En Palacio viendo llover sobre mojado en Macondo

En Palacio viendo llover sobre mojado en Macondo

La lluvia torrencial tiene la virtud de romper el flujo rutinario, lo paraliza y obliga a cambiar de ritmo, o a quedarnos quietos mirando llover. Dicen que en eso los mocanos son los más inteligentes: la dejan caer, simplemente. Otras personas, no sabiendo qué hacer con ese tiempo, se dedican al ensueño, a la inmortalidad del cangrejo, la circularidad del tiempo…, el eterno vuelve y vuelve.

Ver llover en dominicana es, casi siempre, sobre mojado. Porque sobre cualquier cosa, ya ha llovido demasiado. Especialmente en cuanto al desmoronamiento del orden moral e institucional, al crecimiento de la inseguridad legal y física de los ciudadanos, las invasiones de terrenos de propiedad pública y privada y de áreas protegidas; la falta de mantenimiento y de vigilancia, el abandono y desorden, en las vías  y en los espacios públicos.

Y qué del transporte de carga y de pasajeros, en manos de pandilleros; o del tráfico de influencia entre poderosos y allegados, con sus secuelas de canonjías, privilegios clientelistas y nepóticos, que han destruido la médula de las carreras de servicio civil y militar, inclusive las bases organizacionales de los partidos, inutilizándolos como instrumentos indispensables de la democracia.

El abandono de la Frontera y la ausencia de control de una migración que sobrepasa la capacidad de absorción de la estructura del empleo, los servicios públicos, la seguridad de nuestro fallido Estado, y la tolerancia y capacidad auto-defensiva de nuestros pobladores. Una “balsa” demasiado alta, que un chivo no la salta.

Aquí, a diferencia del retrato superrealista de García Márquez, tenemos un Macondo a “contra-imagen” y “antojanza” de sus autores. Dirigentes sociales y políticos que fomentan el desastre psico-social, cultural, institucional; unos, con sagacidad de pescadores en río revuelto; otros, jugando al poder y riqueza, sin reparo en las consecuencias  morales y espirituales para una sociedad que implosiona, que se destruye inexorable ante la mirada impertérrita de quienes  ven llover desde sus “chambreados” aposentos.

Hasta gobiernos recientes, este país creía en el futuro; en la factibilidad de lo ético, en la perfectibilidad de la sociedad y del Estado. La realidad de hoy: la destrucción del patrimonio económico-histórico-moral; el descreimiento y la desesperanza de las generaciones emergentes.

Llueve a raudales, un verdadero diluvio de inmoralidad e indiferencia. Destrozo del orden material, cultural  y normativo, donde multitudes de anegados, cuales jaibas y escarabajos, sobre restos de cadáveres y basurales, boyando  ateridos y asustados, mientras las ánimas de Palacio, entretenidas en juegos de gobernabilidad, no se dan cuenta de que “ya va mucho más de dos pesos de agua”… como hubiera dicho Bosch. ¿Qué dirá, entonces Dios, viéndolos ver llover sobre Macondo?

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