En memoria de la barbarie

En memoria de la barbarie

VLADIMIR VELAZQUEZ MATOS
La semana pasada el mundo civilizado conmemoró un aniversario de un hecho que más debe ser repetido, y el cual siempre debe quedar en la memoria de todos los seres pensantes y sintientes poblamos este planeta, para, que, si por casualidad se vislumbrase el más mínimo resquicio de que algo así pudiese repetirse, aplastarlo desde la misma raíz, puesto que si existe la encarnación del maligno, eso fue lo que las huestes del nazi-facismo concibieron y pusieron en práctica en esos mataderos humanos industriales como lo fueron los campos de exterminio durante la II Guerra Mundial.

El 6 de enero de 1945, hace sesenta años, fue liberado por el ejército rojo el campo de exterminio de Auschwitz, el campo de concentración más grande y en donde implementaron los nazis la «solución final», la muerte industrial, como si fuera el sistema en serie de una fábrica, sólo que en este caso era para la aniquilación de la faz de la Tierra de las llamadas razas inferiores, tal y como denominaron Himler, Heidrich o el diligente Adolf Eichman, borrando de un plumazo del mapa europeo a casi dos terceras partes de la población judía, además de gitanos, opositores al régimen nacional-socialista, homosexuales y denominaciones religiosas molestas al mismo, pero en el caso de Auschwitz, más de un millón de seres humanos fueron brutalmente esclavizados, humillados, torturados, asesinados y después calcinados. Se dice que toda la zona boscosa que circunda a este campo, está abonada con las cenizas de las incontables víctimas que pasaron por sus casi perennes hornos de cremación.

Esta fatal ideología, aberrante y demoníaca, engendrada por las mentes enfermas y perversas de un grupo monstruoso de truhanes y bandidos, carroñeros del abismo y paridos por quién sabe que vientres malditos, seguida a pies juntillas por millones de personas que conformaban una de las naciones más civilizadas y cultas del mundo, quienes lobotomizadas por la satánica propaganda racista y ultranacionalista, creyeron en dicha ideología personificada en una de las bestias más sanguinarias que la historia humana recuerde, Adolfo Hitler, el inefable «Führer»; jamás, reiteramos, jamás debe repetirse.

Y decimos ésto, porque según entendemos eso que se hace llamar el eterno retorno nietzscheano, el hombre vuelve a repetir sus mismos pasos, los mismos errores, tal como dijo una de las víctimas sobrevivientes durante la conmemoración allá en Auschwitz, junto a todos los jefes de estado presentes, declarando que todo ese horror vivido no ha servido para nada, porque las mismas cosas siguen ocurriendo en el siglo XXI alrededor del mundo.

Por, eso, cuando pensamos en ello, en los libros que nos han caído en nuestras manos, en las horrendas historias de impiedad de ese incubo del infierno llamado doctor Mengele, «el ángel de la muerte», con sus «experimentos» con cobayas humanos, en donde murieron en lo indecible del dolor y el sufrimiento infinidad de niños y madres inocentes; en donde el material humano servía para la manufactura de casimires con los cabellos, pantallas de lámparas con la piel, jabones con la grasa y botones con los huesos, es por ello que de la mente, reiteramos, no concebimos las actuales masacres alrededor del mundo como las cometidas por el gobierno de Ariel Sharon al pueblo palestino, a la pulverización a bombazo limpio de un territorio que se hacía llamar Afganistán, o la abominación, en nombre de la libertad y la «democracia», que representa para mister Bush «Abu Ghraib», las abracadabrescas ergástulas de Saddan, y que hoy, tal como una caja de Pandora recién abierta de par en par, nos muestra que el hombre en su afán desmedido de poder, no ha avanzado moralmente ni un ápice, sino todo lo contrario: sigue siendo el mismo desde los tiempos en que habitaba las cavernas.

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