En primera persona: La Era de Trujillo y la caída del Jefe

En primera persona: La Era de Trujillo y la caída del Jefe

Por Onorio Montás

Mi director y amigo Bienvenido Álvarez Vega me decía que no picoteara por encerrar en una camisa de fuerza mis ideas o mis narraciones, que tuviera en cuenta que nunca llegaría a superar al doctor Juan Isidro Jimenes Grullón en la extensión de sus consideraciones en las limitaciones de la cantidad de palabras o caracteres en un artículo, lo que me estimuló a concluir mis nostalgias sobre mi recordada Maritza Antonia (mi alma gemela).

…»Yoyo, Papi nos compró una casa en Miami, Estados Unidos y no nos volveremos a ver»… Me decía Maritza Antonia con lágrimas en los ojos. Nos vamos Frances de las Mercedes (su hermanita más pequeña), Mami y yo con papi. Eso sucedía unos días después de la expedición del 14 y 19 de junio de 1959 y la famosa pastoral de la Iglesia católica, del 31 de enero de 1960. 10 meses después se producía el atentado contra “El Jefe”, y uno de los participantes era de los cortesanos de don Paquito Martínez Alba, Antonio Imbert Barreras.

Puede leer: El incendio de Santiago en 1863 y su impacto genealógico

Luego de esa confesión de Maritza Antonia, se lamentaba que ya no iríamos a nuestro paseo sabatino al Jardín Zoológico y Botánico a darle maní a Buche y Nely. Tampoco iríamos a Los Imperiales con Mariana, su nana y Nonito, el chófer de un pescuezo largo, como decía Juan Bosch, un Buick color vino. Yo pensaba que no iríamos al “Colmado Continente”, el de los chinos de la Doctor Delgado esquina San Martín cuando don Paco mandaba a comprar sus cigarrillos Kent extra largos que fumaba con un largo pitillo con aire señorial, (luego ese colmado lo compró una pareja de vascos apellidos Paliza, que lo convirtió y bautizó con el nombre de Vizcaya, hasta el día de hoy). Nosotros aprovechábamos para pedir unos exquisitos pay de ciruelas con canela, de manzana o limón, o pedíamos los tres sabores y lo compartíamos en lo que Nonito compraba los cigarrillos, pero no se atrevía a presionarnos.

El tomar la decisión de mudarse a otro país de seguro fue una medida dolorosa, pues hacía un tiempo estaban construyendo una gran mansión en la misma Rocco Cocchia, justo donde terminaba la calle Cachimán, donde había un enorme framboyán naranja, única calle de dos niveles de Santo Domingo. Esa gran residencia que debía crecer porque la familia crecía y no la pudieron habitar, pues tuvieron que irse del país. Esa mansión ya amueblada, los grupos de muchachos del barrio miembros del subcomité del Movimiento Revolucionario14 de junio, con un brazalete del verdinegro con un logo del 1J4 formaron un cordón en todo el frente de la propiedad de nuestra querida doña Lissi, que se había ganado el cariño de todos los vecinos de la Pepillo Salcedo y sus alrededores. Mientras las turbas saqueaban la casa de Héctor Bienvenido Trujillo Molina (Negro) y su esposa Alma McLaughlin Simó y la de su padre, el coronel Charles McLaughlin en la cercana Doctor Delgado, donde Balaguer construyó la Biblioteca República Dominicana, sustituyendo el “Ensanche Tablita”

Finalmente, mi querida Maritza Antonia tuvo razón jamás nos volvimos a ver. Supe que ella murió en España, a la edad de 50 años, hace 24 años, Frances de las Mercedes, que había nacido un día de Nuestra Señora de las Mercedes, se consagró dentro de una orden religiosa, y doña Lissi aún vive con 94 años en España. Don Paco murió en Santo Domingo en el hotel Naco en los años 70.

La vida me dio la oportunidad de conocer una gran familia descendiente de judíos refugiados, Úrsula, Susie, Hanna, Lisie, Lilly y Jaime habían llegado al país tras la Segunda Guerra Mundial. Una parte había formado colonia en Sosúa, Puerto Plata y este grupo de los Michaelis Israelis quedó bajo de la tutoría de una señora llamada doña Floripe.

Mi querido Barrio

Mi madre Luz María González viuda Montás, que estuvo llamándose viuda hasta muchos años después, le había parido a mi padre cinco varones y una hembra que se llamó Alfida Talía (por mi abuela paterna Talía Valdez) que nació entre mi hermano Luis Adolfo (Pin) y yo, quien falleció de un ataque de peritonitis. Doña Luz se las ingeniaba moliendo café que vendía a domicilio, dos paleteras, vendía leche de una crianza de chivos que habíamos heredados en casi una cuadra de terreno que llegaba hasta la hoy avenida Francia. Recuerdo los nombres de dos chivas que teníamos. A una le llamaban Casiana y la otra Anita que mis hermanos me permitían pegarme de las tetas y quien cuidaba los animales era una señora que le llamaban Neguín, que vivía en la “propiedad” que desapareció, al igual que 5 o 6 camiones que desaparecieron con Honorio César Montás Valdez (Niñitico), trabajan con mi madre dos hermanos, Rafael y Félix Gómez (Félix laboró durante muchos años como Jefe de Redacción de El Nacional), además mi mamá cosía en una máquina Singer y era la modista de doña Lissie Michaelis.

Siempre recuerdo a dos hermanos muy humildes cuyos padres nunca conocí, Freddy y Lourdes (alias La Kika) Agüero, que en las vacaciones coincidíamos en dos escuelitas “particulares” que quedaban en la calle Jaragua, una de la esposa de Fello Tre’Chele y la otra era de doña Carmen, pero no sé por qué siempre le llevaban a La Kika y Freddy una merienda con un vaso de “morir soñando”, lo que provocaba la envidia de todos.

Al inicio de la calle Bartolomé Colón, había un gran desorden al estilo de la Librería Herrera, que solo él sabía dónde estaban los libros usados que mayormente vendía, Sonámbulo o Muerto’Parao, uno iba a cambalachear “paquitos”, historietas usadas por otra que no había leído, pendones, papel de colores, hilos, almidón en polvo o preparado, todo para hacer chichiguas o cajones. En fin, era un barrio fabuloso donde se compraba cajuilito solimán, limoncillos y todo lo que cosechaba en los patios.

Y el “Oratorio Don Bosco” era el centro obligado de todas las actividades.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas