En primera persona

En primera persona

POR MU-KIEN ADRIANA SANG
Algunas personas me han preguntado si he cambiado. Otras por qué he cambiado. He recibido observaciones críticas de que lo mejor para mí es volver a mis andanzas intelectuales racionales, utilizando mi pluma y mis conocimientos para la crítica social, la crítica política o la crítica académica. Mis andanzas sentimentales parecerían para algunas personas un camino equivocado, un sendero que debía ser transitado por las personas ligeras y poco profundas. He pensado mucho las cosas que me han dicho, y quizás tengan razón, pero no.

Creo que una de las grandes dificultades de la humanidad ha sido justamente esa pretendida dicotomía sentimientos versus racionalidad. Solos los sencillos tienen el permiso de expresar lo que sienten, porque, dicen, no tienen más argumentos que sus propias sensaciones y percepciones. La racionalidad pura era, y es todavía, el espacio destinado para los intelectuales, los productores de conocimientos, quienes debían y deben, según esta lógica maldita que se nos ha enseñado, abandonar sus sentimientos para elaborar y abordar los grandes temas, pero sobre todo para hacer las grandes realizaciones. Así, estableciendo la lógica lineal, esencialmente anti dialéctica, entre lo que pienso y siento, se han producido grandes horrores de la humanidad. ¿Acaso olvidamos a los “científicos”, los “intelectuales” nazis que de manera racional y objetiva, utilizaban partes del cuerpo de los judíos asesinados en masa y en serie, para la industria alemana. La fabricación de productos cosméticos, con “insumos” humanos es un hecho tan horrendo, que duele incluso mencionarlo. ¿Y los creadores de la bomba atómica? ¿Científicos racionales? ¿Supieron acaso del dolor causado cuando “probaron” su efectividad en Japón? ¿Y toda la industria armamentística? ¿Acaso no es un canto al desarrollo científico y tecnológico? ¿Acaso no es también una evidencia más de que la racionalidad humana sin sentimientos ha demostrado su capacidad autodestructiva? Y llegan a mis pensamientos los intelectuales que han utilizado su sapiencia para defender lo indefendible. Los mismos que han justificado la superioridad racial, para justificar matanzas y asesinatos. O los que han buscado las razones de la fuerza como “razón de estado”, aún a sabiendas de que atropellaban y violaban los más elementales derechos humanos. No, no puedo separar mi racionalidad de mis sentimientos.

¿Qué de malo tiene poder expresar las sensaciones y placeres que te produce un hermoso atardecer? ¿Acaso es un pecado cantar a la vida? ¿Cuál es la dificultad de expresar tu agonía o preocupación cuando el dolor físico te atrapa? ¿Por qué no proclamar a los cuatro vientos que te duele la partida de un amigo? ¿Por qué no sincerarse con el mundo y aceptar que añoras las caricias de tu madre muerta? ¿Por qué no evocar las ilusiones frustradas de la adolescencia? ¿Por qué no afirmar sin rubor que ya no somos tan jóvenes, que nuestras ilusiones son más cercanas, que nuestros deseos menos violentos y nuestro futuro más certero, porque tenemos más tiempo vivido que por vivir? ¿Por qué no maravillarse ante lo desconocido? ¿Por qué no aceptar que somos finitos, vulnerables, plenos de virtudes, plagados de defectos, que acertamos y desacertamos?

No tengo la intención de abandonar la investigación histórica. Es una pasión que no renuncio. Hurgar en las fuentes de nuestro pasado me sumerge en las vidas de los que nos antecedieron. Sin embargo, hoy, después de haber vivido lo que he vivido, de haber sufrido lo que he sufrido, de haber llorado y reído lo que he llorado y reído, de haber leído lo que he leído; he comprendido que incluso al reconstruir los hechos del pasado, me estoy refiriendo en mis escritos a hombres y mujeres de carne y hueso que vivieron y padecieron las angustias e ilusiones de su propio tiempo.

¡Oh subjetiva objetividad cuánto daño has provocado en el mundo! Nadie absolutamente nadie puede abrogarse la objetividad perfecta. Los economistas, “los llamados científicos del presente”, hacen sus propuestas a través de sus propias ópticas e intereses. Los sociólogos y politólogos, a veces defienden grupos y sectores, otros no pueden, no podemos aislarnos de nuestra propia vivencia cultural. Los historiadores no podemos abstraernos de nuestros propias concepciones, vivencias, ilusiones, desilusiones; y más aún trabajos con documentos “objetivos” que fueron hechos por seres humanos también plagados de dudas y representantes de intereses. ¿Somos capaces de entender el sentido de la muerte en la comunidad hindú? ¿Aceptamos nosotros mortales del occidente el homenaje a la longevidad de la comunidad asiática del mundo, cuando en nuestro occidente no solo desechamos a los viejos de nuestras vidas, sino que lo segregamos hasta su muerte en cárceles cuidadas por enfermeras y médicos? Entonces ¿de qué racionalidad me hablan?

Con esta perorata de hoy, concluyo alegremente que en estos Encuentros sabatinos haré cita con aquellos que quieren compartir conmigo las reflexiones de mis experiencias y mis lecturas que hago y haré siempre en primera persona. Porque creo en la capacidad humana de expresar sentimientos, porque creo que la posibilidad de crecer se hace cuando te haces consciente de tu propia humanidad; a través del compromiso en primera persona es que asumimos una posición críticamente activa para decidir que tenemos un rol en la transformación de la realidad; porque es en primera persona, en mi yo individual y mi yo colectivo, que soy capaz de disfrutar cada amanecer, cada tarde de lluvia, cada día soleado, cada flor que se abre, cada niño que juega, cada viejo que espera, cada joven que sueña, cada adulto que se da permiso para arrepentirse de sus acciones, cada hombre que ama, cada mujer que espera. En primera persona percibo la realidad, y en primera persona puedo escribir sobre ella. Nos vemos en la próxima.

Nos enseñaron desde niños
Cómo se forma un cuerpo….
Pero nunca supimos
De qué estaba hecha el alma
¿Será de sentimientos, de ensueños,  de esperanzas? ¿De emociones, de tirriasde estupores?

Lo cierto es que ignorada
El alma arde en su fuego…
¿Será tal vez una inquilina del corazón?
¿o viceversa?…
¿O será la asesora principal de la mente?
Entre ellas no hay disputa
¿O será capataza de la pobre conciencia?
¿O viceversa?
Entre ellas no hay acuerdo.

El alma tiene hambres
Y cuando está famélica
Puede herir
Puede armarse
De enconos o de furias.
No hay que pensar que el alma
Es un tul de inocencia
Ajeno a los agravios
Que sufren el cuerpo y alma
En el alma se forman abscesos de rencores
Hernias de desamparos…

El alma es un secreto, una noción
Una nube que suele anunciar el llanto
Pero después de tantas búsquedas
De pesquisas inútiles
Y de adivinaciones
Nos queda apenas una certidumbre
Que el alma no es el cuerpo…

Mario Benedetti

msang@pucmm.edu.do

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