza.

Los hombres verdaderamente triunfantes, como los países que triunfan, son aquellos que tienen capacidad para restringir, justa y moralmente, sus libertades inconvenientes y hacerse esclavos de un propósito.

No hay duda de que el uso y desuso de la libertad es complejo y difícil, tanto en la unidad humana como en el todo estatal, porque así como el individuo que desea superarse y lograr el máximo de su capacidad se impone leyes que regulan su libertad, un Estado interesado en el progreso nacional tiene que forzar al cumplimiento de las leyes creadas para el bienestar común.

De acuerdo con el profesor William Ebenstein, catedrático de Política de la Universidad de Princeton, existen dos conceptos de la libertad: el positivo y el negativo.

En el antiguo significado griego, la libertad tuvo esencialmente un significado positivo: el derecho y la obligación de participar en la toma de decisiones políticas, sobre todo el derecho de votar y ocupar posiciones públicas, el derecho de asociación con personas afines y el de criticar al gobierno de turno.

Ese tipo de libertad fue conocido en la antigua Grecia por un corto periodo de tiempo, durante la era de Pericles.

El concepto positivo de la libertad está basado en la convicción de que ésta, irrestrictamente practicada conduciría rápidamente a la anarquía, al triunfo sistemático del fuerte sobre el débil.

Tenemos que controlar la libertad.

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