En los problemas de la libertad

En los problemas de la libertad

Podría lucir pretencioso, pero es la pura verdad. Por extraño que parezca, desde años infantiles me ha interesado, preocupado e inquietado el tema de la libertad; de sus bondades y maldades, de lo que nos quita y de lo que nos da.

Tal vez resulte que la primera y más fuerte de mis vocaciones sea la filosofía, y parece demostrarlo el que, siendo un adolescente de 17 años, al presentarme por vez primera como solista con la Sinfónica con un Concierto de Bach, en el Salón de las Cariátides del Palacio Nacional, un músico me advirtió, justo antes de salir a escena, que esa obra era famosa por lo peligrosa que resultaba para la memoria, puntualizándome los nombres de grandiosos violinistas que se habían equivocado y hecho fracasar la presentación. Yo pensé: Tengo 17  años y he trabajado seriamente esta obra. Si fracaso, es que no tengo condiciones para esta carrera. Me dedicaré a otra.

No me equivoqué, no hubo olvidos. Yo no estaba nervioso sino expectante, desdoblado en un oyente capaz de emitir un juicio correcto. De aquí podríamos deducir que en lugar de aparecer como un violinista virtuoso, me interesaba “ser verdad”. “Ser verdad: lo que fuera”.

Y es  muy difícil aceptar nuestras pequeñeces, nuestras faltas, nuestros miedos… y sus consecuencias.

¿Libre albedrío? Tamaña “bijorria” como decía mi primo José Manuel Machado Gimbernard, por eufemizar una expresión que su madre –la tía Ercilia Gimbernard de Machado-  le hubiese reprochado aunque mi padre la hubiese  agrandado.

Continuemos con el vocabulario de José Manuel. La libertad es una bijorria. Es un situarnos en territorios desconocidos e impredecibles. No tenemos la menor idea de lo que resultará de nuestra decisión y, no obstante tenemos que decidir, tenemos que optar, tenemos que elegir un camino y recorrerlo, así lleve al cielo o al infierno. (Normalmente se mueve entre lo uno y lo otro). 

Finalizado el orden terrible impuesto por Trujillo, acabada la libertad, que se utilizó tan mal en regímenes anteriores, llegó la libertad. LA LIBERTAD. Palabra mágica envuelta en holgura conductual, en permisividad…y en desorden, desenfreno, arrastrado a ese frenesí de libertad llevado hasta el Terror por la Revolución Francesa, que, por fortuna, dada nuestra naturaleza, no pasó aquí de cadenazos y golpizas cuando se afirmó la caída de la –al parecer- interminable dictadura.

Ahora es tiempo de orden. DE ORDEN. DE ORDENAMIENTOS HONESTOS.

Desde que Aristóteles acuñó su célebre caracterización del  hombre como Animal Político, nadie duda –como afirma  el catedrático Francisco Ayala-   que la condición humana implica un existir en sociedad. El  filósofo explicó bien que en la sociedad sólo pueden subsistir, o el semidios o la bestia, lo suprahumano o lo infrahumano, pero nunca el HOMBRE, EL HUMANO.

La vida social supone un cierto orden. El progreso demanda un orden claro y estable.

Y nos estamos olvidando de eso.

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