En los problemas de la homogeneidad

En los problemas de la homogeneidad

   Me pregunto: ¿Es posible homogeneizar la humanidad? ¿Podemos ser todos “iguales”? ¿Tener idéntica conciencia de nuestros deberes y nuestros derechos?

   No.

   Observo con cuidado y atención respetuosa lo que nos muestra la naturaleza. La totalidad conocida de la Creación. Encuentro y compruebo que no existen dos hojas iguales en un mismo árbol. Ni dos briznas de hierba. Y ahora evoco al Walt Whitman del “Canto a mí mismo” cuando escribe:  “Un niño me dijo, ¿Qué es la hierba?,  entregándome  un puñado a manos llenas. / ¿Qué podía yo responder al niño? No sé mejor que él lo que es. (…) Supongo que es un jeroglífico uniforme/ que significa ‘Crezco por igual en las regiones vastas y en las reducidas,/ crezco por igual entre los hombres blancos y entre los negros, entre los canadienses (kanucks), los Pieles Rojas (tuckahoes), los miembros del Congreso./ A todos otorgo lo mismo y a todos recibo”.

   Allí Whitman  habla de un sueño anterior al de Martin Luther King, y dice: “En un sueño soñé con una ciudad invencible a los ataques de todo/ el resto del mundo,/ soñé que se trataba de la nueva ciudad de los Amigos.”

   Era una “Ciudad de Dios” sin San Agustín, pensada ésta con otros propósitos y esperanzas constructivas que los que motivaron a este filósofo del cristianismo

(siglos IV y V de nuestra Era).

   Dejemos de lado la poesía y la filosofía religiosa.

   Miremos con imparcialidad el proceso homogeneizador que  nos arropa casi imperceptiblemente, día a día. Las nacionalidades, las peculiaridades de las regiones se van esfumando para formar la extraña nube de una igualdad ficticia.

   Las briznas de hierba que conmovían al viejo Walt,  se quieren iguales. La ciudad de los Amigos con la cual él soñaba, resulta insoñable hoy, porque los intereses económicos –no políticos por fidelidad  a una teoría en el manejo de masas sino por una descomposición moral que parece abarcar el mundo todo- los intereses económicos –repito- están a la cabeza de cuanto sucede. Invasiones,  ingerencias sutiles o brutales, presiones financieras, compras y ventas de todo tipo, manejadas sin el menor sentido humano. Y resulta que la Globalización, que como todo, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas -luces de avance y oscuridades de retrocesos- paso a paso  nos va presentando aspectos de malignidad predominante.

   Néstor García Cancini, en su libro titulado: “Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización” (Random House-Mondadori, 2009) nos dice que “en este tiempo de globalización se vuelve más evidente la constitución híbrida de las identidades étnicas y nacionales, la interdependencia asimétrica, desigual, pero insoslayable, en medio de la cual deben defenderse los derechos de cada grupo”.

   Los nacionales de países pobres ven su futura mejoría en la emigración, en ir a trabajar como ilegales en el extranjero, cobrando menos que los ciudadanos y resistiendo malos tratos.

    Creen y confían en las bondades de la Globalización. Pero resulta que ésta es  celosa de sus intereses financieros.

        Se olvidan de cuando tuvieron que emigrar.

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