En los talones de Colombia

En los talones de Colombia

PEDRO GIL ITURBIDES
Al escuchar los relatos sobre el narcotráfico, a propósito del caso de Quirino Paulino Castillo, me pregunto si tenemos convicción para enfrentar este negocio. En la actividad político-partidista se necesita dinero constantemente, debido a las características de su práctica en países como el nuestro. El narcotráfico produce suficientes beneficios como para que una proporción de sus recursos permee la vida pública. Es una inversión que asegura nuevos dividendos.

La peligrosidad de que se produzca esa lixiviación -porque este es el término exacto para este trasiego- radica en que los narcotraficantes no están identificados. Hace poco les contábamos de la oportunidad en que, en 1985, Joaquín Balaguer rechazó una oferta de ayuda financiera de un comerciante de Santiago de los Caballeros. En ese escrito que se tituló «Diferencias Eticas», les narré como aquel distribuidor de vehículos se acercó a nosotros, interesado en ser nominado a la Senaduría de aquella Provincia.

Por la descripción que hiciésemos de la pinta del proponente, Balaguer nos pidió lo investigásemos entre santiaguenses. Años después se habría de comentar que era narcotraficante. Sin embargo, en diciembre de 1985 cuando hicimos contacto con personas del mundo de los negocios y del pueblo, se hablaba de «negocios raros». El de las drogas no era cuestión popular, y más que en cualquier otro sitio, hallaba espacio entre los que la combatían. Todos cuantos nos hablaron de aquél comerciante, pues, lo objetaban porque su prosperidad carecía de origen verificable.

Pero, ¿saben ustedes qué temores transmití a Balaguer? Que el solicitante fuere contrabandista de vehículos, pues poseía una agencia de venta de automotores, heredada de un hermano.

Y los políticos no están en lista para beatificación. ¡Cuánto menos para la santidad! En esa máquina tragamonedas que es la política, se juntan lo mismo el deseo de comprar y asegurar voluntades propias y ajenas, y la ambición personal. Como en una furnia abierta en la corteza terrestre, cuanto dinero cruce por el frente de nuestros políticos es tragado sin misericordia.

La especie de caricatura que vive la República Dominicana con narcotraficantes, es problema que trascendió a la hermana república de Colombia. Allí, este mal obró con dinámica propia hasta volverse amenaza a la seguridad del Estado, al normal desenvolvimiento institucional, y a la propia cohesión nacional. Y como en la República Dominicana, también en Colombia se escucharon las voces de sectores poblacionales que clamaban por la libertad y el respeto a los narcotraficantes. Porque sus fortunas también se lixiviaron en la sociedad, a muchos de cuyos miembros ayudaron.

Para nosotros ha llegado la hora de requerir que los Estados Unidos de Norteamérica combata a sus consumidores y traficantes. No tenemos sembradíos de amapola, coca o marihuana como para que ingresen divisas por la producción de los alcaloides derivados de esas plantas. Pero tenemos costas abiertas y escasamente patrulladas. Y tenemos gentes interesadas en hacer fortuna, cerrando los ojos respecto del origen de sus dineros.

Ha llegado también la hora de revisarnos. Detalle que muestra la relajación de las costumbres y la burla a la ley, son sucesos escandalosos que acaban de acontecer. Del uso de la Bandera Nacional para envolver el féretro de alguien a quien la Policía Nacional sindicó en vida como delincuente, hemos hablado. Ahora surge lo de las jóvenes lesbianas que ofrecieron un espectáculo en plena avenida Abraham Lincoln. Estas minucias, porque lo son, prueban nuestras incompetencias como sociedad pensada para su desarrollo.

Revisémonos, pues. Y adoptemos una conciencia moral y social que asegure y afiance las costumbres domésticas, para que estas se tornen normas sociales, y éstas basamenten la ley.

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