En los extremos del desorden, pensando en Hostos

En los extremos del desorden, pensando en Hostos

Hemos llegado a un punto en el cual hablar de moral, decencia, integridad y correcta educación, lo hace aparecer a uno como un iluso idiota. La criminalidad aumenta ostensiblemente en nuestro país y la mala conducta cívica, la corrupción, nos sorprende en territorios tan distantes como Cuba y el Vaticano.

Se ha ido formando un orgullo, una aceptación admirativa por la desvergüenza, el impudor y los resultados que producen.

Cuán lejos se nos han ido las nobles y sabias enseñanzas del maestro Eugenio María de Hostos, formador de conciencias, paradigma de moralidad que tuvimos el privilegio honroso de que laborase extensamente entre nosotros y nos dejara entre ejemplos de decencia practicada, libros como: “Lecciones de Derecho Constitucional”,  “Moral social”,   “Sociología”, y muy especialmente el beneficio de sus enseñanzas apoyadas en una vida ejemplar.

Si bien de Bolívar se ha dicho, y se acepta, que aún falta mucho de sus planes por hacer en nuestra América hispana, no cabe duda de que las enseñanzas del señor Hostos deben ser puestas en práctica urgentemente, a como dé lugar.             

¿Cómo? Educando, disciplinando en los buenos valores.

 Conviene reproducir, por lo menos, parte del discurso de Hostos en la investidura de los primeros maestros de su Escuela Normal el 28 de septiembre de 1884 en Santo Domingo, calificado por el ilustre filósofo mexicano Antonio Caso, maestro consagrado en la academia mexicana de Altos Estudios, director de la Facultad de Filosofía y rector de la Universidad Nacional, como “la más alta página filosófica de la América española”.

 Dice Hostos: “…Harto lo sabéis, señores: todas la revoluciones se habían intentado en la República, menos la única que podía devolverle la salud. Estaba muriéndose de falta de razón en sus propósitos, de falta de conciencia en su conducta… Los patriotas por excelencia, que habían querido completar con la restauración de los estudios la restauración de la patria, en vano habían dictado reglamentos, establecido cátedras, favorecido el desarrollo intelectual de la juventud y hasta formado jóvenes que hoy son esperanzas realizadas de la patria:  y resultaba que  sus beneméritos esfuerzos se anulaban en la confusión de las pasiones anárquicas, o la falta de un orden y sistema impedía que fructificara por completo su trabajo…”.   

 “La anarquía, que no es un hecho político sino un estado social, estaba en todo, como estaba en las relaciones jurídicas de la nación (…) Para que la República convaleciera, era absolutamente indispensable establecer un orden racional en los estudios, un método razonado en la enseñanza, la influencia de un principio armonizador en el profesorado (…). Era indispensable formar un ejército de maestros que, en toda la República, militara contra la ignorancia, contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie. Era indispensable, para que estos soldados de la verdad pudieran prevalecer en sus combates, que llevaran en la mente una noción tan clara, y en la voluntad una resolución tan firme, que cuanto más combatieran, tanto más los iluminara la estoica noción que los impulsara…”.                                                                                          

Más de un siglo después, me duelo.

¿Se demanda una calidad en la enseñanza? ¿Se respeta y honra a los maestros? ¿Pueden contribuir a que tengamos un mejor país?

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