En medio de la nada

En medio de la nada

Pretendía olvidar. Era domingo, el reloj marcaba casi las 4:00 de la tarde y, después de una comida en familia, habíamos decidido envolvernos con esa aura especial que sólo el arte puede mostrar.

Estábamos frente al Museo de Arte Moderno. Su entorno anunciaba que el lugar estaba cerrado. Así era. Cerrado por mantenimiento y no sé qué otra cosa, decía el letrero que colgaba de la puerta.

Queríamos ver la Bienal del Caribe. En algún lugar, no sé si me confundo, había leído que duraría hasta febrero. No había prisa, pensé en aquella ocasión sin imaginar que estaba perdiendo la oportunidad de ver la bienal.

Con la decepción sobre los hombros, decidimos entonces ir a la Zona Colonial. Vamos al Museo del Ámbar, resumimos al ver que ninguno de nosotros lo conocía.

Al llegar al Parque Colón nos quedamos en shock: el museo estaba cerrado. También sucedía lo mismo con la Fortaleza, El Alcázar, el Museo de las Casas Reales y, más patética aún, la Casa de Bastidas.

La cultura está vedada los domingos por la tarde. Algunos espacios, como la Fortaleza, se mantienen abiertos hasta las 3:30 de la tarde. Los demás, como no había nadie cerca, no sabemos.

Lo cierto es que sólo el Panteón Nacional puede visitarse los domingos después de las 4:00 de la tarde. Allí, sin embargo, sucede algo lamentable: no hay reseñas, ni catálogos, ni guías, ni nada que le enseñe a los visitantes quiénes son los ilustres personajes que allí descansan.

Un extranjero, ¿sabrá quién es Gregorio Luperón cuando vea su tarja? Y los niños, ¿podrán adivinarlo acaso? Tener las cosas así, sin explicarlas, no ayuda a que nuestro nivel cultural aumente demasiado.

Tampoco ayudan los horarios que tienen nuestros museos. El domingo, normalmente, es el único día que uno puede dedicarlo a recorrer la ciudad con toda tranquilidad. De eso, al parecer, no se han enterado todavía nuestras autoridades culturales.

En este país sólo se vale beber y comprar. Sino que se lo pregunten a los que, Brugal en muro, bebían tranquilamente sobre los cañones que están junto al Reloj del Sol.

Lo mismo hacían otros que se bajaban sus “frías” en las escalinatas de la Plaza de España. Todos, felices, mostraban hasta qué punto el domingo es un buen día para el relax y para el desahogo. También para perderse en Carrefour, Multicentro, Plaza Lama y, si él ánimo y la gasolina nos permiten cruzar, Megacentro, lugares que se llenan cada domingo.

Es lamentable. La Zona Colonial, en domingo, no es más que un montón de “gift shops” en los que ni siquiera podemos comprar porque los artículos están a precio de turista.

Peor aún es constatar por tus propios ojos el daño visual, emocional e histórico que le han hecho a la Casa de Bastidas. Su patio, su bello patio de ayer, ya no existe. En su lugar, pese a los pataleos de media sociedad, hay unas escuálidas palmeras y una gramita que da más pena que otra cosa.

La nostalgia se adueña de uno cuando recuerda los árboles centenarios, los bancos de hierro y esa romántica atmósfera que se respiraba en la Bastidas. ¿Lo más fuerte? Le quitaron su esencia, su personalidad, para poner a un innecesario Museo del Niño (¿qué diablos pondrán ahí, por cierto?) que quizás nunca lleguemos a conocer. ¿Cuándo hacerlo si en este país la cultura está negada a la sociedad? Dirán que exagero pero, ¿qué decir cuando los museos están abiertos en las horas que nos toca trabajar?

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