En medio de tantas generosidades, a veces da brega conseguir algo

En medio de tantas generosidades, a veces da brega conseguir algo

JIMANI, Independencia.- Son las 5:30 de la tarde del 3 de junio y Elizeyda Encarnación sólo ha conseguido tres torticas de casabe, dos fundas de agua y unos «jeans» desteñidos. Luce deshidratada y desorientada, pero sabe que debe seguir viviendo.

«Son muchos los boches y las humillaciones que te dan en la repartición de alimentos, pero yo tengo que aguantarlos, porque tengo hambre y debo llevar algo a mis otros tres hijos», contó esta joven mujer, mientras caminaba de un lado a otro por el barrio La 40, donde estuvo ubicada la casa que compartía con sus cuatro hijos y su marido, antes de la madrugada del 24 de mayo pasado.

«Tenía mucha hambre y me comí uno de los tres casabes, pero me dan mucha vergüenza los boches que me dan cuando pido comida», sostiene una mujer que, a pesar del descuido que impone la situación, deja traslucir la belleza física que posee.

En esta comunidad del Suroeste cada ser humano tiene una historia que contar, pero muchos de los sobrevivientes deambulan por el lugar de la tragedia como si fueran zombies.

La desorientación de Elizeida es tal que va de un lado a otro, como si buscara restos de la que fuera su vivienda. Recuerda que todos sus vecinos murieron y que también las aguas embravecidas se llevaron a su hermana, sus sobrinos y a su cuñado. Y todo eso le parece increíble.

En sus brazos carga a su pequeña hija, la cual tiene su cuerpo lleno de ronchas, «nacíos» y pus, lo cual evidencia las condiciones de escasa higiene, salud y el hacinamiento por doquier que prima en la zona de desastre de Jimaní.

A Marleny, una vecina suya que estudiaba en la universidad y que tenía una niña pequeña, se la llevó el río, junto a su vivienda y otros familiares. El río también se llevó a sus vecinos haitianos.

Para la joven Encarnación no hay una explicación lógica a lo que pasó, no lo puede entender.

Recuerda con dolor los gritos de las personas pidiendo ayuda, recuerdo que no podrá olvidar.

En esta comunidad el olor a cadáveres descompuestos no cesa, a pesar de los intentos de autoridades y voluntarios en borrar las huellas del dolor y la muerte.

Ella, como otras personas, se queja de la forma lenta en que se están repartiendo los alimentos y ropas. Asegura que muchos cartones de leche y de jugo se han descompuesto. Es tal el celo para que los alimentos lleguen a sus destinatarios que la repartición se torna burocrática y los sobrevivientes terminan pasando hambre, como es el caso de esta joven mujer.

[b]COMO SALVO SU VIDA[/b]

Salvó su vida milagrosamente. Había enviado sus tres hijos a la parte alta de la ciudad para pasarse unos días en casa de su prima y sólo tenía en la casa a la más pequeña, que tiene año y medio de edad.

«Ese día fuí a ver a los tres niños y me llevé la pequeña que se durmió, mi prima me dijo que no fuera tan abusadora, que la dejara dormir por esa noche en su casa y así lo hice», dijo.

Contó que se fue a su casa con su marido y que cuando dormían sólo escuchaba como si la tierra temblara. De pronto todo se llenó de agua, » mi marido y yo nos abrazamos a una mata», dijo, tras señalar que ella no entiende lo que pasó.

Esta mujer tiene apenas 23 años de edad, sus cuatro hijos y un marido que lo perdió todo.

Cada paciente ingresado en un hospital aledaño a la zona de desastre de Jimaní, tiene una historia que contar y cada uno de ellos pide que se le escuche.

Pero el caso de Elizeyda Encarnación no es el único en lo que se refiere al hambre, en medio de una abundancia de ayuda. Un equipo de jóvenes voluntarios de la Defensa Civil también se quejó de que a pesar de que se pasa el día ayudando a otros, lo dejan pasar hambre y no le dan transporte para regresar a sus casas.

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