En los misterios del dormir y del soñar

En los misterios del dormir y del soñar

Incontables son los misterios que nos rodean y los que funcionan permanentemente en nuestro interior, en la compleja maquinaria de la vida, puesta en eficaz movimiento por órganos que solo pueden haber sido y ser resultado de la obra del Creador.

A mí –diría que siempre– me ha intrigado especialmente el proceso que lleva al dormir… y al soñar. En verdad, por largos años he mantenido un miedo al insomnio. Más bien a la idea de ser atacado por el insomnio, y si algo cuido celosamente es el dormir. Desde mi cama, en la calle Santiago de lo que creía que era Gascue porque así llamaban erróneamente el apacible sector capitalino, podía ver las estrellas fulgurando en el oscuro azul del cielo, gracias a un tragaluz sobre la ventana de mi habitación. Eran los años cuarenta y la ciudad dormía el silencio y la inmovilidad impuesta por la dictadura trujillista.

Pero, ¡cuán dulces eran aquella noches, perfumadas por las flores del entorno! Un gran lucero, diamante estelar, se colaba en mi habitación y, por esas extrañas cosas que me suceden, tropecé con un verso de Juan de Dios Peza que pregunta: “¿Quién eres tú, lucero misterioso/ pálido y triste entre luceros mil/ que al contemplar tu resplandor dudoso/ turbado siento el corazón latir”?

A mí me acompañaba en la entrada al sueño.

No se me ha dado aún el deseo de poder ver desde mi cama el cielo nocturno, iluminado, proveedor de un descanso de la vida, cual que sean sus realidades, gozosas o dolorosas.

El Hamlet de Shakespeare anhela en su famoso monólogo estas palabras: “Dormir!… tal vez soñar” (To sleep!… Perchance to dream).

Con los años he llegado a percibir cuando el dormir se asoma con una blandura exquisita… y al agradecer a Dios… desaparezco.

Voltaire, en el segundo capítulo de su Diccionario Filosófico, dedicado a los sueños, se pregunta: “Estando muertos todos los sentidos durante el sueño, ¿en qué consiste que hay un sentido interno que está vivo? ¿En qué consiste que cuando vuestros ojos no ven, ni vuestros oídos oyen, sin embargo veis y oís cuando estáis soñando? El perro caza soñando, ladra, persigue su presa y se la come. El poeta compone versos durmiendo, el matemático ve figuras, el metafísico argumenta bien o mal; hay sorprendentes ejemplos de todo esto. ¿Obran solos los órganos de la máquina, o el alma pura, libre del imperio de los sentidos, goza de sus derechos con libertad?”.

Apunta Voltaire que la Biblia dice en uno de los versículos del “Levítico”: “No examinéis los sueños”, aunque advierte que la palabra sueño no existe en lengua hebrea y que además resulta muy extraña la observación de los sueños en el mismo libro que dice que José fue el bienhechor de Egipto y de su familia por haber interpretado tres sueños del faraón.

Así que los sueños son un misterio.

El dormir, también.

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