En memoria de don Manuel Corripio García

En memoria de don Manuel Corripio García

JUAN BOLÍVAR DÍAZ
Los reconocimientos que recibió en vida Don Manuel Corripio García fueron más que merecidos. Los que se le han formulado esta semana a raíz de su desaparición física están signados por el sentido de justicia, tanto como por la pena de perder a un ser humano excepcional, que sembró en campo propio y ajeno por más de 96 años.

Fue uno de esos personajes que cualquiera quisiera haber tenido la oportunidad de tratar a fondo, de escuchar el relato de su vida y conocer los secretos de su éxito. Yo lo intenté más de una vez, pero tropecé con el obstáculo de que don Manuel era un hombre extremadamente modesto y sencillo y evadía hablar de sí mismo y menos a un periodista.

Por momentos parecía preso de la timidez. Pero la inmensa gama de sus relaciones, incluso con los personajes más influyentes y poderosos de su tiempo, indicaba que lo que predominaba era un sentido extremo de la modestia.

Confieso que fracasé varias veces en el intento de hacerle una entrevista para colectivizar sus experiencias. De tiempo en tiempo cuando le encontraba en los últimos 18 años, le recordaba el «compromiso» que tenía de contarme su proceso. Apelé a Pepín en varias ocasiones, pero el viejo se mantenía incólume. Me sonreía cariñoso y desviaba la conversación a temas de actualidad o de interés para su interlocutor. Ya en los últimos años me había resignado a la derrota, convencido de que no había forma de doblarle el pulso a este viejo imperturbable, y además porque lo veía agotarse en el tiempo y no podía parecer que velaba sus hálitos de vida.

Mi fascinación por el personaje comenzó cuando escuchaba a Pepín contar la forma en que fue forjado por aquel padre que lo ponía a barrer la acera en la avenida Mella para que nunca se avergonzara del trabajo, en ninguna de sus categorías, y para que recordara por siempre sus modestos orígenes.

La acumulación de riqueza nunca lo hizo cambiar  sus esencias y siguió predicando el ahorro, la jornada infinita, la virtud de la humildad, negado rotundamente a ofender a los demás estrujándole su abundancia.

Tal vez alguna vez llegara a la exageración y diera razón a quienes criticaban que no se dedicara a disfrutar de lo acumulado. Actitud admirable frente a la fastuosidad, el boato y el derroche ofensivo que se ha visto en el país por parte de nuevas generaciones empresariales.

Tuve una gran oportunidad de comprobar el sentido de solidaridad y el espíritu generoso de don Manuel una mañana de junio de 1996. La noche anterior un conato de juez me había condenado en ausencia, por supuesta difamación e injuria, en un juicio viciado y al vapor, a 6 meses de cárcel y varios millones de pesos.

La materia era delicada. Todo el mundo sabía que aquello era un juicio político, ordenado en represalia por la publicación de mi libro Trauma Electoral, en el que mostraba la trama que vulneró las elecciones presidenciales de 1994.

Aquella mañana, cuando recibí una llamada de Pepín a mi oficina, poco después de las 6, le prometí pasar por su casa dos horas más tarde cuando avanzara el telediario Uno más Uno. Cuando toqué la puerta me abrió don Manuel, quien aparentemente me esperaba. Me tomó ambas manos y tras exageradas expresiones de aprecio a mi trabajo, me comunicó que podía contar con la solidaridad de toda su familia.

Confieso que lo que esperaba en aquella casa en tales circunstancias era una actitud conservadora. Pero el vigor con que me habló don Manuel me hizo despertar a la realidad de que estaba frente a un hombre excepcional, valeroso y al mismo tiempo cariñoso.

No pude olvidar aquel episodio cuando le veía rígido la mañana del miércoles, en su cama de amor eterno. Su cuerpo consumido por el paso implacable del tiempo, pero alto el espíritu que lo sostuvo en plenitud de conciencia hasta el desenlace final. Comprendí la profunda pena de su familia y luego las palabras de Pepín al despedirlo, pregonando cómo don Manuel Corripio García había rendido culto al trabajo, sembrando en su propio campo y en el de los demás.

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